viernes, 30 de diciembre de 2016

Sobre la amistad

Recientes sucesos me llevan a querer hoy hablar de la amistad, lo que entiendo por tal y como funciona esta en mi vida. Ya veré otro día si cuento o no dichos sucesos.

Para que considere yo que soy amiga de una persona se necesita una cosa, para que considere que esa persona es amiga mía se necesita además otra.

Soy amiga de cualquier persona que se lo merezca y en la medida que se lo merezca y considero amiga a cualquier persona en la medida que se lo gane y solo en la medida que se lo gane.

Una persona despierta amistad en mí cuando da muestra de una serie de características, ese despertar jamás me pide permiso pero tiene mi permiso por supuesto. Me despierta amistad la gente valiente pero no la imprudente, la sincera sobretodo consigo misma, la muy o poco inteligente pero amiga de usar su inteligencia, la gente humilde que no cree saberlo todo o no ya lo suficiente, la que mira de frente la vida, la que no teme la intemperie ni la puede molestar un poco de brisa; cuando no se emborracha con palabras huecas, cuando tiene algo que decir y lo diga o no; cuando rehuye incluso sus propios prejuicios; cuando sabe y siente que también los demás somos reales y no mero decorado en su vida. Cuando no es infeliz por tonterías vanas, cuando no teme su sombra, cuando no teme la de los demás, cuando su mente es libre y su corazón fuerte. Cuando cada mañana se despierta dispuesta a aprender algo nuevo, cuando le mueve la curiosidad, el hambre de ver y comprender.

Eso y cosas como esas es lo que en mi despierta amistad.

Como se puede ver en ningún momento digo, ni podré decir jamás, que para despertarme amistad es necesario que a mi vez la despierte yo en él o ella. Muchos de mis amigos soy amiga de ellos pese a que no saben ni que existo.

Para creer que alguien siente amistad hacia mi persona, en cambio, funciona de un modo diferente. Me gustan los abrazos que me pueda dar un amigo, pero no los considero amigos por ello. Un abrazo no cuesta nada, no prueba nada. Hasta tu peor enemigo te puede abrazar para apuñalarte por la espalda. Solo empiezo a sospechar amistad por parte de alguien cuando le veo hacer, para tratar de favorecerme, algo que le cuesta hacer y cuanto más le cueste más lo sospecho. Por lo tanto abracitos, besitos y sonrisas nada me dicen al respecto. Solo en pleno invierno, en noche oscura, se reconoce al amigo. En pleno verano, bajo la luz del mediodía hasta el que planea merendar tu hígado te sonríe.

Hasta ahora no he hablado para nada de la amistad entendida como relación, hablo de algo más básico, de puro sentimiento. Para que se establezca una relación de amistad entre yo y alguien es necesario que se den a la vez ambas cosas y algo más, un grado suficiente de trato en la vida como para habernos probado mutuamente que en efecto somos tal y consecuentemente, aunque a la vez como causa o no solo como consecuencia, nazca entre nosotros una confianza mutua. Un “yo sé y tú sabes y los dos lo sabemos que cada uno puede contar con el otro”. No contar para el intercambio de sonrisas ya que es sabido que hasta el lobo sonrió a Caperucita Roja cuando se dispuso a comérsela. Contar el uno con el otro para las noches oscuras de frio invierno.

Por todo ello no cualquiera puede ser amigo mio, no de cualquiera quiero yo ser amiga.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Ser un zombi es fácil

Pensamientos góticos:


Son como zombis, diría alguna gente, seguro, pero su corazón late, sus pulmones respiran, su piel es cálida y otras mil cosas más los diferencia de los zombis, pero son muchas también las semejanzas que hay entre ellos. Una de esas semejanzas es que tanto los unos como los otros carecen de afán por aprender algo nuevo, sienten que ya saben lo suficiente, todo lo que necesitan saber para cumplir con su destino en la vida.

Desde que nacieron, estos falsos zombis, han sido aleccionados por su entorno social, se les ha dicho, hasta lograr que se lo crean a pies juntillas, lo que deben sentir, pensar, buscar, hacer; de que modo deben verse a si mismos, de que manera ver a los demás, de que forma ver la vida. Y, ahora van por ella, la vida, como aquel que va por una autopista, bien seguros de que el ingeniero que la construyo es de fiar y bien sabía lo que hacía. Sienten que desviarse de ese camino ya hecho es caer en la oscuridad salvaje de un bosque cuyos arboles no dejan fluir la luz. Y, les aterra perder esa senda, nada es para ellos tan importante como la promesa doble que se les ha hecho en nombre de esa autopista; se les ha prometida que ella y solo ella les puede garantizar un mínimo de aciertos en la vida.

Le tienen tanto miedo a ese bosque oscuro y salvaje, de apariencia caótica, ese que imaginan rodeando su autopista que aunque quisieran, que no quieren, investigar, explorar lo que es la vida fuera de esa autopista, no osarían hacer tal cosa. Ellos creen en limites que fueron inventados por otros no muy diferentes a ellos, ven fronteras en la vida que en realidad solo existen en nuestros mapas y para nada en ella, llaman luz a estar dormidos soñando estar despiertos y que ven la luz del Sol. Pero sus ojos están cerrados.

La realidad es que la Realidad, de la vida, está fuera. Y, dentro también. Pero no en nuestras fantasías, no en nuestro imaginación, no en “verdades” consensuadas. La realidad es que nuestro entorno cultural, como cualquier otro, es mucho lo que sabe pero también mucho lo que ignora y la mitad de lo que nos pide que nos creamos es simple y llanamente una mentira, un disparate y hasta en ocasiones una aberración. Vivimos atrapados en el sesgo cognitivo, en el prejuicio campante.

Somos una sociedad de zombis, aunque nos lata el corazón. Vamos por la vida, envejeciendo y muriendo, sin llegar jamás a estar vivos del todo. Es esa la forma con la que damos forma a nuestra sociedad, a nuestra cultura, y a la mirada de nuestros niños. De vez en cuando, menos mal, surge alguien que es una excepción y aporta algo valido, pero de cada cien o mil veces solo una se le hace caso y la mitad de las veces en que le hacemos caso es para usar eso valido pero de un modo, manera, forma que son invalidas.

Vivo en un bosque tenebroso, oscuro, frío y caótico. Donde la luz no da entrado. Vivo en él desde que nací. Pero ese bosque no se encuentra fuera de esa autopista ya mencionada, al contrario, ese bosque que no deja pasar la luz es esa autopista.

El sentido de la vida se encuentra fuera del asfalto. Pero somos como el borracho de aquel viejo chiste, que habiendo perdido las llaves de su casa en un callejón oscuro corrió a buscarlas bajo una farola que había al doblar la esquina y por la sencilla razón de que allí, como luego dijo, había más luz. Pero más ilumina la oscuridad de la noche que la mejor farola cuando las llaves no están bajo la farola.

Estamos borrachos de falsas verdades.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Tengo derecho a estar triste

¿Tan difícil es de entender?, la tristeza forma parte de la vida. A veces luce el sol, otras llueve y ambas cosas forman parte de la vida. La vida no es un valle de lagrimas, pero tampoco es una senda de risas, me gusta el viejo dicho cristiano que reza “de todo hay en la viña del Señor”; el viejo ruego pagano, si es que es pagano, ese pedir a los dioses, “que mi medida este bien colmada; el anhelo de aquel poeta que deseaba poder reír con todas sus risas pero también poder llorar con todas sus lagrimas.

Yo no soy budista, no sirvo para ser budista; no soy cristiana, no sirvo para ser cristiana. Soy pagana o eso me parece ser. No sirvo para huir de la vida buscando refugio de ella fuera de ella.

Para mí la vida es un campo de batalla, en el que me encuentro y lucho por aquello que amo y en el que a mi lado se encuentran fuerzas que me son aliadas y la vida me pone, y fuerzas que se me oponen y también es la vida la que me las pone a mi lado. Y, a veces gano, y a veces pierdo. Y, celebro mis victorias y lloro mis derrotas.

Por estas fechas, acercándose ya el 25 de diciembre a pasos agigantados, siempre me pongo triste. Es la época del año en que hago examen de mis derrotas de ese año y más me pesan las de otros años, centro mis días en ver donde y en que he de rendirme, donde y en que he de seguir luchando y donde y en que he de iniciar nuevas luchas. Y, me duele cada una de esas rendiciones, sí, pero aquel que no se sabe rendir a tiempo, cuando lo que toca es rendirse, no conserva sus fuerzas, las agota en un batallar inútil que ya tiene más que ver con la ceguera que con el deseo de vencer y una vez perdidas esas fuerzas ya no las tiene para continuar otras luchas o iniciar otras nuevas en las que quizá si sus fuerzas son suficientes, si su destreza está a la altura, si su perspectiva es correcta o no demasiado errada y a poco que la vida le ayude más que le obstaculice, bueno, en fin, que quizá en ellas si pueda vencer, pero necesite para ello esas fuerzas que no se deben usar a la ligera, malgastar en actos y actitudes que puedan parecer, quizá, heroicas pero yo no busco ser heroína en nada ni de nada, lo que busco es el mayor numero posible de victorias en aquello que amo y sufrir en menor numero posible de derrotas; lo de pasar o no por héroes se lo dejo a otros. Pero no solo me entristecen mis derrotas.

