jueves, 28 de enero de 2016

Cuando Beatriz se escribe con v

Fue con mi madre con la que aprendí a leer, en casa, pero fue en el colegio donde por primera vez me pusieron un lápiz en la mano, allí aprendí a escribir. Y, fue para mí un grandioso descubrimiento la ortografía.



Siempre se me había dicho que era tonta, era ese el pasatiempo favorito de mi padre, pero nadie parecía darse cuenta de que la h no se pronuncia, de que me enseñaban a escribir mal por no saber ellos escribir bien. O, esa pensaba yo que era la razón. Yo ponía toda h que sabía que gustaba al profesor, pues eso me facilitaba las cosas, pero lo realmente importante es que me di cuenta que en realidad no era una tonta, me dijeran lo que me dijeran al respecto. Yo ponía la h, cedía, pues era la débil no ellos, pero yo sabía que no hacía falta, ellos en cambio lo ignoraban, por eso comprendí que no era la tonta, la tonta lo eran ellos.

Y, cuando me contaron el cuento del patito feo comprendí, yo no era tonta ni fea, simplemente era un cisne. O eso pensé entonces. Y, tal y como lo pensaba lo sentí y deje de sentirme tonta, boba y eso otro que me llamaba. Eso es algo que le debo a la ortografía, me dio una seguridad en mi misma capaz de resistir un tifon.

Pero hizo más que eso.

Comprendí el poder de las letras.

 Desarrolle mi propia y secreta ortografía. Comencé a escribir el nombre de mi madre con v pues no quería  que llevara ella un nombre común, ella era distinta y distinto debía por ello de ser su nombre. Otra cosa me parecía injusta. Eso fue lo primero. 


Le fueron siguiendo otras cosas, cada vez más complejas. Busque dar a la palabra escrita el poder de la palabra hablada, entonación, cuerpo, alma. Juegue con las letras, use tildes que no existen en castellano, desarrolle mi propia forma de escribir. Y, comprendí que aquello era magia. No podía tener otro nombre.

… Escribir de un modo determinado el nombre de una amiga yo sabía que le traía suerte y llenaba un folio con ello, escribiendo una y otra vez. O, eso sentía y pensaba entonces, o cuando menos eso es lo que hacía. Eso y otras cosas.

Pero el día en que mi madre descubrió que escribía su nombre con v...

Ese día algo se rompió. Para entonces ya me encontraba en plena pubertad y cuando me dijo que era con b, sin darme cuenta de lo que le decía con ello, conteste que ya lo sabía, vi primero dolor en sus ojos, luego rabia, le vi en sus ojos que pensaba que la razón de la v era un acto de desprecio por mi parte y yo, salida de aquella familia en la que nunca había visto un beso, no supe decirle que ese era mi modo de besarla. Nada me dijo, nada dije yo. Pero desde aquella tarde no he vuelto a usar mi ortografía personal, no al menos de un modo consciente.

...En fin, que hay algo que tengo que hablar con mi madre.

martes, 26 de enero de 2016

Palabras vanas y esa sed mía

Anoche, alguien, con él que a veces hablo largo y tendido, me comentaba que sus amigos estaban sorprendidos de ello, pues era, argumentaban, sabido que yo nunca hablo con nadie.

No es la primera vez que lo escucho. En los últimos diez años, o así, es la cuarta vez. Evidentemente eso de nunca o nadie es una exageración, pero no le falta razón. Soy de pocas palabras.

Hay un montón de temas de los que nunca hablo y oto montón, esta vez de gente, con la que no me interesa hablar.

Es más, para mí hablar es un trabajo que no deseo realizar salvo si se me compensa por ello. Eso hace que alguna gente (poca) tenga sobre mí, a ese respecto, una imagen que choca con la que al parecer tiene la mayoría. Esa poca es gente que me habla de los temas que si me interesan y usan las palabras para transmitirme algo real al sobre ello. Por lo tanto encuentro interesante lo que dicen. A la vez me dejan dar mi opinión o incluso la piden y no se enfadan si no les gusta lo que dicen.

No me gustan las conversaciones en las que no me dicen nada que valga la pena, o no pueda en ellas decir yo algo que me parece que la vale.

