miércoles, 7 de febrero de 2018

Un bebe, un bautizo, un padrino

El es un hombre del que hay poco que pueda contar, pero no es alguien cuya presencia me resulte cómoda. Aunque niego ser gallega, es el precio de querer presumir de ciudadana del mundo y no solo de una parte, la realidad, por supuesto, es que tanta década viviendo en Galicia me ha hecho tomar más de una cosa de los gallegos y los gallegos no respetan gran cosa a aquel que se pasa el día haciendo chistes vengan o no a cuento. Pero eso es precisamente lo que hace él, no para de contar chistes, no para de bromear y no para de encontrar gracioso cosas que nadie más encuentra graciosas. Todo lo cual es para un gallego normal interpretado como síntoma de inmadurez emocional e intelectual. Vamos, que en vez de un hombre nos parece un adolescente a destiempo, y torpe ante la vida. Incluso ante un andaluz, que tienen fama de ser muy amigos del buen humor, pienso que le ocurriría lo mismo, ya que el humor que los andaluces aprecian es un humor amable con la vida, y el de él no lo es, y destinado a hacer agradables los días a todo el que se le cruza en la vida en ese momento y el suyo tiene por destino mostrar yo no sé que especial agudeza suya. Dicho esto hay otras dos cosas que, se me ocurre, decir sobre el hombre.

Una que si le pedís un favor lo más probable es que comience a protestar por ello, aunque es igual de probable que os haga el favor, ya, sin esperar a terminar de protestar. Otro es que cuando su nació su sobrino su hermana lo quiso bautizar, aunque es atea, y dado que ella es una gallega no seria si no muy pero que muy seria, y por lo tanto conservadora, le quiso buscar al hijo un padrino. Y, la tradición, al menos aquí, dice que si tienes un hermano ese debe ser el padrino. Y, eso la atormentaba ya que tampoco ella encuentra grata la compañía del hermano, supongo que por eso me busco, por primera vez en su vida, y es que con mi fama de ser yo “rara” le debí parecer la persona idónea para ayudarla a, por una vez en la vida, ser capaz de mandar a paseo la tradición y hacer algo contrario a las costumbres. Ella tiene un hermano, un montón de primas y un primo. Sonrojada me contó que no quería al hermano como padrino y que estaba dudando si no pedir a su primo que lo fuera. 



A su primo apenas lo conozco, pero tiene fama de hombre cabal, hecho y derecho, que hace mucho, pero que mucho, que dejo la adolescencia atrás y bien superada. Pero yo sé algunas cosas de él, que ella ignora, secretos a los que no se debe poner cara, y por lo tanto aunque los pueda contar aquí, por no tener él aquí cara, a ella no pude, él fue uno de los últimos en hacer el servicio militar en la época en que aun era obligatoria, lo cumplió a unas diez o doce horas en tren de su casa, allí conoció a la que hoy es su mujer y fue ella la que me contó como lloraba él echando de menos a la madre y que por ello comprendió ella, que acabada la mili de él y pese a que allí el futuro laboral, de ambos, era mucho mejor que aquí, se tendría que venir con él para Galicia, ya que allí él se le “moría”, expresión esa suya que no mía. Y, como las primeras veces que se durmieron juntos, el despertaba aterrorizado y dando un brinco cuando sus cuerpos se rozaban y por no estar acostumbrado, aun dormido, él notaba un cuerpo ajeno en aquella cama. Nada de eso le pude contar, pero si le dije que en caso de incendio de la casa familiar, si su primo ve que ha quedado dentro de la casa el niño, entrara o no entrara a por él, dependiendo de si ve o no un buen lugar por el que entrar, si es que entra que puede que no, pero si entra lo más probable es que el miedo lo ciegue y no de encontrado la salida, con lo que alguien más tendrá que entrar para poder sacar al niño y al primo con él. En cambio su hermano, no se detendrá a mirar si hay o no una buena entrada, le bastara con ver si hay una posibilidad, la que sea, de entrar, y de sacar al niño, si es una posibilidad entre cien le bastara, pero si es una entre mil o más también le bastara y una vez dentro tomara el niño y lo sacara. Y, lo haría incluso aunque el niño en vez de un sobrino fuera un desconocido.

Algo, más, pienso, en la forma en que lo dije que en lo que dije la llevo a ella a decidir lo contrario que esperaba decidir con mi ayuda. Por eso hoy, aunque no fue la tradición la que decidió, si no el sentido común, el padrino de su hijo es su hermano.

Y, es que al menos en las cosas realmente importantes, no debiera nunca importar lo que parecemos si no lo que realmente somos.