sábado, 27 de abril de 2019

Hoy

 Hoy necesito... algo que no se nombrar, echo de menos un tiempo, un lugar... y cosas... de las que no sé hablar...

domingo, 31 de marzo de 2019

Somos animales sociales

Es una noche rara esa en la que ella y yo coincidimos y terminamos por hacernos mutuas confesiones.

En un momento dado, ya cerca del final, ella me dice que es “animal de manada”, que siempre a donde quiera que ella va trata de encontrar allí una manada en la que integrarse. A mi vez le confieso que también yo soy animal de manada, pero que al contrario que ella jamás he encontrado a mi manada y que a estas alturas de mi vida ya no cuento que algún la encuentre. En sociedad siempre me siento como pulpo en un garaje. Que sienta aprecio, y muy fuerte, por la humanidad no me impide sentirme como E.T., perdida y atrapada en ella.

Puede que todo ello sea consecuencia de lo ocurrido en mi infancia. En la infancia la cultura en la que vivimos nos dice lo que debemos creer sobre lo que somos, lo que son los demás, lo que es el mundo, lo que es la vida, lo que se debe pensar y como, sentir y como, y hasta lo que se debe hacer y como. Que es lo que debemos desear, soñar, buscar.

Pero para que eso funcione hace falta fe. Fe del niño en los padres, en los profesores y/o en los sacerdotes. Y, mi fe, cuando la tuve me duro bien poco. En padres y maestros pronto la vida me la rompió y en los sacerdotes ya ni llegue a tener tal cosa.

Pero todos necesitamos una cultura, y del mismo modo que niños solitarios generan un amigo imaginario con el que jugar yo genere toda una cultura imaginaria para vivir, una sociedad imaginaria a la que pudiera comprender y respectar y hasta una familia imaginaria en la que sentirme arropada.

Por eso las palabras de mis padres, de mis profesores, la de los sacerdotes me arañaban la piel pero no me calaban hasta el tuétano de mis huesos como sí calaron a los hijos de mis vecinos. No existe ningún lugar del planeta Tierra donde esa cultura mía exista, salvo bajo la planta de mis pies.

Por todo ello mi forma de sentir, ver, pensar y obrar estoy condenada a que la viva en solitario. A vivir entre gente que no tiene forma de entenderme.

Decía Aristóteles, un viejo filósofo que los seres humanos somos por naturaleza sociales y que por lo tanto un ser humano que no necesite a la sociedad es en realidad o bien un monstruo o bien un dios, y yo no soy ninguna de las dos cosas, ni soy un monstruo ni soy un dios. Pero por mucho que ame, que lo hago, a la humanidad yo humana no me siento. No sé lo que soy, pero eso no. Al fin y al cabo lo que me ocurrió en mi infancia le ocurrió, de un modo u otro, a todo el mundo en la suya, pero a ellos, a todos vosotros, eso no os hizo perder la fe, ni en vuestros padres, ni en vuestros profesores, ni en vuestros sacerdotes. Jamás entenderé que no la perdierais, como vosotros, imagino, nunca comprenderéis que yo la perdiera y lo que es aun más importante que me alegre que la haya perdido aunque tenga que vivir sin manada por mucho que la eche de menos y es que solo de esta forma soy lo que realmente soy. En realidad la soledad no es tan terrible una vez aprendes a vivir en ella. En cierto modo solo en la soledad somos realmente libres, pero esto es asunto ya para tratar en otra ocasión y si es que esa ocasión llega.



En fin, que soy animal de manada, que no de rebaño, pero mi manada no existe. Quizá, puede ser, exista en otro espacio, en otro tiempo, pero, seguro, no en el mundo que habito. La humanidad de la que tanta necesidad siento aquí no la hay. Dicen viejos sabios chinos que quien pretende mejorar el mundo lo empeora, eso incluye a la humanidad, la humanidad es una especie animal y es la naturaleza la que la ha hecho ser lo que y como es. Buscar una humanidad diferente es perseguir un imposible. Yo no la puedo cambiar, ni debo, ni quiero, pues también ella tal y como es tiene derecho a existir. Es solo que sigo echando de menos a mi gente, anda muy hambrienta de ellos y pese a ello vivo ya sin esperanza alguna de satisfacer jamás esa hambre mía. Por ello vivo una vida que se puede resumir toda ella en una sola palabra. Soledad.