No me gustan las conversaciones nacidas del miedo al silencio, ni las que pretenden ser una verborrea que equivale a un saludo, un hola o simple apretón de manos, para eso ya tenemos las manos y el susodicho hola. Contemporizar, que es como lo llaman, no es lo mio.

Me siento incomoda con la gente que se siente incomoda cuando el silencio sustituye a las palabras. Y es que no me fio de nadie que no sea capaz de compartir una hora de silencio conmigo y mucho menos si no puede compartir ni un minuto.

Que una niña diga en medio de la clase que la ortografía está mal hecha, pues la “h” no se pronuncia y por lo tanto no escribes lo que hablas si la metes en una palabra, en mi época, se curraba en clase con un bofetón, Aprendí a medir mis palabras y a la vez a mis interlocutores y hasta al publico en mis conversaciones. Mejor prevenir que ser “curada” y es que en el pasado he llegado a verme colocada en el penúltimo circulo del infierno por decir lo que debía a quien no debía. A veces solo fue que dije lo que debía y a quién debía, pero sin adaptar las palabras a la idiosincrasia de mi interlocutor. Y, es que sé desde hace mucho que si le pregunto a un cura si puedo fumar mientras rezo me va decir que no pero si lo que le pregunto es si puedo rezar mientras fumo me dirá, y hasta complacido, que por supuesto.

De hecho es poquísima la gente a la que puedo contar lo que pienso del modo en que lo pienso y lo que siento del modo en que lo siento, tan pocos que les puedo contar con los dedos de una mano y me sobran dedos. Son más por supuesto a los que les puedo decir lo que pienso aunque no del modo en que lo pienso o lo que siento pero no de la manera en que lo siento, y tener que buscar las palabras, andar midiéndolas, me hace sentir que camino a ciegas sobre un suelo repleto de huevos y me resulta agotador.

Por lo tanto es verdad, hablo poco y con pocos. Y, por supuesto nunca me ha preocupado la imagen que eso pueda dar, no mientras sea legal el poco hablar.

Dos de esas cuatro personas, a las que comentaron esto, les respondieron que si no hablaba con los otros era por que tampoco ellos hablaban conmigo y en parte, solo en parte, eso es cierto. Seguro o casi que esa gente nunca intento hablar conmigo, pero también es cierto que intentar hablar conmigo no garantiza nada. No suelo buscar conversaciones, normalmente no las necesito, ya he dicho que no soy amiga de contemporizar pero acepto encantada una invitación a conversar, pero también es cierto que abandono las conversaciones, con mucha facilidad, tan pronto veo que no me aportan nada.

Sucede simplemente que aunque no me gusta hablar a la ligera, ni por matar el tiempo, ni por charlar, ni por otro montón de cosas, sí me gusta, de hecho me encantan, las conversaciones que me parecen inteligentes y con contenido real. Tanto que siempre ando sedienta de ellas. Y, cuando con alguien me resultan fáciles me pego a esa persona cual dedo a la mano y la charla se nos puede volver mar.

 Con no poca frecuencia opto, en realidad, por callar o autocensurar preventivamente mis propias palabras. Y, ese era el final al que estaba destinado este texto. Decidí que no lo publicaría, Pero a veces encuentro gente como el hombre de anoche, rarisima vez estamos de acuerdo en algo, pero se atreve realmente a pensar por si mismo y ese pensamiento suyo es diferente a una mera colección de tópicos, tiene sentido del humor y no me refiero a que me haga reír si no a que sabe él reír y es esa risa la que resulta contagiosa, liberadora y hasta terapéutica. Y, al repasar el texto, al pensar en él, he comprendido que en realidad sí quiero publicar el texto.




...Hoy no habrá tijeras.

viernes, 22 de enero de 2016

El mendigo y sus dos euros

Sucedió una tarde hermosa, durante el pasado verano. Camino del estanco en un banco de piedra sentado, placido y tranquilo, con la mirada curiosa enredada en mil cosas que por delante le pasaban, encontré un mendigo que en ese momento no mendigaba y llevaba unos días haciendo su peculiar forma de turismo en nuestras calles, y de hecho mendigar le había visto en otras ocasiones.