Yo no lucho por capricho. Lucho por lo que amo. Lucho cuando lo que amo es aplastado por la vida o lo que hay en la vida. Y ver aplastado lo que amo me hace llorar, por eso cuando lucho lloro. Y en estas fechas, como todos los años por ellas, yo veo mucho, pero muchísimo, de lo que amo aplastado por botas sucias y estúpidas y entonces claro que me pongo triste y claro que incluso lloro.

No todos mis amores son iguales, los hay de un tipo, de otros, más grandes o no tan grandes y los hay hasta más bien pequeños; tampoco todos esos aplastamientos que sufren son iguales, los hay que son aun peores y mayores que otros. No todos los pisotones me duelen igual.

Me duele Alepo y todas las mentiras que los unos, los otros y los demás allá nos cuentan para que sigan siendo lo que hoy es. Me duele un niño llamado Aylan, muerto ahogado, y todos esos europeos que ante esa muerte se lavan las manos como dicen que hizo un tal Pilatos en su día, incapaces de dar asilo a aquellos que huyen de esas salvajadas, sean en esa ciudad o en cualquier otra parte del mundo; me duele la anciana muerta en el incendio de su casa por no poder pagar la luz y verse obligada a usar la vela encendida que prendió el fuego, en un país en el que nadie tenia la necesidad de dejarla sin luz. Me duele una hermana, una amiga, cuyo nombre quizá jamás llegare a saber, ni su rostro conocer, asesinada por su propia gente cuando la consideraron merecedora de ello por casarse con un hombre de otra religión, ya hace unos años que la mataron, es verdad, pero es que aun de vez en cuando me cruzo con gente que prefiere sonreír a sus asesinos, darles la mano y llevarse bien con ellos que decirles lo que les diría cualquier persona decente. Me duele que nos guste a los humanos tanto, pero tanto, vivir en la propia estupidez, ya que todas esas muertes nacen de esa estupidez, no de otra cosa. De la vana estupidez humana. La estupidez las causa, la estupidez las permite y si pensáis que es otra cosa, el ego por ejemplo, es que aun no os habéis parado a mirar,
que tras eso que llaman algunos ego se esconde la estupidez enmascarada tras él y moviendo los hilos cual si no fuera otra cosa el ego ese que una marioneta.

No, el problema no es el ego, hay egos sanos que para nada necesitan hacer daño estúpido.

El problema es la estupidez, eso y que la vida incluso aunque no deja de ser un jardín de rosas sus rosas tienen espinas y a veces nos pinchamos, cosa de la que doy fe pues para colmo ando yo estos días muy pinchada.

Por eso estoy triste. Pero a ver ahora como les digo yo, a la gente que me aprecia y me lo notan, que no pasa nada, que es solo una fase que necesito atravesar como se debe atravesar el invierno para alcanzar la primavera y llegar al verano. Que necesito que me dejen estar triste en paz, en lugar de acosarme con sus argumentos falaces sobre como dejar de estar triste (¡qué ni que fuera una enfermedad!) y paren ya de intentar someterme a chantajes emocionales para tratar, sin que les vaya a funcionar, de obligarme a ponerme alegre o cuando menos pues menos triste.

viernes, 25 de noviembre de 2016

ser rara

Una conversación de un lado a otro de la barra, una camarera y un cliente, una tarde cualquiera, casualmente la de ayer. En un momento a media conversación le digo que soy rara y ocurre lo que con frecuencia ocurre cada vez que lo digo a alguien que me tiene aprecio. Se me queda un segundo mirando, como queriendo asegurarse que la barbaridad que dije es en efecto la barbaridad que dije. Y, tras el segundo llega la negativa, no, de eso nada, yo no soy rara me dice y me lo dice con la misma voz con la que defendería la inocencia de una hija.

Normalmente le daría por imposible y no le haría ningún caso, cambiaría de tema y simplemente añadiría este a los varios que no se puede hablar con él, que son pocos. Pero resulta que a esta persona la tengo en muy especial aprecio. Quiero que me comprenda y por lo tanto insisto, sí soy rara, pero él que es inteligente y sigue dispuesto a hacerme creer que no sabe, por mi insistencia, que para convencerme va tener que recurrir a argumentos, lo encuentra en seguida, “todo el mundo es raro”, me dice.

Me duele que recurra a eso, aparte la vista dolida y le dije que por favor no me ofendiera. Pero no sé si me entendió. Me duele que la gente que aprecio, en especial, use conmigo argumentos que ellos mismos saben falsos y me ofende que esa gente, otra me da igual, consideren que, por aprecio a mi persona, hay que negar que soy lo que realmente soy aunque para ello haya que recurrir a una mentira.

Es cierto que todo el mundo tiene sus rarezas, que cada cual posee sus manías, que cada persona es un mundo, pero eso no es ser raro. Y, él lo sabe.

Le trate de explicar que ser raro no es cosa mala de ninguna clase, pero no escuchaba, en lugar de ello trataba de dar con nuevos argumentos con los que sacarme de la cabeza que soy lo que no quiere que sea aunque le encante que lo sea.

Entonces recordé un experimento de psicología social del que una vez me hablo otra “rara ave” que habita en estos lares, un experimento que a él y a mí nos asusta pues demuestra que los seres humanos tenemos instinto de rebaño.


Experimento conformidad e influencia social en... por anabaez_
http://dai.ly/xnwmhl

Es de ese instinto de rebaño de donde nace la capacidad humana, aunque no solo de ello, para dejarse manipular hasta el punto de que los pueblos van a la guerra aun cuando sus propios soldados y aun más sus madres no quieran la guerra.

Es esa voluntad de ser rebaño lo que hace posible los totalitarismos, primero el totalitarismo religioso, ese que te dice que todos tenemos que creer lo mismo a lo que mal llaman universalismo (yo llamo universalismo a lo contrario, a aceptar que no todos opinamos lo mismo) y luego añade que aquel que no opine lo mismo que ellos es un mal sujeto al que debes eliminar; luego, cuando historicamente la sociedad quedo tan absolutamente hastiada de ese seudouniversalismo intolerante, nació un sano escepticismo y amor por la libertad de pensamiento que nos costo muchas vidas defender, pero por desgracia no lo hemos defendido lo bastante como lo prueba que el ateísmo nacido de ese totalitarismo ha plagiado sus modos en ideologías totalitarias previas. Es ese instinto de rebaño lo que eleva a los altares la “posesión” que dicen tener algunos de la verdad y que termina pariendo, aunque no sin ayuda de otros factores, fenómenos sociales como la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin. Ese mal llamado universalismo cuando va de la mano del nacionalismo o del racismo puede hacer referencia a solo una parte de la humanidad, pero sigue teniendo pretensión de verdad indiscutible y voluntad de arrasar con todo el que opine de otro modo o simplemente se queden fuera de su “universo” particular. Ese tipo de universalismo le tiene fobia a la diversidad del universo y por ello pretende dominar lo universal amputandolo, es decir acabando con la parte del universo que no les gusta. Eso, insisto, no es verdadero universalismo.

Por lo tanto que la mayor parte de la gente que me aprecia reaccionen “defendiendome” cuando les digo que soy rara me asusta y más en los tiempos que corren.

Por supuesto ser raro no es garantía de nada. Que el oro sea raro no significa que todo lo raro sea oro, pero de una cosa podemos estar seguros y es que solo lo raro puede ser oro.

La especie humana necesita ser diversa, pues es esa diversidad la que nos permite explorar territorios, realidades, aspectos, vías, perspectivas novedosas. Es la gente “rara” la que nos ha regalado la filosofía de la antigua Grecia, raros eran los primeros liberales que arriesgaron la vida luchando contra el despotismo de su época, raros los cuáqueros que osaron enfrentarse al sistema esclavista entonces imperante, raras las sufragistas gracias a cuya lucha hoy las mujeres, en los países al menos medianamente civilizados, tienen reconocido el derecho a voto y así todo un largo etc.

Por lo tanto, yo que soy rara estoy orgullosisima de ello. No nací para ser oveja. ¿Queda claro?. ¡Pues eso, que soy rara y a mucha honra!

Por suerte para mí he nacido en un lugar y una época en la que me puedo mostrar tal como soy, nadie me va guillotinar como si guillotinaron a Shofie Scholl, esa estudiante alemana que lucho contra Hitler repartiendo a escondidas panfletos contra él, ni me van a crear problemas, como sí pasaría actualmente en amplias zonas del mundo, si me cruzo con un vecino y por ser “rara” allí tengo el “desliz” de permitir que me vea un mechón de mi cabello, ni me van a lapidar si decido casarme con un musulmán como si lo hicieron, su propia gente, con una yazidi

No, yo no recomiendo a nadie en tal tipo de circunstancias que deje ver que es rara o raro.

Y, reconozco que incluso en España existe cierto riesgo si te ven como “demasiado rara”, que conste, pero aunque queda mucho por hacer y lograr, esto en comparación con otros sitios y otros tiempos es casi un paraíso. Dejadme pues que lo aproveche.

Dejadme ser lo que soy, que eso es lo que me gusta ser y solo tengo esta vida para ser. Y, vosotros, por favor, si podéis no me seáis rebaño, que nacisteis humanos, no ovejas. Comprendo que eso asusta pues al salir del rebaño nos quedamos a la intemperie, sin su techo, ni su suelo, ni esas paredes suyas que lo limitan y nos protegen del exterior, pero es que hay riesgos que compensan. Y, sí ya sois raros, entonces felicidades, y de vosotros lo celebraba.

