viernes, 6 de noviembre de 2015

La niña sin cómics

Llueve y llueve y llueve. Nadie en las mesas, nadie en la barra y no me sorprende. Y, aprovecho.

Es entonces cuando entra el Ingles y me pilla enfrascada en Internet. Le veo y ve que le veo, sé que no tiene prisa, le dejo acercarse. Sigo enfrascada. Contemplo recuerdos que se han despertado.

Llega a mi lado, espera, nada dice, nada digo y termino dejando el ordenador. Me giro para preparar un café, sé que me lo va pedir. Antes giro el ordenador, quizá a modo de disculpa, invitándolo a ver lo que yo estaba viendo.

Me pregunta si es él quien me lo hizo. Pasa un fugaz instante y comprendo entonces a que se refiere. En la pantalla del ordenador hay un dibujo, de un personaje de cómic. Y, él lo ha confundido con un retrato mio que un conocido se ofreció hacerme para el blog. No es ese retrato. Es Death, un personaje que aparece en una colección de cómics de la editorial DC Comics, dentro de la colección de Sandman y al que encontré curioseando sobre el mundillo gótico , para crear ese personaje se inspiraron en una chica real, conocida por uno de los autores del cómic. Dicen que cada uno de nosotros tiene al menos un doble, esa chica y yo lo debemos ser y eso hace que tenga otro, por ella, en forma de cómic, si se le quita el anhk que lleva al cuello y el tatuaje bien parece Death el retrato prometido.


Pero ese no era el momento oportuno para hablar de lo que realmente estaba yo mirando mientras mis ojos se clavaban en el personaje de ficción. Pues aun seguía inmersa en el recuerdo que la imagen despertó. En el recuerdo de Débora y de lo que ella y su familia significaron en mi vida.

Cuando una familia necesita acudir a Caritas para llegar a fin de mes no se puede esperar que por la mano de una niña pasen muchos cómics. Eso no significa que no le gusten. Cuando, a poco de comenzar, aquel curso se puso de moda intercambiarse cómics durante el recreo yo no tenía cómics que intercambiar. Por no tener no tenia ni uno. Pero una mañana me acerque a la que más tenía y le pedí que me dejara uno, me pregunto entonces cual le dejaba yo en su lugar y dada mi respuesta me volví a mi rincón del patio sin cómic alguno. Ese rincón del patio era mio y yo era suya. Me sentaba allí y veía como la vida, a un paso de mi, jugaba y reía. Pero ese día no fui capaz de permanecer sentada en él. Me levante, entre en la biblioteca y saque un libro de cuentos que ya me había leído dos o tres veces, pero es que tampoco había mucho más donde elegir. Al llegar con el cuento al rincón me esperaba la compañera del “montonazo” de cómics con uno en la mano y una sonrisa, sé lo había pensado mejor. Lo acepte con vergüenza, lo leí con vergüenza y con vergüenza lo devolví.

A la mañana siguiente no me atreví a pedir a nadie un cómic. Pero no me faltaron cómics, al poco de sentarme llego Débora con tres cómics y los empezamos a leer. Nunca se lo dije pues por aquel entonces no parecía necesario ni venir a cuento pero yo admiraba aquel color miel de su pelo pero sobre todo la admiraba a ella pues pese a ser aquel mi colegio de toda la vida yo seguía siendo la “rara” mientras que ella, que había llegado con su familia al pueblo una semana tarde para iniciar el curso, ya estaba desde el tercer día totalmente integrada con las demás.


Ignoro que fue lo que la llevo a elegirme como amiga, nunca por entonces sentí la necesidad de hacer la pregunta. Pero la amistad que se formo aquel día hizo que los dos años siguientes fueran los mejores de mi vida.

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