martes, 1 de marzo de 2016

El gato de mi vecina anda enamorado

Nada más salir de casa me ve la vecina. Que quiere que vea a su gato me dice, que algo le pasa me dice; que anda ella preocupada eso es lo que veo. Tiene al gato en la cocina y mientras me lleva allí me va contando.

Hace unos días que el gato ya no le quiere pasar en la casa más tiempo del imprescindible para comer. Parece ser que se pasa el gato todo el día fuera, noche incluida, que se le va con la gata de la vecina, me dice.



Veo por fin al gato, en medio de las repetidas y reiteradas explicaciones de la anciana. Ella tiene razón, el gato no da abierto los ojos. Los tiene y mantiene entreabiertos, pero no abiertos. Que ella piensa que lo hay que llevar al veterinario me dice y séque está pensando en que se lo lleve yo, y que en algún lado ya tiene el dinero preparado para pagar la consulta, pero yo miro al gato y lo remiro y mi impresión es que el gato se cae de sueño, pero es dormir y no un veterinario lo que necesita. Que esperemos un día propongo y veamos como evoluciona la cosa. Y, en eso quedamos.

Al día siguiente, anteayer, le pregunto, está ahora la anciana feliz, el gato durmió y durmió y siguió durmiendo, y despertó y comió y volvió a dormir y siguió durmiendo y continuo durmiendo. Y, termino pasando la noche en la cocina, durmiendo, y a la mañana siguiente tenia sus ojos abiertos y bien abiertos.

La anciana está feliz pero despotrica contra la gata de la vecina, que es la que se lo lleva. Con frecuencia me he preguntado que habrá en la naturaleza humana para que tantas mujeres echen sapos y culebras contra toda hembra, que sin permiso de ellas, se lleve a sus machos, sean estos marido, hijo, gato o lo que se tercie, me siento. Y hoy es uno de esos días, a la vez que no puedo evitar sentirme identificada con la gata y la termino defendiendo, pues al fin y al cabo, le digo, no a la gata, a la vecina, que la gata, seguro, no le hizo nada al gato que el no quisiera.

Y, eso bien lo sabe ella, más no quiere darme la razón y se calla, pero al callar al menos deja en paz a la gata que ya es algo.

En fin le sonrió al gato que me mira pensando en sus cosas, le hago chiqui-chiqui y se deja hacer, sin dejar por ello de estar más a lo suyo que a lo mio. Vuelvo a mirar a la anciana, sigue cabreada con la gata, lo lleva escrito en la cara. Pero es una cabreada feliz.

Nos despedimos. Me voy pensando en que solo ha ocurrido que la gata logro uno de los prodigios de la naturaleza, transmutar lo que hasta hace poco era un gatito más que un gato en todo un señor gato, revolucionando eso sí sus hormonas.

Y, solo por eso, vivir pasiones y andar en amores, por poco le cuesta al gato terminar en el veterinario.

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