En fin, que no sé si mi amigo al final me comprendió o no, pero que al menos mientras vio el vídeo no paro de reír y eso, al menos, ya es algo :-D


viernes, 4 de noviembre de 2016

Me andaba yo enamorando

Este verano he conocido una persona y me andaba yo enamorando de ella. Poco a poco, sin prisas, pero sin detenerme. Y, yo estaba permitiendo que eso ocurriera, es más lo veía bien, incluso me felicitaba por ello.

Pero esto es algo raro, muy raro, en mi vida. Es raro por una razón, solo una vez me enamore y pague por ello tan atroz y salvaje precio que soy ahora cual gato escaldado que hasta del agua fría huye o al menos eso es, lo admito, lo que fui durante muchos años. Pero lo recientemente acontecido prueba que el pánico en el que yo vivía ante la posibilidad de enamorarme ha desaparecido.



Hoy quiero hablar sobre ello y sobre la decisión que he tomado. Y lo que voy decir seguro que a más de uno y de una le va sonar raro.

No identifico para nada el enamoramiento con el amor o una forma de amor.

El enamoramiento es una borrachera de hormonas causada por, y que a su vez causa, un autoengaño, una ilusión, un espejismo, una mentira.

El enamoramiento es eso que hacemos, y nos ocurre, cuando ante alguien que nos gusta en especial corremos a pintar lo que vemos de esa persona de los colores que más nos gustan. Dice mucho de como es cada cual, pero nada de como es la persona de la que nos estamos enamorando, a esa persona nos la oculta, vela, pues al teñir lo que de ella vemos, esos colores que le proyectamos, tapan los reales.

El enamoramiento es de quita y pon o más bien de pon y quita, viene pero luego se va, puede tardar en irse pero siempre termina marchando. Cuando se va es cuando realmente podemos conocer a la otra persona y a la vez a medida que la vamos realmente conociendo el enamoramiento se va diluyendo ya que ver los colores reales de algo nos impide fantasearlos.

Por supuesto el enamoramiento puede ser una puerta para el amor, a veces lo es, y otras para nada. De hecho el enamoramiento es hasta cierto punto compatible con el amor. Pero el amor que puede estar presente durante un enamoramiento es ese mismo que queda cuando el enamoramiento se va, si no queda amor es que no lo hubo. El amor no es de quita y pon, cuando llega es para quedarse. Puede ir a más y de hecho tiende a ir a más, el amor, pero no sabe, ni puede, ir a menos.

A veces amamos y al conocer mejor a la persona descubrimos que no la amamos, eso es verdad, puede deberse a que estamos confundiendo dos verbos “querer” y “amar” que son muy distintos pero solemos usar como si fueran sinónimos, otras veces se debe a que la persona a la que amábamos no existe, si no que la real es otra, y el amor es fiel, siempre, respecto a lo amado. Si alguien se hace pasar por otro, o simplemente yo le tomo por otro, que yo llegue amar a esa ficción no significa que ame al ser que me la inspira, si luego descubro la verdad mi amor va seguir depositado en la persona ficticia y renegara de la real. De hecho amo, y sospecho que lo mismo le ocurre a los demás, a seres que jamás han existido, me los he encontrado en novelas, películas y por supuesto en confusiones en mi vida cotidiana en las que tome a alguna gente por lo que dicha gente no es realmente.

Ese mar de hormonas que nos inyecta en sangre el enamoramiento a parte de dificultar nuestra visión, comprensión, de la persona real tiene otro efecto. Nos da alas. Nos hace sentir el cielo. Justifica la vida y el ser, en el sentido de que nos hace sentir en armonía con nosotros mismos y con el mundo. Tiñe todo de color hermoso, nos vuelve hasta más puro el aire. Todo lo cual resulta profundamente placentero, como es natural y supongo que puede incluso provocar adicción.

No me falta en mi entorno gente para los cuales la vida cuando no están enamorados es gris, carece de sentido y no se le encuentra valor alguno. Para ser felices necesitan estar enamorados, se les corresponda o no. Pero ese no es mi caso.

El sentido a mi vida se lo doy yo. Nunca he necesitado que nadie se lo de. No siento, por ello, necesidad ninguna de enamorarme. Y, pese a ello me estaba enamorando y disfrutando ese enamoramiento. A sabiendas de que era un autoengaño me parecía oportuno, feliz y satisfactorio. Y, me dejaba hacer y llevar por todo ello.

Lave con ello viejas heridas, emponzoñadas y sin cicatrizar. Ahora si podrán cicatrizar sin que le quede dentro tal ponzoña. Pero hoy he decidido parar el proceso de enamoramiento. O cuando menos lo voy intentar.

No me interesa un enamoramiento no correspondido y menos un trío sentimental en el que llevar la peor parte. Eso me lastimaría y a cambio no me proporcionaría nada. Me he pasado el tiempo siendo a la vez espectadora y protagonista de una película, he disfrutado el espectáculo, pero es hora de abandonar el cine.

En fin, tras darme una ducha en agua fría, (más metafórica que otra cosa), voy dedicarme a conocerle mejor y amarle más.

Es hora de mirar su rostro sin mentiras que me lo velen.

lunes, 5 de septiembre de 2016

La chica que ríe y ríe y no para

Su nombre es Carla o vamos decir, aquí, que ese es su nombre, que es más o menos lo mismo.

Hay varias cosas, muchas en realidad, que me llaman la atención en Carla. Una de ellas que, al menos en publico, cuando interactua con otra gente se pasa el 60% del tiempo riendo y el resto sonriendo y cuando digo el 60% seguro que me quedo corta. Lo hace con todo el mundo, hombres o mujeres, independientemente de la edad y le conozca o no. A alguien que como yo es bastante “ogro”, que rara pero muy rara vez sonríe y que pueden pasar meses sin que ser humano me vea reír, algo como esto me llama la atención.


Normalmente, en otras circunstancias a alguien que hace eso, lo que ella hace, inmediatamente lo catalogaría de mente simple y estoy usando un eufemismo cuando digo eso. Pero no puedo catalogar de ese modo a Carla, pues hay demasiados detalles en ella, aunque ahora no venga a cuento detallarlos, que lo contradicen. No, Carla no es simple para nada. Por lo tanto encuentro en ella un misterio que, por ahora al menos, aun no he resuelto.

He pensado, buscando posibles explicaciones, que quizá es victima de un suceso de su infancia, que en algún momento de su primera infancia alguien la valoro de un modo similar a como fue valorada una de las niñas de las que hablo en un articulo ya publicado. Fue valorada no por ella misma si no por la capacidad que en ese momento mostró para alegrar la vida y hasta hacer reír a otros. Y, se quedo con la “copla” y desde entonces sus intentos de caer bien a la gente y ser estimada radican su estrategia en transmitir alegría, incluso cuando en realidad por dentro pueda incluso estar llorando. Pues buena parte de su risa más parece destinada a ser oída que liberada.

Pero, no puede ser eso solamente. Hay algo más. Como ya he dicho ella no es simple. Es de mente y corazón complejos, profundos si lo preferís expresar de este otro modo. Extensos. Eso, seguro, no me confundo.

Solo dos veces la vi fuera de sus risas y sonrisas. Adentrada en furia. Una fue le día, la noche más bien, en que nos enteramos de la muerte, injustificada, innecesaria, vana y causada por mera necedad humana de un grupo de personas. Eso la enfureció y fue furia, rabia y dolor lo que entonces grito. La segunda ocasión no grito nada, pero hablo alto y claro, interviniendo para evitar una absurda pelea a puñetazos entre un grupo de necios amigos de tales cosas. Y, lo consiguió, en ambas ocasiones vi su temple y que tiene un fuerte instinto de justicia. Y, no me encaja ese temple con ese no saber parar de reír, ni la velocidad con la que es capaz de adaptarse a giros inesperados en una conversación, es de inteligencia rauda y por lo tanto eso tampoco me encaja con la posible explicación, simplona, que de su no saber parar de reír he dado antes.

¿Qué sucede entonces con Carla?

Cada vez que la veía no podía dejar de hacerme la pregunta.

Pues bien, es posible que haya por fin resuelto el misterio.

Esta tarde mientras ella reía yo me baje un puñado de paginas web para mirar luego en casa, ya en casa vi que había otro puñado, bajado hace ya tiempo, que aun no había leído y me puse a ello. Encontré en una de estas últimas material, pienso, para una entrada que publicare en otro blog, uno que no es mio, pero entre ello una cita que me parece y creo no equivocarme que engarza directamente no solo con un tema que tengo pendiente desarrollar tanto en este como en ese otro blog si no, que es lo que importa hoy, con el misterio llamado Carla.

Esa cita es de un taoísta del que ni tenia noticia de su existencia pero que hablando del camino hacia la felicidad nos dice:

“La gran mayoría de las personas
qué vacía y mal se siente, porque usa
las cosas para deleitar su corazón,
en lugar de usar su corazón para
disfrutar de las cosas. ”


Lo primero que pensé es que esa cita me viene genial, ya que expresa a las mil maravillas lo que pienso sobre el sentido de la vida y por lo tanto lo que pretendo decir el día que hable de ese amigo mio que no le encuentre ninguno a la vida, lo que pretendo decir si algún día, como pretendo, hablo de un tal Cioran y la razón que hace que tal hombre, su modo de ser, me repela. Pero tras un instante, un poco largo pero instante al fin y al cabo, me dí de cuenta de que esa puede ser la razón profunda que explique y con ello se resuelva el misterio que encuentro en Carla.