Con sobrados motivos para suponer que su situación económica bien poco o nada podía haber cambiado en un puñado de días urge rauda en mi bolsillo, odio los monederos, y me saque una moneda gorda que en seguida, para alegría del mendigo, dejo de ser mía. Y continué mi camino.



Llegada al estanco espere y una de las dependientes una vez despachado un cliente se me puso a atender, mientras otra terminaba de servir al suyo y su jefe se encargaba de otro. Nada parecía ocurrir que fuera significativo o fuera de lo acostumbrado. Nada hasta que ocurrió.

Estando yo a medio servir entra el mendigo, en principio no se percato de mi presencia, señala todo feliz el expositor que hay sobre el mostrador, contiene una muestra de diferentes tipos de cigarritos, cosa fina, preciosos, de esos mismos a los que un pasado no muy lejano fui yo tan aficionada. Entonces el pide dos, la dependiente abre el expositor y del tipo que él pidió saca dos y el muestra una moneda de dos euros que alguien le acababa de dar. Por desgracia para el pobre hombre es entonces cuando me se fija en mí, me reconoce, e ipso facto se le muda la faz, toda su alegría se le va al embaldosado del suelo vía la suela de sus tenis, ya me lo temía yo, pero no se me ocurre que hacer para evitar eso.

Entonces la dependienta llama a su jefe, le señala los dos puritos primero, luego al mendigo, el jefe los mira, a ellos primero, luego a él, y le dice a ella “no le cobres” y ella se los da sin más, por la forma en que ha ocurrido se nota que no es la primera vez que pasa algo parecido, el mendigo, con los dos puritos ya en la mano se va, nada dice, yo siento que en realidad huye.

Huye herido, cabizbajo, avergonzado, herido, lastimado, cabizbajo, herido. Y, yo me alegro que el gesto de la dependienta y del jefe sirvan, que estoy segura que sirven, para lavar un poco esa herida y componer algo esa faz. Pero me hubiera gustado encontrar algo que decir, pero ni ose intentar tal, me detuvo el temor a hurgar en herida abierta y terminar haciendo más daño con ello que bien. Tampoco es que me diera mucho tiempo a nada, todo fue muy raudo.



Pero me hubiera gustado explicarle que no soy tonta, y que solo los tontos pueden creer que no es correcto lo que él hizo. Claro que es correcto. A partir del momento en que le di los dos euros la moneda fue suya y solo suya, sobre ella yo ya no tenia derecho de clase alguna y solo él y nadie más podía saber en que podía invertir mejor esa mezquina cantidad o parte de ella.

Sé que buena parte de la población considera el fumar vil y repugnante costumbre, que el tabaco es considerado un vicio y que como sabe o se quiere que sepa todo nacido entre cristianos los vicios tienen por madre la debilidad humana y por ella la indignidad personal y por padre al mismísimo diablo y que es, por supuesto, cosa de tontos pagar el vicio ajeno. Pero yo nunca he formado parte de esa “humanidad”.

Decía Confucio que él compraba arroz para poder vivir y flores para tener motivos para vivir.



Para vivir antes aun que el pan y el aire necesitamos motivos para vivir, mal nacido hay que ser para ante el pelotón de ejecución negar un pitillo al condenado, hasta los desalmados pueden ofrecer uno.

Sé, por experiencia propia, vivida en mi propia carne, que a veces aun más que el aire se puede necesitar un pitillo, una sonrisa, una barra de carmín o simplemente un rayo de Sol, cualquier cosa que nos haga sentir que vale la pena vivir, que somos personas no bultos, que tenemos dignidad.

No somos plantas. Las plantas necesitan algunas cosas y otras no. Necesitan tierra, agua, sol... pero no necesitan ser comprendidas, respetadas, aceptadas, tener esperanza, olvidar por un momento sus penas, saborear aunque sea por un instante una ilusión. Las plantas no necesitan soñar. Pero nuestra vida es sueño, no solo en el sentido que le daba a la palabra Calderón de la Barca, es sueño sí y mucho en ese sentido pero lo es sobre todo en el de que para vivir necesitamos soñar que vale la pena vivir. Tener anhelos, esperanzas, fantasías bonitas, deseos que satisfacer.

