Sucedió el mismo día en
que me la presentaron. Me pareció una mujer inteligente, culta,
segura de sí misma y con un fuerte don de gentes. Me resultaba su
presencia, en principio muy grata.
Estábamos hablando
cuando entro una joven de unos 20 años o menos, con un vestido corto
y ceñido, tan corto que cuando la vi sentarse sin que se le vieran
las bragas lo considere todo un arte.
Me llamo la atención con
ello, al igual que a todo el resto de la concurrencia. Note que al
verla mi recién estrenada nueva conocida ponía mala cara, sentía
rechazo y desagrado. Fue incapaz de no hacerme un comentario al
respecto.
Esa no era forma de
vestir, decía ella, era impresentable, intolerable y jamás una hija
suya vestiría de ese modo. Que eso lo decidiría la hija y no ella,
fue mi respuesta. Rauda reacciono a mis palabras , que de eso nada,
dijo que si hacía falta..., que si hacía falta, pero leyó mi cara,
si ya me estaban desagradando sus palabras al ver a lo que quería
aludir mi cara se debió volver un libro abierto para ella, leyó que
sabía lo que iba decir, que se aseguraría de que la hija tirara ese
vestido a la basura aunque fuera convenciéndola a zapatillazos. Pero
leyó lo que pensaba yo al respecto y no se atrevió a terminar la
frase. Y de esa forma termino la que fue nuestra primera discusión.
Eso, la forma en que lo
hizo aun más que lo que dijo, me dio muchísima información sobre
mi nueva conocida. Pero también me hizo fijarme en la chica. Note
que los jóvenes del pueblo, que la conocen desde niña, es lo que
tiene los pueblos pequeños, eran conscientes, cosa inevitable, de la
presencia del vestido, pero a ella la trataron como siempre, no
pareció afectarles, en cambio a tres o cuatro que eran de fuera el
vestido los atrajo como la miel a las moscas, ella los trato entonces
con cortesía pero sin más. Por eso y por sus gestos y falta de
otros y hasta forma de posicionar el cuerpo pero no otras formas, me
di cuenta que los jóvenes de fuera del pueblo se equivocaban, ella
no buscaba para nada sexo, y como parecían saber los del pueblo, no
estaba abierta para nada a esa posibilidad. En realidad y pese a las
apariencias superficiales ella no buscaba resultar atractiva a los
hombres. Lo que buscaba era ella sentirse atractiva, que es algo bien
distinto. No se había vestido de esa forma para ellos, se había
vestido así para ella misma.
Me pareció comprender
que todo venía a cuento de un ego necesitado, que era obvio que no
lo tenia precisamente por las nubes, necesitado o bien de saber que
podía o bien de alimentarse, fortalecerse, viendo, con hechos, que
en efecto podía.
De ser hija mía confieso
que lo que vi me habría preocupado, quizá innecesariamente, pero me
habría hecho hablar con ella, pero no desde luego sobre el vestido.
Le habría preguntado
como se sentía, que era lo que la hacia sentirse bien y que era lo
que la hacia sentir mal. Le habría hablado de la diferencia entre el
orgullo y la vanidad y que la vanidad es delirio nacido de la falta
de orgullo y la debilidad que esa falta deja en el ego, en la
autoestima. En fin, no voy hablar ahora de esa diferencia que todos
debiéramos conocer y tantos se empeñan en que la ignoremos y
terminemos confundiendo la velocidad con el tocino. Y, es que ese no
es el tema que me trae hoy aquí.
En estos momentos llevo
unos días preparando un articulo para publicar en otro blog, en el
que voy comentar un libro en el que el autor defiende que la sociedad
se inmiscuya en asuntos privados diciendo y presionando a todo hijo
de vecino para que viva de un modo correcto, lo que por supuesto
incluye muchas cosas, por ejemplo, si vas entrar en un templo
cristiano, es lo correcto que no te pongas minifaldas o estarás
mostrando falta de respecto y no me parece mal ya que esa es “casa”
de ellos y cada uno en su propia casa es rey, ahora bien que no
salgan a la calle y pretendan decirte también allí como vestir,
pero si vas por ciertas calles de ciertas ciudades, y todos sabemos a
cuales me refiero, más te vale que te vistas de tal modo que ni tu
madre te reconozca si te cruzas con ella o cualquiera podrá
recriminarte, según las costumbres locales, que vas “desnuda”;
del mismo modo, llevar un vestido que parece dejarte las bragas al
aire esta bien si vas recoger un Oscar de la Academia y tienes mil
cámaras de TV enfocándote para transmitir el evento pero no si
sales un sábado noche en tu pueblo de toda la vida. Y así un largo
etc.
Esa manía que tiene
tanta gente de creerse en el derecho y hasta en la obligación de
exigir a los demás vivir como a ellos les parece que deben vivir me
preocupa y pensando en ello fue como recordé la historia que había
pensado callar. Y, ya no voy callar.
Me asusta la gente que es
incapaz de respetar el derecho de los demás a vestir como les salga
a ellos de la real gana. Y, me espantan aquellos que se consideran
capacitados para saber lo que es lo correcto, aquellos que se
consideran poseedores de la verdad, aquellos a los que les falta la
humildad suficiente para ver, admitir, asumir, que su forma de ver el
mundo, la vida, a los demás no necesariamente tiene que ser la
verdadera por muy cierta que a ellos se lo parezca. Esa fe absoluta
que se tiene en las propias creencias es la madre de todos los
fanatismos y solo puede nacer de un ego ciego y enfermo, falto de
orgullo sano y sobrado de mal disimulada vanidad.
De esto es de lo que hoy
quería hablar, de la desfachatez y sobreabundancia de los
intolerantes. Y, del modo en el que otros les facilitan el camino.
¡Cuidado los tenemos en
casa!
(Nota: el texto anterior
lleva aproximadamente un año escrito, en espera para ser publicado a
que el otro articulo, para el otro blog, también lo sea. Pero han
ido pasando los meses y el articulo esperado no lo he dado escrito,
cada vez que lo intento fracaso. La razón de mi fracaso guarda
relación con que en cada intento, nada más empezar me asalta una
fuerte grima de la que termino huyendo sin acabar el texto. Pero
recientemente me he comprometido a escribir otro articulo sobre un
texto, de autor diferente, que viene a defender que dado que todo
ser humano es falible la mejor solución moral es que la comunidad,
la sociedad, ejerza un control de nuestra moralidad, y que por lo
tanto nos pongamos en manos de ella y nos dejemos tutelar moralmente.
Por lo que al final he decidido publicar mi texto sobre “minifaldas
y zapatillas”, sin esperar al otro que a estas alturas ya no sé si
algún día lo daré o no terminado)
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