Puede que Carla no sea taoísta, puede que ni sepa lo que es el taoísmo, pero bien puede ser, y cuanto más lo pienso más me parece que en efecto es, que sepa ella, sin que nadie se lo haya enseñado hacer uso “ de su corazón para disfrutar de las cosas”. Simplemente eso, Que sabe lo que la inmensa mayoría de nosotros ignoramos.

Un día de estos en que la ocasión se me muestre oportuno lo tendré que hablar con ella, a ver que es lo que me puede enseñar sobre ello. Pues cuanto más lo pienso más me parece que entre lo que ya sospechaba ayer y lo que recién he comenzado a sospechar tengo por fin el misterio resuelto.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Recapitulando

El blog nació, como idea, una tarde de verano. Y, su primera publicación fue hecha poco después, el 21 de agosto del año pasado. Fue concebido para cumplir una función y en aquellos días lo procure preparar para ello.

Concebimos el blog entre tres, una camarera y dos clientes de confianza. Pensamos que sería interesante contar toda una serie de historias relacionadas con bares, cafeterías y similares. Para mantener la privacidad de todos aquellos relacionados con ellas pensamos en inventar un personaje, una camarera, Lilith, que las contaría, un local ficticio en el que las centraríamos, en un pueblo de la costa gallega aun por determinar y quizá también ficticio. Pero en realidad, salvo dar su ocasional opinión personal, dos de ellos nunca han hecho nada en el blog, por lo que, y me costo meses, termine aceptando que en realidad el blog es mio y solo mio. Y, Lilith en vez de ser un personaje ficticio ha terminado siendo simplemente un seudónimo mio, como lo podría ser cualquier otro.

En realidad el blog nunca fue aquello para lo que lo pensamos aquella tarde.

Fue pasando el tiempo y estos días se cumple un año de su existencia, en realidad lo hace hoy (aunque este texto lo publicare más tarde) día 24 de agosto por la sencilla razón de que la publicación del 21 se hizo solo para que la del 24 no fuera la primera. El 24 es el aniversario de un homicidio del que me había enterado poco antes, y quería que en esa fecha apareciera algo en recuerdo de la victima. En honor de ella. En recuerdo suyo. Pero no que apareciera en un blog en blanco, desnudo y que en aquellos momentos yo sentía como frio, demasiado, para algo como eso. Le quise hacer esa entrada previa como un modo de “acoger” mi duelo por una persona a la que nunca podre conocer.


Luego el blog continuo, una noche paso algo, vi algo, sucedió, el tipo de cosa que no debiera pasar.
A la tarde siguiente hubo una discusión. Yo tolero muy mal a la gente violenta. Y, tampoco tolero muy bien, que digamos, a los que disculpan o justifican a esa gente. Esa discusión me dejo muy mal sabor de boca, tanto que escribí algo, para lavarme la boca con palabras y quitarme de ese modo buena parte de ese sabor. Pero unos días después aun estaba bajo el efecto de ello y era de nuevo un 24, esa vez de Diciembre, entonces escribí algo que de otro modo seguramente no me habría dado por publicar.

Ese 24 de Diciembre hago publico que soy pagana, no es que mi paganismo sea un secreto, no lo es para nada, pero no todos mis amigos saben que lo soy, y la razón es sencilla, nunca vino a cuento que se lo dijera, nunca lo preguntaron, les da igual. Y, es que aunque mi paganismo no sea un secreto tampoco es una bandera que enarbolar, o al menos no lo venia siendo hasta ahora. Pero ese 24 de Diciembre sentía una feroz necesidad de explicarme. Encuentro intolerable la tolerancia hacia lo intolerable. Disculpar un maltrato, justificar un maltrato, excusar un maltrato es facilitar el maltrato y que se haga eso con palabras pronunciadas en tono de santidad me parece no solo un insulto a la vida, me parece un insulto a las victimas. Lo tenia que decir.

Pero al publicar eso no pude evitar sentir curiosidad sobre que habría en la red, Internet, sobre paganismo. Y, curiosee.

He sido invitada a publicar en un blog de paganismo. Y, puede que piense ya más en ese blog que en el mio. Me duele cada vez que tengo que autocensurarme en este blog, para no herir la sensibilidad de algún vecino, por otro lado gracias a Vicent el blog no parece un monologo, pero sigue teniendo mucho de monologo y no soy amiga de los monologos, además me cansa tener que andar pidiendo permiso para publicar ciertas historias, encima cada vez que lo hago se entera alguien nuevo en el pueblo de que tengo el blog lo que a su vez incrementa mi tendencia hacía la autocensura de las historias. No sé.

Algo va mal, algo hago mal.

Estoy dejando que opiniones ajenas decidan lo que publico o no y el modo en que lo hago, incluso opiniones que me imagino.

De ese modo no me sorprende que le ande tomando alergia a publicar.

Pero no falla el blog, ni lo que hago en él, falla la perspectiva con la que miro lo que hago en él. Con una perspectiva ajena en la que me difumino y termino perdiendo. Por lo tanto, el blog no va cambiar, voy ser yo la que cambie, para volver a ser como era con él antes de que que cambiara mi mirada por la ajena.

Diagnosticado el problema la solución parece fácil.

Hace unas noches, la del sábado, alguien me dijo que la mayor parte de la gente en vez de vivir como creen que deben vivir viven como creen , ellos, que los demás creen que deben vivir. Me dijo que yo no soy una de esas personas, y tiene razón, a veces no lo soy. Pero es muy fácil terminar siendo así, incapaz de vivir salvo pidiendo permiso a los demás para vivir. Y, a veces, de tan fácil que eso es, hasta yo caigo en esa trampa.

Es hora de salir de ella.

domingo, 31 de julio de 2016

Algo está pasando

En efecto y no voy entrar en detalles pero algo está pasando. Hasta el blog lo delata, pasan los días, las semanas, y las publicaciones que quisiera hacer no se dejan escribir y mucho menos publicar, tengo la mente en otra parte. Vivo en un transito entre un antes y un después como solo he vivido dos veces antes en mi vida.

La primera vez fue el verano que ,terminado el instituto, comencé mis estudios universitarios. Por supuesto luego no fueron las cosas “exactamente” tal y como esperaba, nunca lo son, salvo, quizá, si es muy poco lo que imaginamos y yo era mucho lo que imaginaba. Pero tampoco fue tan distinto. Un más o menos.

La segunda vez fue el verano justo antes de iniciar el curso final de cierta licenciatura. Fue un mar de promesas en el que cual gota de agua en el océano me deje disolver. Para entonces era un poco más sabia que la vez anterior o quizá simplemente menos ingenua o menos tonta, y poco o nada fue lo que me deje imaginar, simplemente me deje llevar, encantada de ser llevada a una nueva vida.

De nuevo en verano se presenta un momento similar a esos otros dos. Un momento prometedor. Pero mucho más radical que los otros dos, con un antes y un después brutalmente distantes, inmensa es la distancia que de tan grande que es hasta el Atlántico se me aparece charquito de agua de lluvia.

 No hay prisa, y me gustaría decir que eso se debe a que más sabe del camino la tortuga que la liebre, pues la rapidez de una la ciega a un montón de pequeños detalles que, pese a pequeños y quizá precisamente por pequeños, bien puede que sean en realidad los más fundamentales del camino. Y, yo soy amiga de aprender. Sí, me gustaría decir eso y callar, por ser mentira, que no lo es, que una cosa son las promesas y otra el final del camino. Algo está pasando, pero nada me garantiza un final venturoso. Simplemente me promete que salga bien o mal tendré, estoy teniendo, una oportunidad para que salga bien. Y, con eso, por el momento me basta. Por si me saliera mal, no hay prisa, quizá, si sale mal, sea la última vez que la vida me regala una esperanza hermosa, nunca se sabe, y la quiero saborear. Sé que no me estoy explicando, no es fácil sin contar demasiado.

Durante años, demasiados años, la esperanza jugo conmigo a un juego cruel.

A un juego sádico.

Mi vivir era como el de aquel pobre desgraciado al que los dioses condenaron a subir colina arriba una pesada roca, y cada vez que la roca estaba a punto de pisar la cima resbalaba sobre el condenado, lo aplastaba y corría colina abajo, a donde el condenado de nuevo tenía que bajar, aplastado como estaba, a empujar la roca colina arriba, para de nuevo, una y otra vez acabar aplastado por ella y volver corriendo colina abajo a de nuevo empujar la roca. La diferencia es que en mi caso no era una roca la que me aplastaba los huesos, era la esperanza rota reventando mi ingenua alma, y cuanto mayor era la esperanza mayor era el aplastamiento. Por eso aprendí a huir de la esperanza, simplemente sin ella vivía mejor. Y, es que entonces, como luego comprendí, eran esperanzas equivocadas, esperanzas que no tenia fuerzas yo para hacerlas llegar a la cima de colina alguna.