Una vida que solo busque comer, beber, dormir y no pasar frio no es una vida humana digna. Considerar que esas son las únicas necesidades de un ser humano es insultar a la especie humana. Los seres humanos no solo necesitamos todo eso, también necesitamos según dicen amor y respecto. Dudo que necesitemos amor, pero de que necesitamos respecto estoy segura, del amor dudo por motivos que hoy me voy a callar. Pero si alguien dice que necesitamos todo eso y solo eso de nuevo se está insultando a la especie humana.

Necesitamos también la fiesta y el poder de vez en cuando de descansar de nuestras penas, de nuestros dolores, de sentir que no todo es malo en la vida, sentir que a veces escampa, de sentir que aun hay y tenemos un lugar para la alegría, incluso si solo puede ser pasajera.



Para gustos colores, cada cual es un mundo y no para todos funciona lo mismo pero...

A veces un ser humano puede tener más necesidad de un pitillo que del aire que respira. Y, es que aun hay hambres peores que aquella que el pan puede saciar.


miércoles, 20 de enero de 2016

Prostituta, mendiga y exiliada

La Noche de Reyes, este año, pese a ser la noche que fue los pocos locales que abrieron tras la cena apenas se encontraron con clientes. Ya hacía el final de la noche uno de los nuestros, mientras salí a fumar un pitillo, se puso a contarme algo:

Hace cosa de un año, una mujer a la que solo conocía de vista y de ese modo en el que se conoce todo el mundo en un pueblo pequeño, se le acerco y le propuso “favores sexuales” a cambio de dinero. El no acepto, pero ella insistió, le contó ella cual era su situación y desesperación económica, para ablandarle, que él había conocido personalmente a su madre (la de ella) mientras aun le vivía, y alguna que otra cosa más. El siguió diciendo que no al sexo por dinero, pero le dio 10 euros y le dijo que más no le podía dar ya que tampoco el andaba bien de dinero y doy fe de que aunque a él hoy en día se le podría considerar un privilegiado, pues tiene trabajo sin amenazas de despido, entre la hipoteca, pagar el coche (imprescindible en su trabajo) y pagar la pensión alimenticia, suerte tiene de poder pagar de vez en cuando una cerveza.


El caso es que había vuelto a pasar esa misma noche que ella se le acerco y le pidió dinero, pues según ella, quería juntar un poco para irse del pueblo. Y, de nuevo ella le soltó lo de la madre y etc.

El hombre estaba ahora allí, de pie, a mi lado, había salido de fiesta pero estaba mustio, con mirada dolida que apenas sacaba suelo...

Le dolían muchas cosas.

Le dolía ella.

Le dolía que lo sometiera a un chantaje emocional con lo de “conociste a mi madre” y lo demás. 


Le dolía que ella pudiera estar mintiendole, pues aunque esta seguro de que muerta la madre se quedo la hija sin la ayuda de la pensión de la madre, que sin trabajo y agotada la prestación social por desempleo (si es que tuvo derecho a ella) no le queda otra fuente de ingresos, sin familia cercana ya... en fin, ya me entendéis, los colegas te pueden ayudar durante un tiempo, pero también ellos tienen su propia vida y problemas, no te van poder mantener, caritas hace lo que puede (en este pueblo al menos mucho) pero a veces ni con eso llega... y te puedes ver abocada a la prostitución, la mendicidad, robar o a “la otra salida”. Pero el caso y es, y aquí temía él estar siendo engañado, él no sabia si los 5 euros serían al final para irse del pueblo, copas u otra cosa en su lugar.

Le digo entonces algunas cosas. Le cuento lo que hace no mucho me ocurrió, comprando tabaco, con un mendigo y su moneda de dos euros. Y, entonces me dice que sí, que está de acuerdo en que se gaste esos cinco euros en lo que a ella le convenga, que no solo de pan vive el hombre y hasta los mendigos necesitan, y aun más que los demás, por tener más que olvidar y soportar, un pitillo o una copa de vino o lo que quiera que cumpla esa función. Pero que aun así no puede evitar sentir incomodidad al preguntarse si le mintió.

