Es Alba mirada que se deja traspasar, cual ventana abierta que te
permite ver hasta el último resquicio de su alma. Mirada sin
estrategias ni esquinas, de un alma desnuda que ni sabe ni quiere
revestir.
Transparente.
Y, aun así me sorprendo un poco cuando nos cuenta que trabaja en
una funeraria. Nunca había conocido a nadie con ese trabajo, es ese
un mundo que siempre me había pasado desapercibido, invisible, a
groso modo sé, claro, como la sociedad en la que vivo gestiona la
muerte de sus miembros, pero lo sé solo muy por encima. Esto es
diferente, ella lo sabe desde dentro, es su trabajo, su medio de
vida. Y, me doy cuenta al momento de lo que eso implica, tengo
delante alguien que sabe aspectos de la vida que desconozco y eso me
afila los dientes, despierta el hambre.
Quiero saber.
Y, lo primero que quiero saber es como es que llego a trabajar en
ello, que circunstancias la condujeron hasta allí. Pero no se lo
pregunto, no me atrevo. No siento que haya entre nosotras, aun, esa
confianza tan necesaria para hacer esa pregunta. Temo ser mal
interpretada, mal recibida.
Pero, a medida que pasa el tiempo y la conversación continua o
regresa, es ella la que me acaba contando que busco ella misma
trabajar en eso, que esa es su vocación ya que para enfermera no
vale pues no puede evitar el miedo de estar haciendo daño. Pero los
muertos ya no sienten dolor, ni pena y aun así y pese a ello el
trabajo que ella hace es lo último que se puede hacer por alguien.
Y, lo dice de un modo que desvela sus sentimientos, de un modo que yo
al menos no sé describir. Deseo de ayudar, miedo a lastimar y deseo
de que nadie se vaya sin una última y respetuosa ayuda.
Hasta ese momento yo pensaba, lo confieso ahora con cierta
vergüenza, que si trabajaba en eso, a buen seguro, sería por el
sueldo y no haber encontrado otra cosa más apropiada para ganarse la
vida. Tenia dos motivos para ello; uno que la gente “normal”
rehuye todo lo relacionado con la muerte en la vida diaria. La
aceptan en el cine pero porque es cine. Fuera de eso la quieren
ocultar y barrer su recuerdo para debajo de la alfombra, como si con
ello la lograran realmente alejar. Y, por lo tanto, en base a pura
estadística imaginaba que con Alba pasaría lo mismo. Que no podía
desear un trabajo que a los demás les haría tener presente
constantemente algo que prefieren ignorar. Se me paso por alto que
Alba no es “normal”. La gente normal tiene sus almas revestidas
de mil mentiras, no das atravesado su mirada o al menos no con
facilidad; pero ella es todo lo contrario. Y, precisamente por ser
como es no se le puede aplicar las leyes que rigen a los demás.
Y, en segundo lugar se me olvido, y del todo, que en cierta
ocasión, vi por televisión una entrevista a un enterrador
vocacional. Vocación que traslucía por todos sus poros, el buen
hombre, y en cada una de sus palabras. Era un monje cristiano en no
me acuerdo que cementerio, pero si el tiene vocación de enterrador,
nacida de la piedad, debí desde ya entonces (y, no lo hice hasta
ahora) imaginar que bien pudiera haber también un vocación como la
de ella nacida de la compasión.
Sea como sea ella es feliz con su trabajo, hace lo que le gusta y
encima le pagan por ello. Incluso cuando en medio de la conversación
suena el teléfono del trabajo, algo, en algún sitio, ha pasado, que
podía haber pasado en cualquier otro momento, pero ha pasado en ese,
tiene que irse, apura el café, se despide y se va.
… La veo irse y pienso que allá a donde va va precisamente a
eso, a gestionar una despedida para que tenga cualquier cosa menos
color pañuelo lejano.
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