Recientes sucesos me llevan a
querer hoy hablar de la amistad, lo que entiendo por tal y como
funciona esta en mi vida. Ya veré otro día si cuento o no dichos
sucesos.
Para que considere yo que soy
amiga de una persona se necesita una cosa, para que considere que esa
persona es amiga mía se necesita además otra.
Soy amiga de cualquier persona que
se lo merezca y en la medida que se lo merezca y considero amiga a
cualquier persona en la medida que se lo gane y solo en la medida que
se lo gane.
Una persona despierta amistad en
mí cuando da muestra de una serie de características, ese despertar
jamás me pide permiso pero tiene mi permiso por supuesto. Me
despierta amistad la gente valiente pero no la imprudente, la sincera
sobretodo consigo misma, la muy o poco inteligente pero amiga de usar
su inteligencia, la gente humilde que no cree saberlo todo o no ya lo
suficiente, la que mira de frente la vida, la que no teme la
intemperie ni la puede molestar un poco de brisa; cuando no se
emborracha con palabras huecas, cuando tiene algo que decir y lo diga
o no; cuando rehuye incluso sus propios prejuicios; cuando sabe y
siente que también los demás somos reales y no mero decorado en su
vida. Cuando no es infeliz por tonterías vanas, cuando no teme su
sombra, cuando no teme la de los demás, cuando su mente es libre y
su corazón fuerte. Cuando cada mañana se despierta dispuesta a
aprender algo nuevo, cuando le mueve la curiosidad, el hambre de ver
y comprender.
Eso y cosas como esas es lo que en
mi despierta amistad.
Como se puede ver en ningún
momento digo, ni podré decir jamás, que para despertarme amistad es
necesario que a mi vez la despierte yo en él o ella. Muchos de mis
amigos soy amiga de ellos pese a que no saben ni que existo.
Para creer que alguien siente
amistad hacia mi persona, en cambio, funciona de un modo diferente.
Me gustan los abrazos que me pueda dar un amigo, pero no los
considero amigos por ello. Un abrazo no cuesta nada, no prueba nada.
Hasta tu peor enemigo te puede abrazar para apuñalarte por la
espalda. Solo empiezo a sospechar amistad por parte de alguien
cuando le veo hacer, para tratar de favorecerme, algo que le cuesta
hacer y cuanto más le cueste más lo sospecho. Por lo tanto
abracitos, besitos y sonrisas nada me dicen al respecto. Solo en
pleno invierno, en noche oscura, se reconoce al amigo. En pleno
verano, bajo la luz del mediodía hasta el que planea merendar tu
hígado te sonríe.
Hasta ahora no he hablado para
nada de la amistad entendida como relación, hablo de algo más
básico, de puro sentimiento. Para que se establezca una relación de
amistad entre yo y alguien es necesario que se den a la vez ambas
cosas y algo más, un grado suficiente de trato en la vida como para
habernos probado mutuamente que en efecto somos tal y
consecuentemente, aunque a la vez como causa o no solo como
consecuencia, nazca entre nosotros una confianza mutua. Un “yo sé
y tú sabes y los dos lo sabemos que cada uno puede contar con el
otro”. No contar para el intercambio de sonrisas ya que es sabido
que hasta el lobo sonrió a Caperucita Roja cuando se dispuso a
comérsela. Contar el uno con el otro para las noches oscuras de frio
invierno.
Por todo ello no cualquiera puede
ser amigo mio, no de cualquiera quiero yo ser amiga.