Quiero quitar hierro a esa mirada herida que él me tiene e insisto en buscar algo que se la quite. Que es mejor que siga ella en el pueblo, digo, a que se marche, se va sin dinero y sin futuro, a donde no tiene colegas que de vez en cuando le pasen unas monedas o le lleven a casa un saco de patatas, y me contó una vez un sin techo que si es jodido, para un hombre, vivir en la calle, para una mujer, por como nos tratan, es el infierno.

Pero me parece sensato lo que me dice él, que seguramente fuera no se va a quedar sin techo si no a dedicarse abiertamente a la prostitución, cosa que en el pueblo que la vio nacer no puede hacer, sobre todo por estar repleto de “marujas y verduleras y sus hombres que son tantos o más que ellas” y si es jodido ya de por si tener que dedicarse a ello, más lo es aun salir de casa a por una barra de pan y todos los que te cruces sepan de donde sale el dinero para esa barra, y todos son los compañeros de clase, los vecinos, antiguos compañeros de trabajo, las amistades de tu madre...



Y, le tengo que dar la razón, son los mismos marujos y verduleros que han convertido el “hijo de puta” en el peor insulto en castellano y nunca entenderé el motivo pero, son también los mismos que de saber que el blog es mio y leer esta historia se pondrían raudo, pero ya, a buscar candidatas a las que atribuirle el origen de la historia, a tratar de identificar a la “puta mendiga” aun a riesgo de endilgarle la historia a una cualquiera, o más de una, de las varias posibles candidatas que en el pueblo hay para ello y pienso entonces en una compañera, que en circunstancias similares opto por la “otra solución, la que te garantiza no volver a necesitar jamás comer los 30 días del mes y les creo muy capaces, de atribuirle a ella la historia.

Sí, quizá sea mejor, para ella marchar del pueblo. Pero en tal caso si ella se marcha no se marcha, la exiliamos, que es diferente.

Y, quisiera escribir algo digno de ella, algo que le haga justicia, y le he dado vueltas al asunto y han pasado días y...

No he encontrado modo, es imposible, me faltan palabras. No soy capaz, no lo sé hacer...

...Me hierve la sangre y se me obnubila la mente.

jueves, 14 de enero de 2016

De los miedos cuerdos y los miedos locos

Al poco de comenzar el blog me encontré en la red otro del que me enamore. No me entendáis mal, hablo del blog, no del autor. Pero también es cierto que el autor me pareció, probablemente, el ser humano más parecido a mi misma que yo jamás había encontrado.

En un post, un poco de pasada y a vuela pluma, como diría Rafa, toco el tema de los miedos. Me dio la impresión que lo hacía desde una perspectiva muy negativa, no viendo en ellos nada bueno. Amiga como soy de medir razones y estando segura de poder encontrar en él una alta capacidad para realizar análisis sobre ese tipo de temas le hice alguna pregunta al respecto en un comentario y por su respuesta me pareció entender que tarde o temprano desarrollaría el tema en profundidad y aplace por tanto entrar en detalles sobre mi opinión personal ya que aun no conocía realmente la suya. Podía esperar y para esas cosas tengo tanta o más paciencia que Job para las suyas.

Pero poco después apareció en su blog un post, que de momento es el último, y van pasando los meses y sigue siendo el último y hace ya días volví a dejar en esa entrada un nuevo comentario, el tercero en ella, llorando mi pena y rezando para que regrese a la actividad... Teniendo en cuenta que es un blog que estaba en el puesto, si no recuero mal, 44 entre los votados para su categoría en los premios Bitácora... Me parece raro que el blog de repente entrara en silencio.

