miércoles, 21 de marzo de 2018

Cuando toca ser “la otra”

Ocurrió, aquella tarde, que se celebraba el funeral de un vecino y que mi madre había pillado una gripe. Hay ciertos compromisos sociales entre vecinos, al menos donde vivo, normalmente a tales actos va ella, pero ella no podía y, aunque no suelo participar en ellos, entre que ella no podía y que yo estimaba al difunto, allá me fui.

Hasta aquí todo normal.

Allí estábamos la viuda, el par de hijos, la esposa del mayor, un puñado de nietos, otros familiares, amigos de la familia, vecinos y ella, “la otra”.

Al terminar el funeral, dentro aun de la iglesia ocurrió lo que suele ocurrir, saludos entre familiares que ya solo se suelen ver en tales ocasiones, bautizos o bodas. Quise esperar para saludar a la viuda, pues siempre recordare el abrazo que entre lloros me dio la noche de la muerte del marido, “¡foise o meu compañeiriño!”, y mientras esperaba la ocasión, me fije en “la otra” que bastante apartada esperaba al hijo menor del difunto.


“La otra” era vecina del hijo menor, de la esposa de este y de un par de niños que los tienen por padres. Vecina, pues, de lo que en el barrio y la familia de él se consideraba un matrimonio ejemplar. Y, solo vecina hasta que un día la esposa descubrió que en realidad la vecina y su marido llevaban casi dos años siendo amantes. Seguro que la mayor parte de los posibles lectores que se pasen por este texto se imaginaran, aceptaran y comprenderán, la reacción de la esposa cuando se entero. Esa noche él ya no durmió en casa y no lo ha vuelto hacer desde entonces, ni se espera que lo vuelva hacer.

Él y la vecina se mudaron entonces y ahora simplemente comparten piso pero bien lejos de donde se conocieron. Han formado una nueva pareja.

No quiero hablar de él, pero quizá deba aclarar que desde mi punto de vista cualquier opción sexual libremente elegida es siempre correcta en la persona que libremente la elige. Promiscuidad o castidad y todo el abanico posible, homosexualidad o heterosexualidad, todas la variantes a gusto del consumidor, las veo correctas si son una opción libre y personal. Una de esas es la de formar pareja, aunque esto hace que cambie un pequeño detalle, pequeño pero esencial, una pareja puede acordar lo que le venga en gana, desde sexo libre, intercambio de parejas, montar tríos, etc y estará bien si eso es lo acordado. Pero el acuerdo es cosa de dos, no puedes acordar una cosa y luego saltarte el acuerdo aprovechando que la otra parte no te ve. Si el acuerdo, explicito o no, es de mutua fidelidad sexual no es honorable saltase el acuerdo, y aun menos si lo mantienes oculto para de esa forma asegurar el mantenimiento de la pareja. Si lo has hecho tu pareja tiene derecho a saber lo que ha pasado, en caso contrario ya no esta manteniendo la relación de forma libre ya que se le hurta información que necesita para elegir libremente. Sí tienes una relación de pareja con acuerdo de fidelidad sexual y fallas y lo rompes eso solo es un fallo, que se le va hacer nadie es perfecto, que la otra persona decida si le sigue o no interesando mantener esa relación, pero si se lo ocultas, si le engañas, entonces lo que estas haciendo es impedirle tomar su decisión, la que sea y con ello violando su libertad. Mientras lo primero me parece que puede ser incluso fácilmente perdonable, lo segundo lo encuentro profundamente repugnante y vil en extremo.

Pero “la otra” no falto a ningún compromiso. Ella no tenía pareja de ninguna clase. Pero la acabo teniendo, en él.


Me duele que la madre de él no la deje ir a casa de la madre cuando va él, que en ese funeral ella se mantuviera a parte del resto de la familia, presente pero ajena para los demás. Hay algo que me gustaría que comprendierais. Yo defiendo el derecho a romper la pareja por motivos de infidelidad, por la misma razón que defiendo cualquier otra opción sexual en libertad. Defiendo el derecho de esa esposa de mandar a la mierda al marido. Nadie tiene el derecho de obligar a esa mujer a mantener una relación que no es lo que ella busca y se le ha hecho creer que tenia. Pero, salvo que lo halláis vivido, estoy segura que no os imagináis, ni podéis sospechar, lo que duele, hasta que extremo te quema por dentro, te desgarra el alma y te revienta el aire en los pulmones ver como estas en la obligación o cuando menos necesidad de sonreír al hombre que quieres cuando sabes y el sabe que lo sabes, que te viene de la cama de otra y volver a sonreír cuando de nuevo sabes y sabe que sabes, que vuelve a la cama de esa otra, que ella es su pareja y tu en cambio “la otra”, que solo está contigo cuando no necesita estar con ella o no le apetece estar. Lo que duele que todo ese desgarro sea un desgarro que la sociedad, tus propios vecinos, consideran que no tienes derecho a sentir, que tu dolor no te ahoga el alma cuando sí te la está ahogando. Que no lloras cuando lo estas esperando, que no te quedas rota cuando lo ves que se va. Y, tus noches se vuelven infierno sabiendo como sabes que mientras lloras él esta con ella y tu imaginación se desborda sabiendo lo que sabes. Solo aquellos desgraciados que lo han vivido y saben lo que es ser “la otra” o “el otro” saben lo que ocurre entonces. Como te defiendes de tu dolor volviendo tu autoestima pequeña, cuanto menor mejor, ya que solo de ese modo se te vuelve el sufrimiento soportable, solo de ese modo el dolor parece no encontrar donde morder. Solo de esa manera puedes resistir un día más tus ganas de aullar y gritar a los mil vientos para desahogar tu sufrimiento al cosmos, sin esperanza de que la humanidad te comprenda, pues sabes que no quiere comprender.

Sí, ella fue “la otra” durante casi dos años, y no por “festejar” ocasionalmente que existe el sexo. Se enamoro. Y todo indica que hubiera aguantado aun más esa tortura de no haber tenido la suerte de que la esposa se enterara y pusiera fin al tormento. ¿Os habéis preguntado alguna vez cuanto hace falta querer a un ser humano para consentir y soportar eso? La mayor parte de las “buenas esposas” y los “buenos esposos” no lo consiente bajo ningún concepto y los que lo hacen siguen teniendo la mayor parte del tiempo y de forma publica a su pareja para ellos, en cambio “la otra” o “el otro” solo le pueden tener a escondidas y solo en forma de migajas. No cualquiera sirve para querer de esa forma.

Por eso cuando la vi allí, no lo pude ni quise evitar, me acerque a ella y comencé a presentar a ella a toda la familia de él, dado que no los conozco del todo bien, puede que alguna prima segunda se la haya presentado como prima tercera o algo por el estilo, pero salvo a la madre que a tanto no me atreví le presente a todos aquellos cuyo nombre conozco. Pero si no la comprendéis a ella pienso que con seguridad tampoco me comprenderéis a mí.

Era, simplemente, mi obligación.