No pasa nada, simplemente ocurre que esto es lo que hay.

jueves, 10 de enero de 2019

El sueño del ángel


Ocurrió en su momento que un amigo mio sospecho que, pudiera ser, conociera yo ciertas cosas sobre la Ciencia y el Arte de los filósofos. Y llevado del deseo de saber me pregunto acerca de ello.

No me era entonces momento propicio para comenzar a buscar palabras con las que descorrer velos.
“El Espíritu sopla donde quiere” me dijo, y en sus oídos de momento me decía que no había querido soplar. Con ello difícil me lo ponía y es que si el Espíritu no soplaba en sus oídos no me pareció que fuera yo nadie para andar “soplando” en ellos. Y decidí callar y guardar las palabras, que me pedía, para un futuro próximo en el que me fueran más fáciles y no se encontraran sus oídos taponados por mil sombras. Fue un error mio, que, y solo en parte, mi ignorancia de entonces sobre lo que iba a ocurrir puede disculpar.

El caso es que fue pasando el tiempo, llegaron los años y pasaron también, y confiando en que solo media hora de camino nos separaba deje que el contacto entre nosotros no se retomara, mientras esperaba que el asunto se cociera en su propia salsa y eso aligerara mi trabajo con las palabras. Así llego el día en que por motivos que no vienen al caso quise retomar el contacto entre nosotros. Su hijo me recibió en su casa y me contó que hacía ya unos años que su padre había muerto. Dada la naturaleza de la enfermedad que lo mato es hasta posible que en aquella última conversación entre mi amigo y yo, mi amigo supiera ya que no le sobraba el tiempo, más yo confiando en mi ignorancia calle y fue de ese modo como mi amigo pago por mi ignorancia.

No sé que habría ocurrido de haber, entonces, hablado. Pero sé que debí hablar.

Ayer un acontecimiento me hizo recordar mi error. Un error que no tengo intención de volver a cometer.

Es cierto lo que me dijo mi amigo, el Espíritu sopla donde quiere. Lo que mi amigo no tenia en cuenta es que nada limita a ese Espíritu y por lo tanto sopla en todas partes, No hay oído alguno donde él no sople. Y es que de ese modo, y por ser esa su naturaleza, lo quiere él, Ni sabe, ni quiere, ni puede callar.

Es tarea nuestra limpiar nuestros oídos, tarea nuestra confiar en él, tarea nuestra dejar que haga su trabajo. Escucharle es dejarle hacer.

Aquel día escuche a mi amigo, pero no al Espíritu que soplando en su oído me rogaba ayuda para hacerse entender. Tengo desde entonces una deuda con mi amigo que ya no podré saldar como debiera y otra con el propio Espíritu que trato de saldar en lo que puedo.

Pensando en todo ello esta noche me dormí, nada tiene pues de raro que en mi sueño soñara lo que en mi sueño soñé.

En mi sueño, en lo alto de una cumbre que me pareció tocar el cielo, tras un ascenso me encontré con un anciano, que parecía llevar allí un rato esperándome. Aunque si era hombre o ángel o más bien un daemon yo eso no sé ni veo que importe.

Y, ese anciano así me hablo:

“Muchas son las palabras, tantas que nadie las ha podido contar ni podrá, con las que quitar velos y desnudar la Ciencia y el Arte de los filósofos. Tantas son que con frecuencia más sirven para velar que desvelar lo que han de desvelar. ¿Por eso las temes?

Recuerda que la Ciencia es humilde y el Arte simple. Toda nuestra Ciencia no es otra cosa que saber observar la Naturaleza fecundando a la Naturaleza. Ella es nuestra maestra. Nuestro Arte es seguir sus pasos para hacer de dos, que ella ha hecho dos, solo uno; un uno que ella sola, sin nosotros, no es capaz de hacer. No es nuestro Arte otra cosa que tomar a un uno que la Naturaleza ha dejado imperfecto, inmaduro, incompleto a su máxima perfección, madurez y completud y todo ello de modo tal que tomando ese uno en su propia naturaleza, tal y como la propia Naturaleza nos lo dejo, por vías Naturales completemos su obra, llevando a ese uno, por ese camino a ser todo lo que él es y puede ser de modo pleno.

Cuando se comprende de lo que se habla iniciar el camino es fácil ya que no se necesita saber mucho para dar el primer paso, querer. El resto lo enseña el propio camino. Aquí más que en ninguna otra parte es el camino maestro del caminante.

La sencillez es nuestro guía. No es necesario entrar en discursos complejos y quizá tampoco sea bueno que se entre en ellos.

La confianza nuestro sostén. Pues todos temen andar sobre fino cristal y un abismo bajo él. Se hace necesario confiar en el camino incluso cuando se duda de lo que se sabe, sin esa confianza la duda nos quita del camino, con ella la duda nos puede acompañar y pese a ello no tocarnos.

Es tarea de dejar, llevar, a la Naturaleza a sus últimas consecuencias y por ello los artificios ideados por los hombres aquí no caben. Sin la Naturaleza nada podemos, ella sabe, y solo ella puede, por sus propia forma de ser, con nuestra ayuda pero sin que le impongamos nada ajeno a ella, nada vano tiene cabida aquí. Por ello es necesario ser muy pequeño para aspirar a ser lo más grande, pero tal cosa no es posible si estamos ciegos a la grandeza de lo pequeño y a la pequeñez que contiene a la grandeza que a su vez la contiene a ella.

Por eso el camino no exige ser sabio, pero si humilde, sencillo y confiado. Y tener muy claro en que consiste eso grande y eso otro que llamamos pequeño, comprendiendo cual es el lazo que los une y hace ser.

Si en verdad se comprende eso último entonces el Arte es fácil. Todas sus operaciones son en realidad solo dos, disolver y coagular. Y es que toda operación en este Arte no es más que un momento de la obra de esas dos, ellas las producen todas y ellas conducen a todas por lo que realizando esas dos todas se realizan de forma natural y sin necesidad de artificio alguno.

Disolver lo que llamamos pequeño en lo que llamamos grande, coagular lo grande en lo que llamamos pequeño; eso no se puede hacer si no es con la colaboración de calor rojo e interno que no quema pero alimenta y engendra todo lo que merece ser engendrado, ese calor no pude ser tan fuerte que queme, ni tan tímido que no de para hacer su labor; es un fuego esencial para esta obra que mientras la obra dure no se debe apagar si no fluir en todo momento según su propia medida. Lo alimentan dos fuentes, una se llama arriba, la otra abajo y en él ambas aguas se funden con intenso amor, de modo tal que no es más una que la otra si no que más bien por ser la una es la otra y por ser la otra es que ella es la una. La una nace de un corazón pequeño que el sabio sabe apreciar, su naturaleza ilumina al mundo; la otra nace de un corazón inmenso que el mundo nos oculta o no.

Conociendo las dos operaciones y el régimen y la naturaleza del fuego ya es posible iniciar la Obra y persistiendo dejar que ella misma te conduzca a su final.

Dicho esto: ¿aun piensas que es difícil de explicar?. Ahora sabes que no. “

Y, dicho esto el anciano comenzó a disolverse y la propia montaña se disolvió y hasta los cielos se disolvieron dejándome a solas con sus palabras, entonces vi que había despertado, de mi sueño salido, corrí al papel y escribí palabras que hace mucho debí decir pero preferí callar. Error mio que no tengo intención de repetir. Por ello hoy aquí dejo las palabras de ese anciano, que si hombre, ángel o daemon no importa a nadie a quien si importe la Ciencia, Arte y Obra de los filósofos