Pero la esperanza de la que hablo hoy es diferente. El viento mismo sopla a favor de ella, la empuja, tiene alas, y la colina no parece muy alta, ni muy escarpada. Al contrario que las vanas esperanzas en su día inventadas por mí esta es una esperanza que no busque, que me salio al encuentro en el camino, que se topo conmigo y yo con ella, me la trajo el mundo, me la puso delante de las narices, y es una esperanza que se diría que lucha por llegar a la cima de la colina, que el mundo entero conspira para ayudarle a llegar, no parece una esperanza que deba ser arrastrada colina arriba si no una que me pide ayuda para llegar hasta allí y poder entonces transmutarse en promesa cumplida.

Y, vivo estos días, estas semanas, que terminaran si sale bien siendo unos meses y si sale mal quizá ya la próxima semana embargada por lo que está pasando. Con mis poros abiertos, todos ellos, a esa esperanza cual si fuera yo lagartija al Sol. Y, escucho ese sordo ruido que tan lejano parece de mis huesos clamando su dolor, pero dejándome calentar por el Sol. Si me sale mal, que espero que no, al menos habré ganado ese poco de Sol, yo que ya solo sabía vivir bajo la sombra entre las grietas de la tierra. Y, si me sale bien entonces habré conquistado mi derecho a no tener que volver a esconderme del Sol. A dejar de ver un infierno en la esperanza. Así de sencillo.

En fin, que algo anda pasando y yo ando más en eso que en mí. Por lo tanto nada hay de raro en que el blog lo denote.


domingo, 19 de junio de 2016

Hay bellezas y bellezas

Lo que voy relatar aconteció esta misma noche en la que ahora lo escribo, pero ignoro cuando lo publicare, puede que tarde en llegar el día y puede incluso que esta entrada pase a formar parte de mi colección personal de entradas autocensuradas, que no me para de crecer.

Ocurrió entre dos mesas de una misma terraza, en un local de donde vivo. En una de ellas había un grupito sentado, otro en la otra. Hombres y mujeres. Alguno alegre con ayuda del alcohol y muy poco amigo de encadenar la lengua, usuario hacía un momento de una de las mesas y ahora sentado en la otra va y le suelta un piropo, en plan informativo y buen rollo, a una de las mujeres de la otra mesa, literalmente fue algo como “tal, estas igual de guapa que siempre”. Pero, antes de seguir, hay que enmarcar esto en su contexto.


No fue un piropo al uso, tal te lo puede soltar un desconocido cuando te lo cruzas en la calle. La chica aludida, la voy llamar así pese a estar ya a solo dos pasos de los cincuenta, fue en su momento, durante mi adolescencia, un modelo de mujer en el que por diversos motivos, no solo esa belleza, nos miramos muchas y me consta que no fui la única que se dijo a si misma “yo cuando sea mayor quiero ser como tú”. Era alguien, y sospecho que lo sigue siendo, que polariza, por algún para mí inescrutable motivo, las reacciones de la gente hacia ella, son muchos, pero muchos y muchas, las que se sienten impactados ante ella o bien positivamente o bien negativamente y lo sabe. Nunca he sabido de nadie ante quien sea tan fácil perder la neutralidad como lo es ante ella. Sea como sea todo esto parece guardar relación a la vez con su belleza física, mera lotería de los genes, y su personalidad, puro merito suyo; otra en su lugar, con ese mismo tipo de belleza, desde luego no impactaría de esa forma.

De que modo reacciono esa chica al piropo no lo puedo decir, pues la melena de una tercera mujer me impedía ver su cara y nada dijo, en momento alguno al respecto, pero me parece poder deducir, por la reacción de la amiga, y de modo consecuente con la intención del hombre, que lo hizo de modo positivo, alegrándose de oír lo que estaba oyendo. La amiga reacciono reconociendo que el hombre tenia razón, pero dijo algo más que me choco, afirmo que eso era natural ya que las mujeres cuanto más avanzan en edad más hermosas se vuelven, e insistió una y otra vez en ello, en lo uno y en lo otro, piropeando ella a su vez de ese modo a la chica. Y, durante un momento ambos, la amiga y el hombre alegre, se intercambiaron mensajes reiterando lo afirmado, de un modo que me parece que salvo a otra mujer que también estaba alegre a todos, incluida la propia chica supongo, nos sonó aquello a un “nos parece que te va hacer bien saber que nosotros, pese a tu edad, te seguimos viendo como un paradigma de belleza”, vamos que tenían aquellos piropos un descarado olor a piropos compasivos, bien intencionados, y no creíbles aunque sí, cosa curiosa, sinceros y honestos.


Quise entonces intervenir, pero por motivos que me voy callar guarde silencio. Pero aquí, ahora, en mi dormitorio, escribiendo en la soledad soy libre para decir lo que pienso. Y, lo que veo.

Veo una belleza que en gran parte se conserva y en gran parte y a pasos agigantados se va perdiendo. Pero es esa una belleza que no debiera importar perder cuando la menopausia te comienza a guiñar el ojo y te envía un mail que te dice espera que voy. Ese tipo de belleza es un truco genetico, para atraer parejas que faciliten la reproducción de los propios genes, nada, aboslutamente nada dice de lo que la persona es o deja de ser en cuanto tal, es un mero acto publicitario en plan “hagame el favor y fijese usted en los muy sanotes hijos que le puedo dar”. En el mejor de los casos es mero síntoma de salud. Yo no voy mentir, ella la está perdiendo, quedando vestigios poco a poco de lo que fue, y aun sigue siendo, por ahora, en gran medida. Pero hay otras formas de belleza y esas si que importan. Una de ellas no se pierde, nunca, con la edad pero tampoco se aumenta con ella, la tercera en cambio aunque tampoco disminuye con la edad si que puede aumentar y muchísimo con ella.

En todos los seres humanos, y no solo en los humanos, anida la belleza. La belleza de lo insondable, de lo profundo, del misterio. De lo que somos y nadie salvo nosotros puede ser. Es la belleza de la vida misma hecha ser. Un ser que puede y necesita desarrollarse, crecer, evolucionar, respirar, capaz de sentir, ver, hacer. Inmensamente grande y a la vez inmensamente pequeño somos cada ser humano y ese contraste es la mayor maravilla. Aunque no todo el mundo es capaz de percibir esa belleza, nadie hay que carezca de ella, ni nadie hay que la pueda perder. Al igual que la primera belleza nace con nosotros, pero al contrario que ella permanecerá en nosotros hasta el momento mismo de nuestra muerta. No hay belleza mayor, mienten los filósofos que afirmen lo contrario, como mentir mienten los poetas que lo osen negar.

Esa pienso es la belleza que ha descubierto la amiga en la chica, ve la maravilla que es el mero hecho de que esa mujer exista tal y cual ella es, con todo lo bueno que pueda haber en ella, pero incluso con todo lo malo que en un momento dado pueda también haber, simplemente ella es, ese ELLA lo es todo, es la meta misma de la vida y también su cuna. Por su sola existencia ya vale la pena que exista el universo.

Esa es la belleza que por instinto conocen las madres de sus hijos. La que nos enseña a amar a la vez que solo amando conocemos.

Pero aunque la amiga se la conozca esa belleza no crece con los años, pues es absoluta. Pero hay una tercera belleza...

Si la primera belleza eso solo externa y la segunda mencionada puramente interna a la persona, la tercera es a la vez interna y externa. Por eso, por regla general, cualquiera es capaz de percibirla. Es consecuencia de la segunda, de cuando la persona, lo que realmente es, busca, necesita, actuar en el mundo, siendo parte de ese mundo, de modo tal que siembra el mundo y a la vez se deja sembrar por él. Nace del modo en que la persona abre su mirada al mundo y es el modo en que lo aprende a mirar, a mirar a lo demás, a los otros y a uno mismo. Esa es la belleza que sí es capaz de evolucionar y crecer con cada día que vivimos y cada aliento que nos alimenta. Pienso que esa es la belleza de la que la amiga trataba de hablar, aunque seguramente desearía aun hablar más de la belleza interna, la que radica en el hecho de ser la chica simplemente quien es, el mayor misterio del universo, aquello por lo que todo el universo adquiere justificación, pero es esa una belleza que no cabe en palabras, ya que todo lo trasciende, imposible nos es hablar de ella y expresar algo que no sea solo sombras cuando es del mismo Sol de lo que queremos e intentamos hablar.

 Pienso que si una mujer es capaz de despertar esa amistad en la otra, en la amiga, una amiga que exhala belleza interna y a la que basta mirar para que más de un dolor se te calme en el alma y más de una herida se te lave y parezca cerrar en la vida...

Pienso que si una persona como esa te encuentra bella es que necesariamente lo tienes que ser.

… Y, pienso, que una chica, a la que vi cuando aun era en efecto una chica, mucho hace ya de ello, llorar a escondidas la injusta e innecesaria muerte de unas personas cuyo nombre y rostro jamás conoció, pero de cuya suerte supo, con el alma rasgada y hasta el tuétano herida, es por supuesto hermosa, sin que los días o los años se lo puedan negar y ella aunque no lo sabe fue en un tiempo, para mí, escuela de vida, gracias a ella soy hoy mucho más hermosa de lo que lo podría haber sido jamás sin ella.

Eso es lo que me hubiera gustado decir entonces, pero guarde silencio y tenia mis razones.

viernes, 17 de junio de 2016

El destino, la vida y nosotros

El destino es el producto resultante del interactuar de lo que cada cual es con el conjunto del universo, incluido en ese conjunto la parte que somos de él, es decir ese modo particular que cada cual tiene de ser y es que el destino incluye no solo el modo en que un ser humano interactua con lo que no es él mismo si no también el modo en que lo hace consigo mismo.

