Soy hija del viento, mi madre es
la profunda noche de los tiempos, esa, la que hace que todo sea
pronto olvido y oscuridad y ya no quede vivo alguno que conserve el
recuerdo de lo habido ni sondear pueda lo que fue y ya no es.
Hija soy de lo Ilimitado y su
infinito número de combinaciones. De incontables sonrisas, de
incontables llantos.
Hija de un mar de desgracias y
fortunas, es lo que soy.
Nacida en el mundo.
Humana.
Y, animal, por lo tanto. Al
contrario que otros y al igual que otros, mamífero, pero animal. Que
así fue como me produjo el mundo, la vida, natura.
Y, comprendo lo que soy,
comprendo donde estoy, o cuando menos lo intento. Y, cuando miro todo
lo que veo me recuerda lo que soy. Viento y noche profunda. Hasta la
Galaxia en la que vivo es eso: viento y noche profunda. No somos otra
cosa, una brisa que llega y desaparece, un movimiento en la danza de
la vida, un posibilidad hecha carne, hueso y sangre; hecha dudas,
anhelos, preguntas, miedo y coraje; hecha mirada, pies para caminar y
manos para hacer.
Y, me quedo perpleja y no sé
que decir cuando veo que lo que encuentro obvio otros lo ven absurdo.
Pero debería callar, quizá.
Pues siempre que hablo de estas cosas me pasa con la gente una de
estas tres:
Con la gente de fe fuerte en sus
amados prejuicios despierto incluso ira, son esa clase de gente que
me considera malvada no tanto por pensar y sentir de ese modo como
por no callarme, pues al no callarme les ofendo, les hiero, les ataco
o eso sienten en esos prejuicios tan amados suyos. De tener poder
para ello, segura estoy, me prohibirían hablar de ello bajo amenaza
de flagelarme, en la plaza publica, y que, de no bastar con el
látigo, en caso de aun así persistir en mi maldad, desvarió y
mala conducta en vez de enmendarme con el temor a su látigo y de
nuevo en la plaza publica se me quemaría viva, para escarmiento mio
y advertencia publica de que mal acaba quién no se deja domar por el
látigo ese.
Con las gentes de buen corazón,
en cambio, pasa otra cosa, sienten repentina lastima por mi persona
cuando me oyen decir cosas como que soy capaz de disfrutar tanto el
acariciar el asfalto de una carretera como la hierba de un prado. Y,
es que dado que no son ellos capaces de lo mismo, de sentir placer
acariciando el hormigón de una pared se imaginan que ese “tanto”,
“igual me da asfalto que rosal”, significa que nada soy capaz de
sentir ante el trino de un pájaro o el viento jugando con mi pelo.
No comprenden que ese “tanto me da”, no me roba placer si no que
me duplica el de ellos.
Con las gentes que ni fu ni fa,
con esas todo es sencillo, simplemente escriben raudo mi nombre en su
lista de gente rara, pero que muy rara, si es que no me tenían ya en
ella y me quitan a la vez de su lista de gente interesante o de la de
quizá interesante si es que me tenían en alguna de ellas.
En fin, me da igual lo que diga
esa cultura, está equivocada en ese punto. El ser humano tenga alma
o no, que ese es otro debate, es un animal y por lo tanto un ser
natural y todo lo que haga un ser natural es a su vez forzosamente
natural.
Intentar negar eso es negar la
propia esencia humana.
Y, sí, por supuesto, vale, de
acuerdo, somos como es obvio un tipo de ser natural muy diferente a
otros tipos de seres naturales. Pues claro, N-A-T-U-R-A-L-M-E-N-T-E.
Y, en fin...
Que lo humano y todo lo humano
es un subconjunto de la naturaleza y que tratar de ver al ser humano
como ajeno, superior, externo, etc de o a la naturaleza es tan
disfuncional como si a un pájaro le diera por creerse un pez o a mi
vecino de enfrente le diera por creerse Napoleón. Es entonces cuando
nos volvemos un peligro para la naturaleza toda, incluida nosotros
mismos.
(NOTA ACLARATORIA: Bueno en
realidad todo lo anteriormente dicho, pese a que me reafirmo en ello,
no significa que todo en la naturaleza me resulte igualmente
placentero, de hecho hay cosas que hasta me desagradan y por supuesto
prefiero acariciar un gato que un trozo de asfalto, pero es que
también es natural que no todo me guste por igual, así me hizo
ella, la naturaleza: Viento y noche)
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