Pero hay algo más, en ese post le hice un primer comentario, luego me lo contesto y sobre su respuesta hice el segundo. Ambos comentarios son muy críticos con ese post suyo. Y, ese es el problema. No me doy quitado de encima la incordiante sensación de que han sido esos comentarios los que pueden haber provocado el abandono, al menos momentáneo de ese blog, al fin y al cabo, por instinto tendemos a considerar que dos cosas que se dan seguidas probablemente la primera es causa de la segunda. Y, el caso es que ese miedo me está afectando, cortando, haciéndome retrasar comentarios que deseo hacer en otros blogs, dejando pasar incluso días en los que doy vueltas y más vueltas a las palabras buscando quitarles aristas. Y, ya son varios de esa forma los comentarios que cuando siento que ya tengo las palabras adecuadas para comentar ya se me ha pasado tanto tiempo que parece que ha perdido sentido el comentario, me corto entonces y no comento. A base de ver blogs voy desarrollando la sensación de que por mucho que a la mayor parte de los blogueros les apetezca que le hagan comentarios, prácticamente a nadie le gusta que le entren a discutir en plan “vamos a medir razones”, es como si la tendencia fuera a comentar cuando se está de acuerdo, y solo entonces. Lo que hace que mi miedo a haber sido causa de ese silencio se sostenga y me lleve a su vez a mis propios silencios.



¿Pero es racional ese miedo?

No lo es.

La tendencia general en los comentarios de los blogs y la coincidencia de mis comentarios con su inactividad alimentan ese miedo, pero...

Ese blog no puede ser como es si su creador y desarrollador no reúne una serie de virtudes entre las que necesariamente está la de ser capaz de soportar perfectamente ese intercambio de razones, no es alguien que tema los debates o que tema no ser aplaudido. Considerar que yo, una desconocida, con un puñado de razones, las considere él o no acertadas, le puedo espantar es una extrema necedad por mi parte digna de una megalomana y no de una persona cabal. Tiene y se le nota la clase de desarrollo mental y madurez personal que hace imposible que algo como eso le arañe.

Por otro lado no es la primera vez que su blog sufre un repentino y en esa ocasión larguísimo parón. El mismo nos lo cuenta y explica la razón de que tras ello el blog volviera a la vida, y esa razón es una causa externa a él mismo y que cualquiera que tenga un poco de experiencia en la vida sabe que es como el viento, hoy sopla pero mañana ya veremos, hoy de este modo pero mañana ya se vera.

Por supuesto hay otras posibilidades, por ejemplo que a consecuencia de esa crisis de la que tanto se habla se haya quedado sin conexión y su ordenador no sea portátil; que se parezca a mí más de lo que pienso que se parezca y por lo tanto haya hecho “un sacrificio” de algo que le importa para a cambio obtener un favor de los dioses o de lo que quiera que ocupe su lugar para él... y otras mil cosas que ni siquiera se me pasan por la imaginación.

No, ese mido es paralizante, pero no es racional.

Lo que no quiere decir que todos los miedos sean paralizantes, ni que todos sean irracionales. Y, por supuesto no todos los miedos son negativos.

El miedo que evita tomar una curva a 120 por hora no es negativo. El que te arrastra una madre al medico, con su hijo en brazos, al primer síntoma de que le puede estar ocurriendo algo grave a su salud ni es negativo, ni es irracional, ni resulta paralizante si no todo lo contrario.

El miedo es parte de la vida y una herramienta esencial para vivirla, poco dura en ella el ratón si no teme al gato. Solo aquel que nada quiere ni nada ama puede permitirse el lujo de nada temer, pero solo por que todo le da igual y nada hay que tenga significado real para él, por eso es inmune a lo trágico, nada le puede dañar.

Pero la vida es deseo y desear es temer. Y, eso no es una maldición aunque algunos afirmen lo contrario. Eso es vivir, y vivir es luchar, navegar entre anhelos y temores, buscando un puerto que quizá ni exista pero que vamos tratar de encontrar. Y, eso, pese a lo mal que puede sonar la palabra, trágico, es también lo hermoso de la vida. Es aquí, o al menos lo es para mí, donde radica lo hermoso de ser una criatura, esta y no otra es la razón de que hasta los dioses envidien a los mortales. Esta es nuestra grandeza, este nuestro esplendor, que hace que no haya dios alguno que nos llegue, a nosotros, criaturas del barro, ni a la altura de los tobillos. Los dioses no saben asustarse, no pueden llorar, su vida es una sombra o ni eso siquiera.