El destino es inevitable, pero no por ello conocible de antemano, pues para ello se necesitaría saber de antemano todo sobre el universo, sus fuerzas y las particularidades de cada cual.

Mi destino ya esta escrito, fijada incluso la hora de mi muerte y cada instante hasta entonces. Pero eso no niega mi libertad. Ni la afirma. La libertad es cosa curiosa. Palabra confusa al ser usada, por lo general, de un modo confuso.

Antes de que yo naciera el universo ya existía, lo continuara haciendo cuando yo ya no esté. Tiene sus leyes, a las que se encuentra sometido y a la vez a todo somete a ellas. Yo no puedo ser una excepción. Vivo bajo la misma ley que él y a él sometida. En esto no soy libre, no cabe tal libertad. No soy libre de alcanzar la luna de un salto ni de volar sin alas o vivir sin respirar. Toda mi vida está sometida a la ley de ser, hasta los dioses le están sometidos. No soy libre de elegir la familia en la que nací, ni los genes que me trajeron y traje al mundo. No soy libre de decidir que me va traer o no mañana la vida, ni lo que me traerá siquiera el próximo segundo. Pretender ser libre en ese sentido es como intentar, querer, agarrar con las manos un triangulo de cuatro lados, puro desvarió.

Pero soy libre, enteramente libre, para decidir reaccionar de un modo u otro ante lo que la vida me aporta, me trae, me hace, me ofrece, me deja vivir. La vida, eso, no lo puede decidir por mí.

Hay pues, en toda vida, un reino de la necesidad, de lo inevitable y otro reino, el de la libertad. Cuando vivo reacciono ante lo inevitable dando lugar de ese modo a un resultado que depende tanto de lo inevitable como de mi pura, simple y llana libertad. Por ello el destino de cada cual no es nunca resultado de nuestra mera libertad, como tampoco consecuencia de lo inevitable sin más. Pues mi propia libertad es inevitable, y no existe el destino sin contar con ella.

Sí, el universo me marca que es lo que la vida me va ofrecer, pero soy yo la que decido de todo eso que es lo que voy materializar y lo que no. Y, al final, de todo ello, aquello que materialice eso será mi destino. No somos hojas muertas mecidas al viento.

Por eso es tan importante saber lo que la vida me ofrece, conocer las leyes de la existencia, del ser, del universo, de la vida. Sin ese conocimiento decidiremos desde la ignorancia de lo que hay, y será entonces nuestra decisión una mera apuesta hecha a ciegas. Por eso la vida, para aquel que comprende tales cosas, es una permanente búsqueda de conocimiento, de luz con el que penetrar las tinieblas y un palpar en ellas cuando nos falte luz, es un luchar por abrir los ojos y ver que hay delante nuestro, un mirar bajo las piedras por ver que se esconde allí. Solo el conocimiento nos permite ejercer nuestra libertad con un grado lo más bajo posible de mero azar. Por ello solo desde el conocimiento podemos afirmar que somos libres. A mayor conocimiento mayor es la libertad de acción, es así de sencillo. Pero esa libertad nada nos garantiza, nada salvo una cosa, que la decisión que tomemos será probablemente la más acertada para el logro de nuestros propios fines.

Por eso es tan importante la llamada plegaria de la serenidad:



         “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar
y sabiduría para entender la diferencia”


… Qué expresa un modo de entender la vida que ya se hallaba presente en la filosofía y religiones paganas, pero que con diferente matiz ha sido desarrollada y aceptada también por otras formas de religión e incluso adoptada por muchos ateos.

Y, esto nos lleva a dos cosas:

Una es a saber rendirnos, sin vergüenza, cuando vemos que llega el momento de rendirnos.

Otra es a jamás rendirnos, mientras quepa esperanza, por pequeña que sea, de victoria.

No hay deshonor en la rendición cuando ya no hay esperanza. Hay incluso honor en ella. Más no hay honor si nos rendimos cuando aun albergamos esperanza de victoria.

Hay que saber aceptar nuestro destino, cuando somos derrotados, como hay que saber luchar para que este sea lo que deseamos que sea mientras aun nos queden oportunidades y fuerzas.

Luchar pues, mientras nos quede aliento para ello y quede una oportunidad para ese aliento. Más si hemos sido vencidos, si ya de nada nos sirve nuestro aliento o ni nos queda aliento, entonces, pero solo entonces rendirse, pero rendirse con la mirada al frente y la cabeza alta de quien sabe que ha hecho todo lo posible por vencer. Luchar pues, pero luchar con los ojos abiertos. Con el corazón caliente y la mente fría.

jueves, 26 de mayo de 2016

El amor no basta

Llega y no me dice nada, su poca locuacidad no existe conmigo, por eso sé que algo pasa. Toma un periódico, se sienta, espero y le termino sirviendo un café, y vuelvo a esperar y sigo esperando y continuo esperando y nada, ni una mirada, ni una sonrisa, ni una palabra. Se levanta por fin, se acerca, deja el periódico en su sitio, no me mira, busca en sus bolsillos y es entonces cuando le pregunto que pasa. Y, en efecto algo pasa.

Viniendo para el pueblo, camino del coche, se cruzo con ella. Esa ella es una muchacha a la que conoció un poco en un hospital en el que trabajaba él, la chica llego allí por un accidente de trafico.
Los médicos hablan con los padres, la operación es complicada, mucho y de ella depende que la muchacha pueda o no volver a caminar. Por suerte, les cuentan, hace poco que ha vuelto un joven cirujano de especializarse en el extranjero de una novedosa técnica para realizar esa operación, técnica que multiplica y por mucho las posibilidades de éxito en la operación.

Pero los padres que dicen estar bien informados, muy bien informados, saber que el mejor cirujano allí era el que era, un hombre ya de largos años de oficio y merecido renombre y no un jovenzuelo que no parecía tener muchos más años que su propia hija, que bajo ningún concepto estaban ellos dispuestos a permitir que el cirujano que la operara no fuera el mejor, más tratándose de algo tan delicado.

Llaman entonces al cirujano en cuestión, que les escucha y les dice lo mismo. Que él esta ya, les dice, a punto de jubilarse, que ha salido una técnica nueva, mucho mejor que la que el conoce, que dado que se jubila y que había un cirujano joven muy prometedor se envió a ese a estudiarla y practicarla hasta dominar la susodicha técnica nueva, que ahora el podrá enseñar a otros aquí, pero que de momento es el joven, aun él único que la conoce bien y que de hecho el anciano pese a todo su renombre, dado que aun no conoce la nueva y quizá ni le de tiempo a aprenderla antes de la jubilación, si operara a la hija la tendría que operar con una técnica ya vieja y mucho menos segura.

Pero los padres siguen empeñados en que sea él y no el joven quien la opere. Dicen que allí, en el mismo hospital trabaja una tía de la chica como enfermera y que saben por ella que el mejor es el anciano.

Llaman entonces a la tía y a ella lo mismo que han contado le vuelven a contar los médicos. Y la tía recomienda entonces a los padres que la opere el joven, los padres la escuchan escandalizados por lo que consideran traición por parte de la tía. Y, se niegan y vuelven a negarse y siguen negándose a permitir que nadie salvo el que consideran mejor opere a la chica. Los médicos al final desesperan y la opera el anciano.

Quizá pudo salir bien, quizá de haber operado el joven también saliera mal. Pero de haber sido el joven las posibilidades de haber salido bien habrían sido muco mayores.

Puede que la historia que acabo de contar sea falsa o no, quizá es mi modo de relatar como unos padres, bien intencionados, le niegan una vacuna a un hijo, pensando que es un mal la vacuna, y no mucho después el hijo muere por la misma enfermedad que la vacuna le habría evitado y toda España se entera, no hace muchos meses de ello. O puede que no sea eso, que sea simplemente esa la forma en que prefiero relatar algo que he visto ocurrir más de un par de veces en mi propio entorno. Que se equivoca y tremendamente todo aquel que diga que lo que hagas por amor bien hecho está. Al fin y al cabo y como decía mi abuelo de buenas intenciones esta asfaltado el camino al infierno.

Y, es que...
No basta con abrir el corazón, hay que saber abrir los ojos.

jueves, 19 de mayo de 2016

Acerca de perspectivas, misterio y realidad

Hay un cuento, pienso que de origen sufí, que relata una historia que como todas las de ese origen es verdadera y además ocurre unas mil veces y aun más cada día y en la cual solemos vernos involucrados los humanos.

Dice la historia que en cierta ocasión un rey envió como regalo un elefante a su vecino el rey de los ciegos. El rey de los ciegos quiso saber que clase de animal era ese que su vecino le había regalado y envió entonces a sus ministros a palpar el animal para que le dijeran lo que el animal era.



Los ciegos ministros palparon y el que palpo una pierna declaro que era el animal como una columna, pero no de piedra o madera si no de cálida piel; otro, el que palpo la trompa afirmo que de eso nada, que el animal era como una serpiente grande y gorda. Más él que palpo una de las orejas los desmintió a los dos ya que noto que el animal era como una bandeja, aunque no de plata si no de carne. Hubo otro que fue el tronco del animal lo que palpo y por ello dijo que en realidad el elefante era como un gran muro, uno pared, de carne y hasta hubo uno que palpando la cola hizo saber al rey que el elefante en realidad era, como había dicho el segundo en hablar, una especie de serpiente, pero no gorda y larga si no más bien corta y de un grosor no mayor que su dedo gordo del pie derecho.

