Me la encuentro mirando
la huerta, me ve, la noto alterada ya en su forma de verme. Me
pregunta si vi su gato. No el gato del que una vez hable, ese ya no
esta entre nosotros, se lo mataron. El gato nuevo es un gatito que
hasta hace bien poco aun mamaba, color café, con las orejas, el rabo
y las patas negras. Un ser feliz, maravillado con la vida y en plena
exploración de ella. Hoy no lo he visto.
El gatito se le perdió,
me dice. Lleva largo rato buscando buscando por él y no lo
encuentra. La mando a su casa, que ya me encargo yo, le digo. Y,
comienzo a buscar. Nada, sigo buscando, y nada de nuevo, amplio la
búsqueda y de nada me sirve, desando lo andado por si él no estaba
pero ahora sí donde antes ya busque y nada de nuevo. Sigo buscando,
pregunto a la gente, nadie lo ha visto. Le busco incluso donde un
gatito se supone que difícilmente daría llegado, por todos los
coches que hoy hay en las carreteras, demasiadas que atravesar si no
se sabe mirar antes a derecha e izquierda, pero aun así las
atravieso y miro y busco tras ellas. El gatito sigue sin aparecer.
Vuelvo a desandar lo andado. Paso mi casa, llego a la suya, entro,
miro arriba y abajo por su huerta y nada, me ve y la veo, voy hacia
ella, le doy la mala noticia, por otro lado obvia, de que no lo he
encontrado. Me dispongo a repetir la búsqueda, y entonces me parece
que lo oigo, maullando, entramos en la casa, los maullidos vienen de
la cocina, de una alacena donde ella guarda las cosas del desayuno, y
que tiene cerrada. La abrimos y el gato sale de ella.
Había, seguramente
entrado, me dice ella, sin que lo viera entrar cuando se preparo el
desayuno y luego al cerrar la puerta de la alacena el gato quedo
atrapado dentro. Después ella lo hecho de menos, miro y no lo vio,
salio a la calle y se lanzo a su búsqueda.
… Y, es que a veces,
pienso, que buscamos lejos lo que en realidad tenemos muy cerca. Y,
solo por ello se nos vuelve ya imposible de encontrar.