jueves, 10 de marzo de 2016

Conversación con una testigo de Jehová

Aunque es ahora cuando la voy contar, la conversación que voy relatar sucedió una tarde de verano, cuando nacía el blog, desde entonces la he guardado, siempre pensando que la contaría algún día, hoy va ser ese día.

Andaba yo a lo mio, disfrutando un paseo y un sol de maravilla, cuando se acerco a hablarme una mujer de unos 60 años, quizá, muy predispuesta ella y a la vez con cierta timidez.

Había algo en ella que antes de que abriera la boca ya me hizo suponer cual era su “tema” y en efecto lo era. Tras su primer puñado de palabras le sonreí de buena gana a la vez que le avisaba que no era muy recomendable para ella iniciar esa conversación conmigo. Le encanto la sonrisa pero no entendió las palabras, imagino, la buena mujer, poder entender en ellas una advertencia a que perdería su tiempo conmigo. Pero no, eso no era lo que yo le acababa de intentar decir. Y, se lo aclare.

Le reconocí que si ella estaba contenta con sus creencias, que si se acostaba por las noches satisfecha de ellas, si al despertar la ayudaban a sobrellevar el día, entonces esas eran las creencias que ella debía tener y, salvo si fueran intolerantes hacía los demás, yo se las debía respetar. Y, mal favor le haría si permitía que por hablar conmigo le entraran las dudas sobre una fe que a ella le funcionaba bien.


Fue entonces cuando ella sonrió toda feliz, como solo puede hacer una niña, y me reconoció que en efecto estaba muy, pero que muy contenta, con sus creencias. Cosa que era obvia. Pero quiso tranquilizarme asegurándome que nada podía yo decir que la hiciera dudar de tan magnificas creencias. Ingenua a tope, vamos, era la buena mujer. Volví a sonreír y termine por reír, pues encontré muy graciosa a la mujer y aun más su ingenuidad.

Insistí entonces en que no pensaba arriesgarme a tal cosa, por mucho que ella me dijera que la tal cosa fuera imposible. Y la cosa se repitió, con otras palabras pero tal cual, unas tres o cuatro veces más. Ella contándome las maravillas que en su vida obraban sus creencias y lo inquebrantables que estas eran; yo soltando y volviendo a soltar que entonces era las que debía ella tener pero que mejor lo dejáramos no fuera ser que le entraran dudas. Y, entre tales sonrisas y palabras se nos paso un buen rato. Hasta que ella decidió dar un paso más y me pegunto, directamente, que opinaba de la Biblia.



Esa pregunta me dejo “parada”. Y, no me extraña. Siento, en tales circunstancias, pregunta directa sobre temas religiosos, que estoy obligada moralmente a dar mi sincera opinión sobre lo que se me pregunta. Pero responder a la pregunta era precisamente hacer lo que me temía y no quería hacer: destrozar creencias que la hacían feliz. Y, si me pare fue precisamente por eso, para buscar la forma de responder que fuera a la vez sincera y lo más inocua posible para la buena mujer. La pobre debió, o eso me pareció, interpretar eso como que había logrado “tocarme hondo” y que había dado con la puerta de entrada para venderme sus creencias. Pues cometió la imprudencia de volver a hablar sin esperar mi respuesta. Y, me lanzo a bocajarro la afirmación de que como yo sabía “la Biblia todo el mundo está de acuerdo en que es la palabra de Dios”. Fue escuchar eso y romper a reír, pero no como nos habíamos reído antes, juntas, ella y yo. Ahora me reía, no lo pude evitar, con todo mi cuerpo, huesos incluidos. Y, ocupada con mis risas nada dije, aunque vi su rostro y la sorpresa escrita en él y con la sorpresa aun escrita me formulo una pregunta, esta vez nada retorica. Realmente estaba preguntando, quería saber, si no era entonces cierto que todo el mundo cree que la Biblia contiene la palabra de Dios.

Respondí con la verdad, no podía callar ante una pregunta sincera y no me quedaba duda de que esta lo era. Y, a punto estuve de poner ejemplos que seguro todos tenemos en mente, pero no lo vi necesario, ni adecuado, no me los había pedido y yo seguía empeñada en proteger sus creencias de las mías.

… Eso termino con la conversación, la mujer descolocada se despidió amablemente y yendo ya dos o tres metros lejos de mi, acabe de comprender que marchaba ya pero de verdad, y le dije, aunque medio gritando para salvar la distancia, que ya nos separaba, que no olvidara no cambiar sus creencias mientras le funcionaran. Y, lo último que me dijo, también medio gritando, por esa misma distancia, fue que no pensaba cambiarlas.



Y, supongo que no las habrá cambiado, simplemente si le entro alguna duda lo habrá hablado con alguien de su religión al que considere sabio en la materia y este le habrá dicho que no le debe dar importancia a eso ya que del mismo modo que hay quienes se creen Napoleón y terminan en la consulta del psiquiatra siempre hay y habrá quien no crea que la Biblia es la palabra de Dios, pero que lo que importa es que todos los demás si creen que lo es y que esos son los que saben y por lo tanto la opinión que importa. Y, de esa forma tan fácil se habrá quedado la buena señora toda contenta con esas creencias que tan contenta la tienen.

O eso espero.

4 comentarios:

  1. La/Lo he conocido en el blog de Luis Roca Jusmet y me ha parecido que tiene cosas que ofrecerme, en general, y creo, siempre lo creo que lo creo, todo el mundo tiene cosas que ofrecerme.

    Y veo el comportamiento y las palabras que le dirigió a esta señora muy loables, no, no hay que ofrecer destrucción a quien nos viene con sana intención, otra cosa es la violencia que una conducta ingenua puede traer, en fin, de eso usted ya debe saber, como yo, y por lo que he deducido de su escrito.

    Un abrazo y espero volver a visitarla, desde ahora, sera -la, si a usted no le molesta.

    Vicent

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    1. Encantada de verte por aquí Vicent.
      Y, tiene razón, aquella señora venia con mucha ingenuidad más no con mala intención, se merecía algo mejor que una mala respuesta desde luego.

      En cuanto al articulo sinceramente prefiero que use usted aquel, el que sea, con el que más a gusto se sienta, le agrade o simplemente prefiera. Cualquiera de los posibles sera por mi visto como adecuado y correcto.

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  2. En parte me ha gustado tambíén su nombre, Lihlit fue una amiga a la que intenté darle el suave viento del otoño para que por la mágica red alzara el vuelo hacia el árbol, pero ella ya había elegido su camino, llegué tarde. A pesar de no conocerla en persona su pérdida fue dolorosa para mí, siempre hay algo que pagar y lo pagué, cuando una persona muere, ya sea un familiar, un amigo o enemigo o simplemente un anónimo chino de los que habla Lacan en su paradoja.

    Vicent

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  3. Lamento esa muerte Vicent, por desgracia no siempre es fácil ayudar y a veces simplemente no esta en nuestras manos, sobre todo en casos como ese. A mi hace un año se me fue una amiga de modo parecido y sin que yo ni siquiera me diera cuenta de lo que estaba pasando.

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