Nada más salir de casa me ve la vecina. Que quiere que vea a su
gato me dice, que algo le pasa me dice; que anda ella preocupada eso
es lo que veo. Tiene al gato en la cocina y mientras me lleva allí
me va contando.
Hace unos días que el gato ya no le quiere pasar en la casa más
tiempo del imprescindible para comer. Parece ser que se pasa el gato
todo el día fuera, noche incluida, que se le va con la gata de la
vecina, me dice.
Veo por fin al gato, en medio de las repetidas y reiteradas
explicaciones de la anciana. Ella tiene razón, el gato no da abierto
los ojos. Los tiene y mantiene entreabiertos, pero no abiertos. Que
ella piensa que lo hay que llevar al veterinario me dice y séque
está pensando en que se lo lleve yo, y que en algún lado ya tiene
el dinero preparado para pagar la consulta, pero yo miro al gato y lo
remiro y mi impresión es que el gato se cae de sueño, pero es
dormir y no un veterinario lo que necesita. Que esperemos un día
propongo y veamos como evoluciona la cosa. Y, en eso quedamos.
Al día siguiente, anteayer, le pregunto, está ahora la anciana
feliz, el gato durmió y durmió y siguió durmiendo, y despertó y
comió y volvió a dormir y siguió durmiendo y continuo durmiendo.
Y, termino pasando la noche en la cocina, durmiendo, y a la mañana
siguiente tenia sus ojos abiertos y bien abiertos.
La anciana está feliz pero despotrica contra la gata de la
vecina, que es la que se lo lleva. Con frecuencia me he preguntado
que habrá en la naturaleza humana para que tantas mujeres echen
sapos y culebras contra toda hembra, que sin permiso de ellas, se
lleve a sus machos, sean estos marido, hijo, gato o lo que se tercie,
me siento. Y hoy es uno de esos días, a la vez que no puedo evitar
sentirme identificada con la gata y la termino defendiendo, pues al
fin y al cabo, le digo, no a la gata, a la vecina, que la gata, seguro, no le
hizo nada al gato que el no quisiera.
Y, eso bien lo sabe ella, más no quiere darme la razón y se
calla, pero al callar al menos deja en paz a la gata que ya es algo.
En fin le sonrió al gato que me mira pensando en sus cosas, le
hago chiqui-chiqui y se deja hacer, sin dejar por ello de estar más
a lo suyo que a lo mio. Vuelvo a mirar a la anciana, sigue cabreada
con la gata, lo lleva escrito en la cara. Pero es una cabreada feliz.
Nos despedimos. Me voy pensando en que solo ha ocurrido que la
gata logro uno de los prodigios de la naturaleza, transmutar lo que
hasta hace poco era un gatito más que un gato en todo un señor
gato, revolucionando eso sí sus hormonas.
Y, solo por eso, vivir pasiones y andar en amores, por poco le
cuesta al gato terminar en el veterinario.
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