Bueno, el tema da para más pero ya volveré a él en otra ocasión, pues ahora mismo lo único que quiero añadir es que se queden los dioses con su eternidad, yo lo que quiero es la vida aunque para ello tenga que ser mortal, llorar y temer. Muy gustosa pago el precio.

miércoles, 13 de enero de 2016

Vestir el negro (segunda parte)

He visto relacionar el vestir el negro, en algunos góticos, con el luto. Ignoro a que se refieren exactamente. Quizá a ese sentimiento de ser muertos en vida que algunos describen y que les nace de sentir que la sociedad les impide vivir realmente tal cual son. No es mi caso.

Mi “afición”, ¿necesidad?, de vestir el negro ya conté como surgió: una vida hasta entonces bastante amarga entra en un periodo de esplendor y felicidad que se rompe de modo brutal y repentino, un accidente de trafico, una muerte y por esa muerte se me viste (que no me visto) de luto por motivos meramente sociales. Pero ese color queda asociado, para mí, a todo lo bueno que hasta entonces el “entorno vital” que con esa muerte me desaparece me había aportado. Y, se convierte de ese modo para mi, el negro en el vestir, en un escudo, un abrigo, frente a la intemperie de la vida. Es mi forma de sentirme unida a todo aquello que tanto significo en mi vida, mi modo de seguir sintiéndome fiel a todo aquello que fue y me sonrió, la manera que tengo de decirle a la vida, que soy yo, la misma de entonces y que sigo abrazándoles aunque ya no estén; me hace sentir fuerte, segura y aceptada por la gente que me importa, me mantiene vivo el recuerdo de que merezco ser amada y respetada y de que en efecto lo puedo ser.



Pero comprendo que esa tendencia, a buen seguro, se habría ido diluyendo con el tiempo y hoy ya no quedaría de ello nada salvo el recuerdo y poco más, pero no ha sido así, algo una tarde de verano entro a formar parte de todo ello y reavivo y de un modo tal esa tendencia mía que hoy sé que jamás me abandonara.

Esa tarde sonó una canción que ya había oído imposible saber cuantas veces, pero por primera vez en mi vida esa tarde no la oí, la escuche que es muy diferente. Penetre en ella y al penetrar yo en ella fue ella la que penetro en mí. Atravesó el tuétano de mis huesos, hasta llegarme al alma y prender en ella cual semilla de un fuego que la propia vida, la propia sociedad, se encarga de que nada me lo pueda apagar.

Esa canción es de Loquillo, y sobradamente conocida, El hombre de negro. Esa tarde llore, llore al comprender la canción y con esas lagrimas quedo regada esa semilla de la que antes os hable.



Desde entonces visto el negro quizá más por el luto que por sentirme abrigada. Por la humanidad y su maldita manía de ser ella su mayor enemiga, antes que por mi. Y, desde luego jamás, ni antes ni después visto el negro por un luto por mí, no me siento para nada muerta en vida, al contrario, muy pero que muy viva es como me siento y me encanta sentirme así. Soy consciente de las presiones que la sociedad puede ejercer para arrastrarnos a no ser lo que somos si no lo que ella quiere que seamos, pero esas presiones, incluso cuando me alcanzan y me tocan e impúdicamente me manosean, al tocarme me resbalan, y se van como llegaron, siendo nada o cuando menos nada que merezca mi respecto. Siento incluso que no tengo ningún derecho a dejarme atrapar en ese tipo de redes, que hacer lo contrario sería una traición a la propia vida y un insulto al aire que respiro. Que al hacer eso convertiría mi vida en mentira y eso me volvería a mi misma, a su vez, una mentira. Y, al ser entonces yo misma una mentira habría con ello perdido mi derecho a una vida de verdad.

No son los góticos los que me parecen muertos en vida, muertos en vida me parecen en cambio todos aquellos que no los comprenden.



Pero si alguna vez me sintiera muerta en vida entonces tendría que dejar que fueran otros los que me vistieran, que me arrancaran el negro y me pusieran el sudario blanco, pues es de los vivos, no de los muertos el luto, y el blanco es el color de los muertos.