Esa historia tiene diferentes lecturas según la perspectiva desde la que se la lea, pero la que me interesa aquí es la de que la realidad es tan compleja y la vez simple que nos comportamos ante ella como esos ciegos, palpamos algún aspecto de ella y con frecuencia confundimos ese aspecto con la realidad misma. Todo tiene como mínimo su envés, nada es en esencia tal faceta suya y no las otras, somos, la realidad es, un todo.

Por eso colecciono perspectivas, las atesoro y nunca me canso de sumar más. Cada una de ellas me acerca un poco más a entender la realidad, aunque no hay ninguna suma de ellas que me pueda resolver el misterio. No del todo al menos, pues siempre quedan otras facetas por descubrir y a veces entre en las ya atesoradas descubro una equivocada, la de alguien que palpando por despiste los bigotes del rey creyó estar palpando al elefante.

En fin, el caso es que cada vez que encuentro alguien que pienso que me puedo ofrecer una perspectiva nueva, y correcta, monto una fiesta tal, para celebrar tal fortuna, que me puede durar una semana entera o más.

miércoles, 11 de mayo de 2016

La muerte me enseña a amar

Dado que nací todo me indica que algún día, más pronto que tarde, moriré. Mi muerte y yo somos viejas compañeras de camino, que aun no nos hemos encontrado frente a frente, no del todo al menos, pero que el propio camino terminara haciendo que nos encontremos y me abrace ella y yo a ella. Tanto tiempo nos llevamos observando la una a la otra que hay ya una larga lista de cosas que he aprendido de ella y gracias a ella.



He aprendido a amar mejor, y a no confundir ese verbo con otros.

Recuerdo un consejo que daba un psicólogo, para ayudar a que los matrimonios no se terminen rompiendo. Aconsejaba a cada miembro de la pareja recordar, siempre, que el otro se puede ir y de esa forma se le puede perder. Eso se supone, y lo creo, que dado que queremos a la otra persona, y por ello, no la deseamos perder, ese nos motiva para dar a dicha persona todos los motivos que podamos para que no nos deje y ninguno para que nos deje. Me parece un sabio consejo, seguro que suele funcionar. Pero es un consejo basado en el querer, no en el amar.

La muerte me enseño uno mejor, uno para los que aman o están dispuestos, al menos, a llegar a amar. “Recuerda que algún día morirá”. Al hacer eso recuerdo que en efecto algún día se va ir, no solo de mi lado, si no de la vida misma, que sus días, sus horas, se habrán terminado. Entonces todos los velos con los que mi propia vida envuelve a esa persona se me van, ya no es la persona que me aporta esto o lo otro, de la que espero, pretendo, quiero, busco, esto o lo otro. Se convierte ante mis ojos simplemente en ella, con todo lo que eso implica, su piel no es ya la piel que yo amo, si no esa piel real, la suya, que suda y es capaz de pasar frío, que la envuelve y protege pero puede a su vez ser dañada, que contiene un universo entero que la trasciende, es esa persona, ella, que vive su propia vida, desde su propio ser y con todo lo que ello implica. Un milagro en si mismo. Pero un milagro que algún día, quizá pronto, quizá ahora mismo morirá y ya no estará a mi alcance, no a menos al alcance de mis propias particularidades y peculiaridades. Ya no le podre dirigir la palabra, ni la vista, ni ofrecerle la mano. Ya no la podré ayudar más, ni herir, ni tantas otros cosas...

… Y, es entonces cuando se convierte en sagrado cada instante en el que aun sí puedo dirigir a ella mis palabras, miradas y tiene mi mano forma de dar con la suya. Y, eso, al recordar todo eso, hace que todo lo que yo quiero, anhelo, espero, deseo, busco, para mi pierda peso y lo gane todo lo que ella quiere, anhela, espera, desea y busque. Entonces si estaba enfadada con ella, eso hace que el enfado se diluya; si quemaba puentes entre ella y yo, eso hace que los busque reconstruir. Pero no por un miedo egoísta a que me deje, por miedo a que venga ya la muerte y se la lleve y ya no la pueda volver a abrazar, no por miedo a quedarme sin sus abrazos, que lo tengo, si no por miedo a que se quede ella sin los míos, no por miedo a quedarme yo sin sus palabras, que lo tengo, si no por miedo a que se quede ella sin las mías, no por miedo a quedarme sin sus miradas, que lo tengo, si no por miedo a que se quede ella sin las míos, y temo entonces que mis palabras, mis abrazos y miradas no le aporten a ella lo que pueden y por ello me las miro y remiro buscando hacer de ellas que sean lo que ella necesita, del modo en que lo necesita.

A eso me enseña la muerte a amar mejor. Y, otras cosas me enseña que hoy me voy callar, pero de todas es esa la que más valoro.

domingo, 1 de mayo de 2016

Hablando sobre la muerte

Temo que nos hemos pasado. Él y yo.

Fue una irresponsabilidad por nuestra parte continuar la conversación cuando nuestros interlocutores ya habían dado pruebas de no estar preparados para lo que contábamos.

Ya no soy capaz de recordar como comenzamos a hablar de la muerte. Pero resulta que ese es uno de mis temas favoritos y de hecho dos de los pocos comentarios que por el momento he dejado en algún que otro blog se debieron a eso. Para mí la muerte es muchas cosas, entre ellas una maestra. Me enseña a vivir mi vida, a no desperdiciarla y a ver las cosas con serenidad y perspectiva. Incluso me enseña a amar aun más y mejor a la gente que amo.

Pero cuando me encuentro, por ejemplo, ante un hombre de unos cincuenta años que me dice que no soportaría la muerte de su hermano pequeño si esta se presentara...

Que no la desee y le duela eso lo entiendo, por supuesto, pero que diga que no la soportaría eso me descoloca, no lo comprendo y menos cuando lo trata de explicar diciendo que es antinatural que un hermano entierre a un un hermano pequeño.

Ya no recuerdo que filósofo dijo una vez que las guerras son indeseables pues es antinatural que los padres entierren a los hijos. Eso lo puedo entender, aunque me parece una licencia meramente literaria, pura oratoria de masas, el llamar antinatural a lo indeseable. La guerra es indeseable, digo yo, por la sencilla razón de que es indeseable que se produzcan muertes por estúpidos caprichos de indeseables.

Pero que un hombre de unos cincuenta años llame antinatural a la muerte de un hermano solo por ser un puñado de años menor que el primero y ya haciendo una treintena de años que dejo la adolescencia atrás y no digamos ya la infancia....

 
Me parece profundamente inmaduro. Prueba de que estoy ante un niño y no un hombre. Ante alguien que ha tenido tiempo más que de sobra para hacer los deberes que la vida le pide al respecto, pero que aun así aun no los ha hecho.

Al ver eso debí parar y debí parar y debí parar, pero ni yo ni mi amigo lo hicimos y continuamos la conversación, sin percatarnos de que estábamos hablando a niños de cincuenta años.

La muerte de un ser querido impone en los seres humanos algo que en psicología se llama duelo. En la actualidad el duelo está siendo estudiado y se ve que es un proceso natural a través del cual pasa la persona para poder readaptar su vida a las nuevas circunstancias. Es doloroso, amargo, pero necesario. Y, es un proceso que atraviesa una serie de fases características de él.

El duelo es un trago amargo, pero inevitable si queremos estar adaptados a la vida. Pero hoy en día parece que le huimos, con lo cual poco bien puede hacernos. Nos empeñamos en vivir sin asumir la mortalidad, posponiendo aceptar ese hecho por lo desagradable que nos resulta y de ese modo cuando se presenta nos pilla sin la madurez necesaria para adaptarnos a ello. Ya no sabemos morir.

Por eso cuando la muerte llega nos golpea de un modo mucho más brutal, y es que hemos perdido nuestra capacidad para asumir nuestra condición de humanos.

Ese día debimos callar, necesitaban y mucho asumir nuestras palabras, aunque les dolieran, pues si bien oír las palabras y asumirlas hace daño a cambio aprovecha más que daña por ser el camino para prepararnos para lo que algún día llegara y más nos vale que nos pille fuertes y preparados. oír las palabras, cuando no se asumen, en cambio solo hace daño, producen el desgarro y no lo curan.

Debimos callar. Pero es que hasta ese día los habíamos visto como adultos, sus cincuenta años nos lo exige, y no supimos ver o si vimos pero no dimos asumido a tiempo que estábamos en realidad ante dos inmaduros.

domingo, 24 de abril de 2016

En noche oscura de naufragios

Hace media hora que se le ha servido la cerveza y aun la tiene sin tocar, habla entre risas pues ese hombre parece solo saber hablar de ese modo. Y, habla de una noche oscura, de barco naufragando y el mar queriendo tragárselo y de como él, ateo como es, rezo.

Vivo en Galicia, en la costa, donde buena parte de los hijos de los marineros son a su vez marineros y con la leche que mamaron del pecho de sus madres ya se les hizo ver, saber, vivir que la patrona de los marineros es la Virgen del Carmen.

Hay otras vírgenes, la Virgen del Pilar, la Virgen del Azogue, la Moreneta, la Virgen de Fátima, la de Lourdes, etc. Pero solo la del Carmen es su patrona, ninguna otra y jamás la confundirán con otra. Solo ella les escucha y solo a ella rezan cuando el mar se quita la dulce mascara y se pone bravo.

