Ambos tenían 17 años. Ambos
tenían la fama de ser los dos mejores alumnos de aquel instituto. Y,
ella se enamoro de él. Y, se lo contó a las amigas y todo fue un
“ji, ji, que risas”, pero las amigas tenían otras amigas y
compañeras y todas tenían hermanos, primos, vecinos, compañeros de
pupitre y algunas hasta amigos, por eso pronto todo el patio del
instituto fue un “ji, ji, que risas”. Y, bien pronto le llegaron
los amigos de él con el “ji, ji, que risas” a contar la
historia al mozo de sus amores.
El mozo de sus amores era el hijo
menor de unos padres que bastante antes que a él le trajeron al
mundo una larga lista de hermanas, sobreproctetoras todas ellas para
con él. Pero lo que los padres o no habían sabido hacer o se les
olvido hacer o simplemente no les salio de la gana hacer fue educar
debidamente al joven. Por eso él sabía cuando decir buenos días y
cuando buenas tardes y así lo hacía pero continuaba ignorando lo
que es ser un hombre. Por eso se le veía siempre acompañado, de una
revista de motos que jamás leía, pues su única misión era ser
visto con ella bajo el brazo, y, es que confundía el mozo ser hombre
con aparentar ser hombre y ya se sabe que para esa gente las motos
son cosa de “chicos” y evidencia de hombría.
Ya os imaginareis, dadas sus
peculiaridades, lo que sucedió cuando los amigos le llegaron con le
“ji, ji, que risas”, le sentó como una patada donde yo me sé y
es que la clase de gente que confunde ser un hombre con aparentar
hombría tampoco, digamos las cosas como son, saben diferenciar entre
que alguien se ria con ellos y que alguien se ria de ellos.
Mostró enfado, desagrado,
desprecio. Y espero sin éxito que eso parara las risas. De esa forma
ella supo que su confesión a un puñado de amigas había despertado
en él enfado, desagrado y desprecio.
Y, vio como él cada día se
mostraba más y más distante. Las miradas de ambos continuaron como
venían haciendo desde semanas atrás, antes de que ella hiciera
confesión alguna, buscándose la una a la otra y engarzándose cada
vez que se encontraban, pero todo lo demás en él, su comportamiento
y palabras, desmentían lo que su mirada hacía y decía. Fue un mal
curso para los dos, sobre todo para ella, y no lo digo por que ese
curso los que habían sido los dos mejores alumnos, como puesto a la
vez de acuerdo, suspendieran y se vieran obligados a repetir curso al
año siguiente.
Paso el verano, sin que se
vieran y volvió el nuevo curso, el mismo instituto, las mismas
aulas. Ella había tenido tiempo ese verano de pensar. Decidió que
si él no la quería lo único que ella podía hacer era aceptar que
eso era así y concluyo que lo que había tomado por miradas
engarzadas, dado el claro desmentido de él, no podía ser otra cosa
que autosugestión. Consecuentemente decidió pasar pagina lo mejor
que fuera capaz, lo seguía queriendo pero se abrió a otras
posibilidades.
Al poco de empezar el curso ella
comenzó a salir con uno de los dos mejores amigos de él. Ese fue su
primer novio, en una época en la que la palabra novio aun se usaba.
Por algún misterioso motivo, sucedió a la vez, que sin explicación
alguna su reciente novio perdió la amistad, de modo repentino, con
el mozo ya que este se negó desde entonces a dirigir la palabra a su
antiguo amigo, sin ni siquiera explicar el motivo. Pero sucedió más,
a los dos o tres días el mozo deja de asistir a clases, se encierra
a casa y durante todo el curso no se le vuelve a ver por las calles,
inicia tratamiento psicológico o psiquiátrico (no estoy muy segura
si lo uno, lo otro o los dos) y dado que tal cosa le da vergüenza no
lo hace donde vive si no a varias horas de distancia en coche. Y, de
ese modo va pasando el curso. El mozo acepta visitas en casa de uno
de sus dos anteriores amigos, al otro le está prohibido pasarse por
allí o llamarle por teléfono. Y, llega el verano y las vacaciones.
Él tendrá de nuevo que repetir curso, ella ira a la universidad.
Pero ese verano ella deja a su
novio. Y, comienza, por supuesto por casualidad, a salir en plan
noviazgo con el otro amigo del mozo, el único que le quedaba, con lo
cual, de nuevo sin explicación alguna el mozo le retira la palabra a
este otro y ya no le permite ir a visitarle.
Transcurrido el verano llega la
universidad. A las dos semanas ella conoce a otro hombre, esa misma
tarde se besan y con esos besos se termina el segundo noviazgo de
ella y comienza el tercero.
Y, la historia continua, pero
edito el texto para aligerar y voy directa al final que me importa:
Hoy, hay un niño, un bebe, con un
padre y una madre. Al niño aun no lo conozco, al padre tampoco, y
quizá no los conozca nunca, pero a ella sí. La conocí aquel verano
en que solía venir por el pueblo con su novio de entonces. Y,
pienso que ese niño, probablemente, no existiría de no ser por
aquel “ji, ji, que risas”, quizá otro u otros en su lugar, pero
él no. Y, pienso que está bien que sea así.
Me alegro por el bebe y si algún
día me llegase a leer me gustaría poder decirle entonces que es
afortunado, ya que siempre es preferible deber el propio nacimiento a
un “ji, ji, que risas” que ser hijo de una mera revista de motos
bajo el brazo.
(Nota: esta entrada fue publicada
el 16 de marzo y editada el 17)
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