martes, 26 de enero de 2016

Palabras vanas y esa sed mía

Anoche, alguien, con él que a veces hablo largo y tendido, me comentaba que sus amigos estaban sorprendidos de ello, pues era, argumentaban, sabido que yo nunca hablo con nadie.

No es la primera vez que lo escucho. En los últimos diez años, o así, es la cuarta vez. Evidentemente eso de nunca o nadie es una exageración, pero no le falta razón. Soy de pocas palabras.

Hay un montón de temas de los que nunca hablo y oto montón, esta vez de gente, con la que no me interesa hablar.

Es más, para mí hablar es un trabajo que no deseo realizar salvo si se me compensa por ello. Eso hace que alguna gente (poca) tenga sobre mí, a ese respecto, una imagen que choca con la que al parecer tiene la mayoría. Esa poca es gente que me habla de los temas que si me interesan y usan las palabras para transmitirme algo real al sobre ello. Por lo tanto encuentro interesante lo que dicen. A la vez me dejan dar mi opinión o incluso la piden y no se enfadan si no les gusta lo que dicen.

No me gustan las conversaciones en las que no me dicen nada que valga la pena, o no pueda en ellas decir yo algo que me parece que la vale.

No me gustan las conversaciones nacidas del miedo al silencio, ni las que pretenden ser una verborrea que equivale a un saludo, un hola o simple apretón de manos, para eso ya tenemos las manos y el susodicho hola. Contemporizar, que es como lo llaman, no es lo mio.

Me siento incomoda con la gente que se siente incomoda cuando el silencio sustituye a las palabras. Y es que no me fio de nadie que no sea capaz de compartir una hora de silencio conmigo y mucho menos si no puede compartir ni un minuto.

Que una niña diga en medio de la clase que la ortografía está mal hecha, pues la “h” no se pronuncia y por lo tanto no escribes lo que hablas si la metes en una palabra, en mi época, se curraba en clase con un bofetón, Aprendí a medir mis palabras y a la vez a mis interlocutores y hasta al publico en mis conversaciones. Mejor prevenir que ser “curada” y es que en el pasado he llegado a verme colocada en el penúltimo circulo del infierno por decir lo que debía a quien no debía. A veces solo fue que dije lo que debía y a quién debía, pero sin adaptar las palabras a la idiosincrasia de mi interlocutor. Y, es que sé desde hace mucho que si le pregunto a un cura si puedo fumar mientras rezo me va decir que no pero si lo que le pregunto es si puedo rezar mientras fumo me dirá, y hasta complacido, que por supuesto.

De hecho es poquísima la gente a la que puedo contar lo que pienso del modo en que lo pienso y lo que siento del modo en que lo siento, tan pocos que les puedo contar con los dedos de una mano y me sobran dedos. Son más por supuesto a los que les puedo decir lo que pienso aunque no del modo en que lo pienso o lo que siento pero no de la manera en que lo siento, y tener que buscar las palabras, andar midiéndolas, me hace sentir que camino a ciegas sobre un suelo repleto de huevos y me resulta agotador.

Por lo tanto es verdad, hablo poco y con pocos. Y, por supuesto nunca me ha preocupado la imagen que eso pueda dar, no mientras sea legal el poco hablar.

Dos de esas cuatro personas, a las que comentaron esto, les respondieron que si no hablaba con los otros era por que tampoco ellos hablaban conmigo y en parte, solo en parte, eso es cierto. Seguro o casi que esa gente nunca intento hablar conmigo, pero también es cierto que intentar hablar conmigo no garantiza nada. No suelo buscar conversaciones, normalmente no las necesito, ya he dicho que no soy amiga de contemporizar pero acepto encantada una invitación a conversar, pero también es cierto que abandono las conversaciones, con mucha facilidad, tan pronto veo que no me aportan nada.

Sucede simplemente que aunque no me gusta hablar a la ligera, ni por matar el tiempo, ni por charlar, ni por otro montón de cosas, sí me gusta, de hecho me encantan, las conversaciones que me parecen inteligentes y con contenido real. Tanto que siempre ando sedienta de ellas. Y, cuando con alguien me resultan fáciles me pego a esa persona cual dedo a la mano y la charla se nos puede volver mar.

 Con no poca frecuencia opto, en realidad, por callar o autocensurar preventivamente mis propias palabras. Y, ese era el final al que estaba destinado este texto. Decidí que no lo publicaría, Pero a veces encuentro gente como el hombre de anoche, rarisima vez estamos de acuerdo en algo, pero se atreve realmente a pensar por si mismo y ese pensamiento suyo es diferente a una mera colección de tópicos, tiene sentido del humor y no me refiero a que me haga reír si no a que sabe él reír y es esa risa la que resulta contagiosa, liberadora y hasta terapéutica. Y, al repasar el texto, al pensar en él, he comprendido que en realidad sí quiero publicar el texto.




...Hoy no habrá tijeras.

2 comentarios:

  1. La sed siempre debe ser saciada...

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  2. ¿Debe?

    La sed siempre, Rafa, pide ser saciada, pero no siempre se puede, a veces no hay modo y una lo intenta y nada que no hay forma.

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