Toda mujer de costa comprende eso. Bien sabe diferenciar entre la mar, esa señora, que alimenta a su familia y le permite ver crecer a sus hijos en relativa seguridad y el mar, ese dios sin piedad, que se cobra los dones que regala la mar a un precio desorbitado. Las madres, las hermanas, las hijas, las esposas y hasta las vecinas saben que cuando se ve a un marinero embarcar no es posible saber si se le volverá a ver desembarcar. “No te cases con marinero, niña mía” me decía una vecina a la que el mar se le llevo un hijo y ya no lo devolvió.

Me da igual lo que digan los teólogos en el Vaticano, y a ellos y sus familias aun se lo da más. No se reza a la Virgen del Carmen para que eche a correr y suplicar a Dios salve, este, al marinero. Los teólogos dicen que sí, que es eso lo que se hace, solo Dios tiene el poder de obrar milagros, la Virgen solo el de interceder. Pero en momentos difíciles, cuando ves que el mar se te va tragar no hay tiempo para tales florituras. Se reza a la Virgen para que obre el prodigio, para eso y por eso existe, para obrar el milagro que salve al condenado. Ella es las madres de todos los marineros habidos y por haber hecha una.



Eso es lo que maman de niños, lo que interiorizan, lo que recuerdan incluso cuando parece que no lo recuerdan. Nada saben ellos de teologías, ni conocen la del Vaticano ni mucho menos la mía. Pero saben que en la soledad del mar hay alguien que nunca les deja estar del todo solos.

Y, aun así a veces no regresan y queda la casa vacía de ellos.

martes, 19 de abril de 2016

El dios de mi infancia

La primera persona que me hablo de de lo divino, y tales cosas, fue mi madre. Era yo entonces tan pero aun tan pequeña que no entendí nada. Andaba yo llorando desconsolada una herida recién hecha en una caída cuando ella intento de ese modo consolarme.

Me hablo de un dios y una tal virgen María que vivían en el cielo y me amaban por lo visto un montón y cosas así. No me hablaba de poderes, no era un este lo puede todo, si no de amores consolantes. Pero insisto que no entendí nada. Yo ya sabía por entonces que del cielo si nada lo sostiene todo se cae, mire y mire que podría sostener allá en lo alto a alguien y nada vi, nada salvo montañas circundandonos, colinas más bien, y termine deduciendo que lo que ocurría es que tal pareja habitaba en ellas y dado que no se veían casas por allá deduje que no la tenían.

No demasiado después, no sabría decir cuanto, una noche de truenos, pensé en ellos, los pobres a la intemperie, bajo toda aquella lluvia en una noche fría como aquella. Entonces, y gracias a la luz tenue que mi madre dejaba en el pasillo para evitarme no sé que miedos nocturnos, vi uno de mis pijamas descansando sobre una silla y comprendí lo que iba a hacer.

Y, ahora viene lo difícil explicar lo que hice sin que suene demasiado a majadería. Tome el pijama, volví a la cama y se lo ofrecí a ella, con palabras mudas. Lo acepto encantada, se lo puso y se quedo entre las sabanas, a mi lado, y al ver eso él se vino con ella. La cama era muy pequeña, claro, pero no parecían ellos mayores que yo, ella, por ejemplo, no hizo al ponerse en el pijama ni que la tela en modo alguno se moviera adaptándose a ella. Y, de ese modo, aunque no me quedo otra que dormir en un extremo de la cama, los tres nos arreglamos bien. Yo dormía abrazada a ella y ella a él. Unos días después logre otro pijama, uno muy viejo y ya retirado de uso para él. Al despertar y el ansia me hacía ser la primera en despertar, ellos se iban y yo ocultaba los dos pijamas extra bajo el colchón, muy en el fondo para que mi madre no los descubriera al hacer la cama. Y, la cosa funciono durante un tiempo. Hasta que termino descubriendo el escondrijo. Nada me dijo al respecto, simplemente ocurrió que una noche al ir a sacar los pijamas estos ya no estaban allí. Pero esa noche no llovía ni hacía ya frio y por eso pareció no importar.

Esa fue mi primera experiencia personal con los dioses, tratar de protegerles del frio y la lluvia.

Y, continuo corriendo el tiempo. Mi madre me enseño a leer y a las pocas semanas comencé a ir al colegio. Escuche entonces más sobre dios, que era bueno, todo lo sabia y todo lo podía. La verdad es que no era de esa forma como yo lo recordaba, pero se suponía que aquellos que tales cosas me contaban sabían mejor que yo lo que era o dejaba de ser él. Pero a mi siempre me pareció que dado que yo había estado con ellos y estos otros no mi opinión también debiera contar, cuando menos ante mi misma. Y, ocurrió en esos días, un poco antes o un poco después que escuche hablar de guerra. Por lo visto la guerra era que dos grupos de gentes se dedicaban sistemáticamente a hacerse mutuamente todo el daño que pudieran. Yo no entendía que, dado que existía dios, tal cosa fuera posible. No me atreví a plantear mi duda ante el profesorado, pero con mi madre sí había suficiente confianza. Se lo pregunte.


Cuando le hice la pregunta primero no supo que contestar, luego lo intento. Pero no la contesto. Ni siquiera la entendió. Que dios es una cosa y los hombres son otra ya lo sabía, que lo que ocurre es que los hombres hacen muchas tonterías ya lo había comenzado a sospechar. Pero lo que yo preguntaba es otra cosa. Si dios es a la vez enteramente poderoso, sabio y bondadoso intervendrá cuando alguien, haciendo el tonto, haga daño a otro, y como lo va hacer nadie va ser tan pero tan tonto como para hacer el tonto hasta ese punto pues sabe que dios no lo permitirá. Algo había pues que no encajaba en todo eso. Yo era por entonces una niña, pero no una tonta. Pero hasta que cumplí los 16 años no supe de nadie que se hiciera la misma pregunta. Y, no fue hasta muchísimo después que encontré la respuesta.

Por lo tanto cuando llegue a los 12 años dios era para mí una pregunta, no una respuesta.

Y, fue a esa edad, en clase de religión, en que un sacerdote, buena gente, hombre de fe y no muchas luces, me dejo profundamente boquiabierta.

Nos pregunto a la clase que motivos teníamos para creer que la religión cristiana es la verdadera, nadie supo que responder, sonrió entonces y paso a preguntarnos si la Biblia era una prueba, nadie contesto, volvió a sonreír y afirmo que de eso nada, pues la Biblia era un libro pero había otros libros, bien distintos, que decían ser sagrados y que nada nos probaba que esos libros y la Biblia incluida no fueran un invento humano, una leyenda llego a decir. Y, que lo mismo pasaba con no sé que tradición oral cristiana, que bien podía ser mera leyenda pues de nuevo nada probaba lo contrario. Nada, dijo, salvo ese algo que el sabía y nosotros, por lo visto, no. Y, volvió a preguntarnos que era eso que si probaba la veracidad del cristianismo e indirectamente la de la Biblia. Todo el rato sonriendo, se ve que se lo estaba pasando en grande pues había realmente logrado dejar a la clase de lo más intrigada y atenta a sus palabras


Espero un rato, continuo esperando y finalmente viendo que se daba toda la clase por vencida nos explico cual era esa prueba. Entonces fue cuando me quede boquiabierta. Su “prueba” eran los milagros. Los de Jesús, que no los hubiera podido hacer según él, de no ser dios.

Soy, de siempre, una mente de esas que algunos llaman “primitiva”, por ello para mí entre magia y milagros no hay diferencia y eso que algunos llaman sobrenatural me resulta ser, a mis ojos, la cosa más natural del mundo y jamas entenderé que hacen en esa palabra, que pintan allí, sus cinco primeras letras. Pero si los milagros que Merlín el Mago no me van convencer de que ese tal Merlín sea dios si no un simple mortal con poderes, los milagros de Jesús de Nazaret tampoco me van convencer de lo contrario. Si la magia de uno no me convence de que su historia no sea una mera leyenda, la del otro tampoco me va probar que haya existido y mucho menos que fuera tal y como me lo cuentan. Pero eso no es lo que importa.

Lo que importa es que si las fuentes de información que dices usar tú mismo las calificas de no fiables, entonces no puedes decirme que si aparece en ellas alguien haciendo magia, perdón quise decir “milagros”, ese alguien queda demostrado que es dios y por lo tanto a historia en la que nos cuentan sus milagros es necesariamente verdadera y ya para nada dudosa. Eso lo sabe cualquiera, crea o no en milagros.

Si os cuento una historia en la que el Pato Donald hace milagros, no por ello os vais creer que el pato es Dios, ni que por ser él Dios queda demostrado que la historia que os cuento es verdadera. ¿No? Pues eso.

Qué mi profesor de religión, que además era cura, no se percatara de ello es significativo. Y, destruyo de forma ya definitiva cualquier esperanza mía de encontrar respuestas a determinadas preguntas en el seno de la cristiandad. Hasta entonces yo tenia sospechas pero no argumentos contra la supuesta veracidad de la Biblia.

Los cristianos no saben dar respuesta al problema del mal, los cristianos creen que el mero ser poderoso significa ser dios, los cristianos creen en un libro del que carecen de motivos lógicos para fiarse. Son tres buenos motivos para no ser cristiana.

Y, yo seguía sin una respuesta a mi pregunta.