domingo, 31 de julio de 2016

Algo está pasando

En efecto y no voy entrar en detalles pero algo está pasando. Hasta el blog lo delata, pasan los días, las semanas, y las publicaciones que quisiera hacer no se dejan escribir y mucho menos publicar, tengo la mente en otra parte. Vivo en un transito entre un antes y un después como solo he vivido dos veces antes en mi vida.

La primera vez fue el verano que ,terminado el instituto, comencé mis estudios universitarios. Por supuesto luego no fueron las cosas “exactamente” tal y como esperaba, nunca lo son, salvo, quizá, si es muy poco lo que imaginamos y yo era mucho lo que imaginaba. Pero tampoco fue tan distinto. Un más o menos.

La segunda vez fue el verano justo antes de iniciar el curso final de cierta licenciatura. Fue un mar de promesas en el que cual gota de agua en el océano me deje disolver. Para entonces era un poco más sabia que la vez anterior o quizá simplemente menos ingenua o menos tonta, y poco o nada fue lo que me deje imaginar, simplemente me deje llevar, encantada de ser llevada a una nueva vida.

De nuevo en verano se presenta un momento similar a esos otros dos. Un momento prometedor. Pero mucho más radical que los otros dos, con un antes y un después brutalmente distantes, inmensa es la distancia que de tan grande que es hasta el Atlántico se me aparece charquito de agua de lluvia.

 No hay prisa, y me gustaría decir que eso se debe a que más sabe del camino la tortuga que la liebre, pues la rapidez de una la ciega a un montón de pequeños detalles que, pese a pequeños y quizá precisamente por pequeños, bien puede que sean en realidad los más fundamentales del camino. Y, yo soy amiga de aprender. Sí, me gustaría decir eso y callar, por ser mentira, que no lo es, que una cosa son las promesas y otra el final del camino. Algo está pasando, pero nada me garantiza un final venturoso. Simplemente me promete que salga bien o mal tendré, estoy teniendo, una oportunidad para que salga bien. Y, con eso, por el momento me basta. Por si me saliera mal, no hay prisa, quizá, si sale mal, sea la última vez que la vida me regala una esperanza hermosa, nunca se sabe, y la quiero saborear. Sé que no me estoy explicando, no es fácil sin contar demasiado.

Durante años, demasiados años, la esperanza jugo conmigo a un juego cruel.

A un juego sádico.

Mi vivir era como el de aquel pobre desgraciado al que los dioses condenaron a subir colina arriba una pesada roca, y cada vez que la roca estaba a punto de pisar la cima resbalaba sobre el condenado, lo aplastaba y corría colina abajo, a donde el condenado de nuevo tenía que bajar, aplastado como estaba, a empujar la roca colina arriba, para de nuevo, una y otra vez acabar aplastado por ella y volver corriendo colina abajo a de nuevo empujar la roca. La diferencia es que en mi caso no era una roca la que me aplastaba los huesos, era la esperanza rota reventando mi ingenua alma, y cuanto mayor era la esperanza mayor era el aplastamiento. Por eso aprendí a huir de la esperanza, simplemente sin ella vivía mejor. Y, es que entonces, como luego comprendí, eran esperanzas equivocadas, esperanzas que no tenia fuerzas yo para hacerlas llegar a la cima de colina alguna.

Pero la esperanza de la que hablo hoy es diferente. El viento mismo sopla a favor de ella, la empuja, tiene alas, y la colina no parece muy alta, ni muy escarpada. Al contrario que las vanas esperanzas en su día inventadas por mí esta es una esperanza que no busque, que me salio al encuentro en el camino, que se topo conmigo y yo con ella, me la trajo el mundo, me la puso delante de las narices, y es una esperanza que se diría que lucha por llegar a la cima de la colina, que el mundo entero conspira para ayudarle a llegar, no parece una esperanza que deba ser arrastrada colina arriba si no una que me pide ayuda para llegar hasta allí y poder entonces transmutarse en promesa cumplida.

Y, vivo estos días, estas semanas, que terminaran si sale bien siendo unos meses y si sale mal quizá ya la próxima semana embargada por lo que está pasando. Con mis poros abiertos, todos ellos, a esa esperanza cual si fuera yo lagartija al Sol. Y, escucho ese sordo ruido que tan lejano parece de mis huesos clamando su dolor, pero dejándome calentar por el Sol. Si me sale mal, que espero que no, al menos habré ganado ese poco de Sol, yo que ya solo sabía vivir bajo la sombra entre las grietas de la tierra. Y, si me sale bien entonces habré conquistado mi derecho a no tener que volver a esconderme del Sol. A dejar de ver un infierno en la esperanza. Así de sencillo.

En fin, que algo anda pasando y yo ando más en eso que en mí. Por lo tanto nada hay de raro en que el blog lo denote.