miércoles, 13 de enero de 2016

Vestir el negro (segunda parte)

He visto relacionar el vestir el negro, en algunos góticos, con el luto. Ignoro a que se refieren exactamente. Quizá a ese sentimiento de ser muertos en vida que algunos describen y que les nace de sentir que la sociedad les impide vivir realmente tal cual son. No es mi caso.

Mi “afición”, ¿necesidad?, de vestir el negro ya conté como surgió: una vida hasta entonces bastante amarga entra en un periodo de esplendor y felicidad que se rompe de modo brutal y repentino, un accidente de trafico, una muerte y por esa muerte se me viste (que no me visto) de luto por motivos meramente sociales. Pero ese color queda asociado, para mí, a todo lo bueno que hasta entonces el “entorno vital” que con esa muerte me desaparece me había aportado. Y, se convierte de ese modo para mi, el negro en el vestir, en un escudo, un abrigo, frente a la intemperie de la vida. Es mi forma de sentirme unida a todo aquello que tanto significo en mi vida, mi modo de seguir sintiéndome fiel a todo aquello que fue y me sonrió, la manera que tengo de decirle a la vida, que soy yo, la misma de entonces y que sigo abrazándoles aunque ya no estén; me hace sentir fuerte, segura y aceptada por la gente que me importa, me mantiene vivo el recuerdo de que merezco ser amada y respetada y de que en efecto lo puedo ser.



Pero comprendo que esa tendencia, a buen seguro, se habría ido diluyendo con el tiempo y hoy ya no quedaría de ello nada salvo el recuerdo y poco más, pero no ha sido así, algo una tarde de verano entro a formar parte de todo ello y reavivo y de un modo tal esa tendencia mía que hoy sé que jamás me abandonara.

Esa tarde sonó una canción que ya había oído imposible saber cuantas veces, pero por primera vez en mi vida esa tarde no la oí, la escuche que es muy diferente. Penetre en ella y al penetrar yo en ella fue ella la que penetro en mí. Atravesó el tuétano de mis huesos, hasta llegarme al alma y prender en ella cual semilla de un fuego que la propia vida, la propia sociedad, se encarga de que nada me lo pueda apagar.

Esa canción es de Loquillo, y sobradamente conocida, El hombre de negro. Esa tarde llore, llore al comprender la canción y con esas lagrimas quedo regada esa semilla de la que antes os hable.



Desde entonces visto el negro quizá más por el luto que por sentirme abrigada. Por la humanidad y su maldita manía de ser ella su mayor enemiga, antes que por mi. Y, desde luego jamás, ni antes ni después visto el negro por un luto por mí, no me siento para nada muerta en vida, al contrario, muy pero que muy viva es como me siento y me encanta sentirme así. Soy consciente de las presiones que la sociedad puede ejercer para arrastrarnos a no ser lo que somos si no lo que ella quiere que seamos, pero esas presiones, incluso cuando me alcanzan y me tocan e impúdicamente me manosean, al tocarme me resbalan, y se van como llegaron, siendo nada o cuando menos nada que merezca mi respecto. Siento incluso que no tengo ningún derecho a dejarme atrapar en ese tipo de redes, que hacer lo contrario sería una traición a la propia vida y un insulto al aire que respiro. Que al hacer eso convertiría mi vida en mentira y eso me volvería a mi misma, a su vez, una mentira. Y, al ser entonces yo misma una mentira habría con ello perdido mi derecho a una vida de verdad.

No son los góticos los que me parecen muertos en vida, muertos en vida me parecen en cambio todos aquellos que no los comprenden.



Pero si alguna vez me sintiera muerta en vida entonces tendría que dejar que fueran otros los que me vistieran, que me arrancaran el negro y me pusieran el sudario blanco, pues es de los vivos, no de los muertos el luto, y el blanco es el color de los muertos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario