viernes, 18 de mayo de 2018

La muerte de un perro

Me encuentro en una cafetería, un hombre entra y ambos nos llevamos la sorpresa de encontrarnos de ese modo. El entra solo a por tabaco, que donde está viendo el partido de fútbol no lo venden. Yo me he conectado a la Wi-Fi para ver que novedades hay en un grupo de Facebook, no lo quiero abandonar aun, a él pronto le va comenzar el segundo tiempo del partido. Pero quedamos para después. Termino, ya no hay más novedades, salgo y acabo compartiendo la mesa de él, quedan aun unos minutos de partido. Hablamos, termina el partido, salimos. Caminamos.

 Es entonces cuando me lo cuenta, ayer, me dice, saliendo de casa, se cruza con un vecino que pasea un perro, de los de raza pequeña, alegre y juguetón, que rápido da vueltas entorno a su dueño a la vez que ambos avanzan. En eso el perro entra más de la cuenta en la carretera, quizá para evitar de ese forma chocar con los dos ancianos que se les cruzan de frente en la misma acera. Y ocurre entonces que a un conductor se le hace imposible frenar a tiempo su coche.

El coche golpea la cabeza del perro, no se produce sangre pero el perro muere en el acto. Mi amigo ve entonces como su dueño lo toma en brazos, se acerca con él a un portal, se sienta sobre el escalón, casi rozando el suelo, que da acceso al portal, con el cadáver en las rodillas, mudo el hombre, contempla el pequeño cuerpo al que acaricia una y otra vez pese a ser consciente de que es un cadáver lo que acaricia. Un cadáver, pero mucho más que eso también.

Comprendo que ha estado esperando para contarme eso. Antes, entre la gente que veía el partido no parecía adecuado, demasiada gente para algo como eso. En la soledad de nuestro paseo en común ya es diferente. Y, comprendo que quiere, espera, que diga yo algo, y busco algo que decir, estos días ando en carne viva con la muerte de una amiga de la que jamás le hable a él. Y, se me aviva la llama del recuerdo, y de otros recuerdos más.

Me vuelve a la memoria la noche aquella en que esperando el último autobús para el pueblo, a las afueras de Santiago de Compostela, al otro lado de la carretera veo llegar un perro, de esos que aquí llamamos “palleiro”, cruce de mil razas, hijo de mil azares, llega corriendo, feliz de y por yo no sé pero feliz, cruza la carretera, sortea el primer coche del lado suyo, pero el primero del mio le pasa por encima, el coche no para, sigue, yo lo veo perderse en la distancia y que otros vienen ya, entonces entro en la carretera y tomo en brazos al perro que aun vive, un coche frena mientras su conductora nos mira, luego sigue su camino cuando salgo de la carretera y tiendo el perro sobre la acera, otro coche sigue al de ella, solo un tercer coche aparca a nuestro lado y de él se baja un hombre, se nos acerca, me pregunta, le cuento que al menos una de las ruedas le paso por encima del vientre y parte del pecho. Entonces también el comprende que no hay nada que hacer, no tarde ni dos minutos el perro en morir. Una vez muerto el hombre me da la mano, nos despedimos, sube al coche, se va. Nos quedamos solos el cadáver y yo, y cuando finalmente llega el autobús ya solo queda el cadáver y la acera. Me pregunto cuanto tiempo tardaran los posibles dueños en dar con el cadáver, si es que lo encuentran. Esa noche si lo esperan sera en vano.

 

Me vienen a la mente otras muertes, pero nada en ellas que pueda ser útil a mi amigo. Guardo entonces silencio, el espera más el silencio continua. Veo con claridad que él ha tomado consciencia de que el perro no era propiedad de su dueño, si no que era un amigo. Y, que por ello la muerte del perro no fue la muerte de una “maquina – biológica - carente de alma”, pues los amigos son siempre personas con sus necesidades, derechos y dignidad propios. Pero el ahora eso ya lo sabé, aunque ya antes, me consta, lo sospechaba, las caricias a un cadáver aun caliente le han hecho comprender que también los animales tienen alma o lo que quiera que entendamos por alma. Que con frecuencia no se la sepamos ver solo prueba nuestra ignorancia y no otra cosa.

D.E.P

2 comentarios:

  1. Que triste y que real. Yo soy 100% perruna, mi familia está formada por 4 humanos, 12 perros, un gato, 2 cabritas enanas y 5 gallinas. Hace un mes una de mis perritas se fue, hace más de un mes ya, yo también abracé su cuerpo inerte, vertí lágrimas sobre ella, sentí como yo también moría un poco. No fue por un atropello, fue un fallo renal, 13 años maravillosos juntas, y se fue. Una semana antes había fallecido mi padre, un cáncer de pulmón que se lo llevó en un mes. No consigo recuperarme de sus pérdidas, tampoco me recupere de la de mi madre y se fue hace 11 años, también lloré sobre su cuerpo, y sobre los de otros perros que formaron parte de mi familia. Cachorros enfermos, ancianos, todos y cada uno dejaron su cicatriz y mi corazón está tatuado con ellas, ya no late igual, cada vez lo hace más despacio, más triste. Un abrazo.

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  2. “ yo también abracé su cuerpo inerte, vertí lágrimas sobre ella, sentí como yo también moría un poco”

    Eso que describes, Virginia, fue precisamente lo que mi amigo vio, y tanto le afecto, en el hombre que con la mirada perdida, ajeno al mundo, se concentraba en acariciar a un amigo muerto pero aun totalmente vivo para él...

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