Estoy, para mi desagrado,
acostumbrada a ver gente adulta fumando a escondidas de su familia.
Y, es que el chantaje emocional, que a veces, pesa sobre las cabezas
de los fumadores puede ser muy alto. Pese a lo acostumbrada, siempre
me sorprende ver gente hecha y derecha comportándose como
adolescentes haciendo novillos y aceptando el chantaje que los
convierte en eso al ser aceptado. Yo no podría, de ser ese mi
entorno familiar huiría de él ya que en caso contrario terminarían
volviéndome loca. Pero la historia que os voy contar es diferente.
Me la contó entre risas Dama,
una amiga, y es su propia historia.
Dama fumaba y fuma, pero un día
decidió dejar el tabaco. Lo decidió por la sencilla razón de que
le salio de la gana, convencida imagino de favorecer con ello su
salud. Y, Dama se sintió orgullosisima de su decisión, tanto que no
paraba de presumir de ello y vacilar, sobre el asunto, a todo fumador
que se dejara.
Pero las cosas no fueron por el
camino que Dama esperaba. No tardo en volver al tabaco. Pero eso
representaba ahora un problema social para ella. No por el tabaco, si
no por el mucho haber fardado de haber dejado lo que al final no dio
dejado. La vanidad, que no la adicción, la había metido en ese lio
y atrapada en él se encontraba. Y, Dama me lo contaba entre risas a
sabiendas de que lo mejor aun estaba por llegar.
El caso es que Dama volviendo a
fumar no quiso pagar el precio de admitir ante los demás que había
regresado al pitillo de siempre. Y, decidió que esa era una parte de
su vida que ocultaría ante todos los demás. Eso incluía al marido,
el fumaba y nunca se había metido para nada con ella por fumar, pero
eso a ella le daba igual, solo importaba que ella había presumido
ante él de ese “dejar” que termino no siendo tal y la vanidad
reclamaba su precio: él nunca, jamás, debería saber que ella había
regresado al tabaco. La imagen de Dama debía ser la de esa gran
fortaleza de carácter de la que estaba presumiendo. Y, fueron
pasando los meses y continuaron pasando hasta que llego el día en
que el asunto se descubrió.
Harta de andarse con secretos y
dado que no había motivo alguno, bien fundado, para andar con ellos,
Dama decidió sincerarse con el marido y le contó que de nuevo
fumaba. Fue entonces cuando él, también se sincero con ella y, le
dijo que ya lo sabía, se sorprendió Dama, y añadió él que de
hecho lo sabía desde hacía ya meses, lo cual la sorprendió aun
más. Y, viéndole la sorpresa en la cara, él, continuo diciendo a
Dama, que desde hacía meses cada vez que llegaba a casa y pese a
estar la ventana abierta él, que fumaba negro, encontraba que la
casa olía a rubio. La deducción había sido fácil pues. Dama
fumaba y Dama se lo escondía. Y, termino el marido encogiéndose de
hombros y diciendo: “pensé que si eso te hacia feliz pues que así
fuera” y se paso todos esos meses él simulando no enterarse, para
que Dama fuera feliz pensando que lo daba engañado.
De ese modo una, por vanidad,
buscaba engañar, y el otro, por amor, la engañaba a su vez
simulando ser engañado.
Eso fue lo que paso, esa es la
historia, nada más hubo ni falta que hizo.
Muy pocos saben y otros muy pocos se atreven a confesar que dejar de fumar nos puede matar, sería largo de explicar, y si nos conocemos más pues entraría amablemente en el tema, pero ahí lo dejo, hay quien me creerá y hay quien me envidiará, me arriesgo.
ResponderEliminarVicent
Me parece, Vicent, que soy de las que te lo van a creer pues mi experiencia personal en la vida me prueba que eso es verdad. Pero soy de las que no se atreven a confesar tales cosas. Solo en dos ocasiones, a sendos médicos, se lo comente, un poco de pasada, y o no me entendieron o bien disimularon con gran eficacia que si entendieron.
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