Me desnudo el alma, que no
quiero velos que me oculten de la vida. Que la quiero besándome cada
polo de la piel y calándome, ella, hasta el tuétano de mis huesos,
sangre en mi sangre, viento libre en el aire mismo que me invade y
llena los pulmones y con ello me sostiene.
Me quitare, pues, hoy la primera
prenda...
Decía mi padre, en lo único
gracioso que le escuche, en referencia al tabaco, un dicho que tomo
de no se quién y era, "le perdono el mal que me hace por lo
bien que me sabe". Pues, bien, voy invertir ese viejo dicho y
confesar que hay algo a lo que le perdono, de buen grado, lo mal que
me sabe por lo bien que me sienta.
Me refiero a la verdad.
De mis clases de filosofía en
el instituto, no recuerdo ahora si fue Aristoteles u otro, pero me
parece que fue él, dijo, teorizo, que los filósofos persiguen la
verdad porque nada hay más hermoso que la propia verdad. De donde
deduzco que ese filosofo pocas verdades podía conocer, pues es la
verdad con frecuencia hermosa, sí, pero otras es fea, sucia, vil y
repugnante.
¿Hace falta poner algún
ejemplo? Espero que no. Todos a poco que nos pongamos a pensar en
ello descubrimos en seguida mil ejemplos o más. Y, seguro que hay
gente que prefiere que no le recuerde eso. Pero no es mi caso ese no
querer recordar, ese no querer ver.
Amo descubrir la verdad. Todo lo
miro y re-miro en busca de verdades que hasta entonces me hubieran
podido pasar desapercibidas. Y, cuando me encuentro una que me
repugna da igual, me la trago y la digiero, aunque sea como tragarse
un sapo, vivo, entero y pataleante la acepto y me alimento de ella.
Hay una buena razón para ello.
Las verdades cuando son
repugnantes, feas, asquerorsas, grimosas, viles y etc son aun más
importantes que las otras. O cuando menos tanto.
Son esenciales para saber lo que
es realmente la vida, donde nos encontramos, que nos espera en el
camino y por lo tanto esenciales para orientarnos en nuestra vida y
por orientarnos me refiero a dar con las conductas más adecuadas
para optimizar nuestra posibilidades de satisfacción vital.
Si delante tengo los excrementos
del perro del vecino lo quiero saber cuanto antes, aunque no me va
hacer gracia, para poder desviar a tiempo mis pies de ellos. Es así
de simple. No los quiero pisar.
Pues igual con todo lo demás.
Mi infancia fue una lucha
permanente por paliar y hasta disminuir el número de golpes que me
daba la vida, y descubrí que si aceptaba la realidad, tal y como
ella era, me encontraba con más capacidad en mis intentos por
ponerme a salvo de todo aquello. Por eso cada verdad que descubría
era para mi un tesoro, incluso las que sabían mal. Mi madre hacía y
sigue haciendo lo contrario: las disimulaba, las negaba, las ocultaba
y las barría para debajo de la alfombra. Yo odiaba que hiciera eso.
Pero, en fin, la de mi infancia es una historia larga y que no estoy
segura de querer contar. Pero sí que aunque mi madre estaba, al
menos por entonces, enamorada de mi padre, a madre e hija las cosas
en la vida solo comenzaron a irnos bien cuando él decidió irse con
otra y hasta hoy.
Comprendo que estar enamorada es
como estar ciega, una borrachera de hormonas que te impide el acceso
a la realidad o al menos que en su caso era eso. Pero ojala que mi
madre hubiera podido admitir lo que teníamos delante de los ojos:
que no era cierto que él nos quería mucho y que el problema no era
que había que comportarse bien y no calentarle el genio ni
enfadarlo; que el problema en casa era él.
No, yo no quiero vivir ciega,
felizmente ignorante de la vida. Quiero conocer la realidad para
tratar, en ella, desde ella , de obtener la máxima satisfacción, y
menor mal, posible en la vida. Es así de simple.
No sé si nací ya con esa
tendencia y luego mi vida me la reforzó o si por el contrario nací
sin ella pero mi vida me la despertó y luego reforzó. Me da igual
como fue, aunque sospecho más bien lo primero, lo que importa es que
ya no sé vivir de otro modo. Necesito la verdad y por lo tanto la
busco o cuando menos estoy permanentemente abierta a ella; mal me
sepa o no eso da igual.
Soy pues recolectora de
verdades; gratas o no, que duelan o no, eso ya se ha dicho, “da
igual”.
Lo que importa es que me
alimenten.
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