martes, 1 de diciembre de 2015

Soy hija del viento

Soy hija del viento, mi madre es la profunda noche de los tiempos, esa, la que hace que todo sea pronto olvido y oscuridad y ya no quede vivo alguno que conserve el recuerdo de lo habido ni sondear pueda lo que fue y ya no es.

Hija soy de lo Ilimitado y su infinito número de combinaciones. De incontables sonrisas, de incontables llantos.

Hija de un mar de desgracias y fortunas, es lo que soy.

Nacida en el mundo.

Humana.

Y, animal, por lo tanto. Al contrario que otros y al igual que otros, mamífero, pero animal. Que así fue como me produjo el mundo, la vida, natura.

Y, comprendo lo que soy, comprendo donde estoy, o cuando menos lo intento. Y, cuando miro todo lo que veo me recuerda lo que soy. Viento y noche profunda. Hasta la Galaxia en la que vivo es eso: viento y noche profunda. No somos otra cosa, una brisa que llega y desaparece, un movimiento en la danza de la vida, un posibilidad hecha carne, hueso y sangre; hecha dudas, anhelos, preguntas, miedo y coraje; hecha mirada, pies para caminar y manos para hacer.

Y, me quedo perpleja y no sé que decir cuando veo que lo que encuentro obvio otros lo ven absurdo.


Ni me comprenden ni les entiendo. Donde yo solo veo una realidad ellos ven tres y un abismo separando esto de aquello y aquello de lo otro. Son hijos de la cultura en que nacieron, esa, la que les enseño que existe Dios, el hombre y la naturaleza. Y, que cada una de esas cosas es de naturaleza ajena a la otra, que el ser humano esta hecho a imagen y semejanza de Dios, pero no la naturaleza. Aunque la naturaleza sí forma el cuerpo de cada ser humano no por ello se la considera nuestra madre, se la vive como ajena. Y, es que nos dicen que los seres humanos tenemos alma y la naturaleza no. Y, tan asumido tiene eso la cultura en cuyo seno vivo que hasta los más ateos tienden a asumir como verdadero no ya que existen tres reino, el divino, el humano y el natural, pero tras negar el primero siguen empeñados en ver abismos separando naturalezas, creen, sienten, que una cosa es lo humano y otra lo natural, Que un hormiguero es naturaleza y una ciudad no, que un nido es naturaleza y una casa no, que una pluma es naturaleza y un jersey no. Entonces nos parece locura que una hormiga considere un hormiguero antinatural por el mero hecho de ser un producto hecho por las hormigas, pero contradictoriamente se juzga de cuerdos considerar una ciudad como un entorno ajeno a la naturaleza por el mero hecho de ser un producto artificial, es decir humano.

Pero debería callar, quizá. Pues siempre que hablo de estas cosas me pasa con la gente una de estas tres:

Con la gente de fe fuerte en sus amados prejuicios despierto incluso ira, son esa clase de gente que me considera malvada no tanto por pensar y sentir de ese modo como por no callarme, pues al no callarme les ofendo, les hiero, les ataco o eso sienten en esos prejuicios tan amados suyos. De tener poder para ello, segura estoy, me prohibirían hablar de ello bajo amenaza de flagelarme, en la plaza publica, y que, de no bastar con el látigo, en caso de aun así persistir en mi maldad, desvarió y mala conducta en vez de enmendarme con el temor a su látigo y de nuevo en la plaza publica se me quemaría viva, para escarmiento mio y advertencia publica de que mal acaba quién no se deja domar por el látigo ese.

Con las gentes de buen corazón, en cambio, pasa otra cosa, sienten repentina lastima por mi persona cuando me oyen decir cosas como que soy capaz de disfrutar tanto el acariciar el asfalto de una carretera como la hierba de un prado. Y, es que dado que no son ellos capaces de lo mismo, de sentir placer acariciando el hormigón de una pared se imaginan que ese “tanto”, “igual me da asfalto que rosal”, significa que nada soy capaz de sentir ante el trino de un pájaro o el viento jugando con mi pelo. No comprenden que ese “tanto me da”, no me roba placer si no que me duplica el de ellos.

Con las gentes que ni fu ni fa, con esas todo es sencillo, simplemente escriben raudo mi nombre en su lista de gente rara, pero que muy rara, si es que no me tenían ya en ella y me quitan a la vez de su lista de gente interesante o de la de quizá interesante si es que me tenían en alguna de ellas.

En fin, me da igual lo que diga esa cultura, está equivocada en ese punto. El ser humano tenga alma o no, que ese es otro debate, es un animal y por lo tanto un ser natural y todo lo que haga un ser natural es a su vez forzosamente natural.

Intentar negar eso es negar la propia esencia humana.



Y, sí, por supuesto, vale, de acuerdo, somos como es obvio un tipo de ser natural muy diferente a otros tipos de seres naturales. Pues claro, N-A-T-U-R-A-L-M-E-N-T-E.

Y, en fin...

Que lo humano y todo lo humano es un subconjunto de la naturaleza y que tratar de ver al ser humano como ajeno, superior, externo, etc de o a la naturaleza es tan disfuncional como si a un pájaro le diera por creerse un pez o a mi vecino de enfrente le diera por creerse Napoleón. Es entonces cuando nos volvemos un peligro para la naturaleza toda, incluida nosotros mismos.

(NOTA ACLARATORIA: Bueno en realidad todo lo anteriormente dicho, pese a que me reafirmo en ello, no significa que todo en la naturaleza me resulte igualmente placentero, de hecho hay cosas que hasta me desagradan y por supuesto prefiero acariciar un gato que un trozo de asfalto, pero es que también es natural que no todo me guste por igual, así me hizo ella, la naturaleza: Viento y noche)



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