El destino es inevitable, pero
no por ello conocible de antemano, pues para ello se necesitaría
saber de antemano todo sobre el universo, sus fuerzas y las
particularidades de cada cual.
Mi destino ya esta escrito,
fijada incluso la hora de mi muerte y cada instante hasta entonces.
Pero eso no niega mi libertad. Ni la afirma. La libertad es cosa
curiosa. Palabra confusa al ser usada, por lo general, de un modo
confuso.
Antes de que yo naciera el
universo ya existía, lo continuara haciendo cuando yo ya no esté.
Tiene sus leyes, a las que se encuentra sometido y a la vez a todo
somete a ellas. Yo no puedo ser una excepción. Vivo bajo la misma
ley que él y a él sometida. En esto no soy libre, no cabe tal
libertad. No soy libre de alcanzar la luna de un salto ni de volar
sin alas o vivir sin respirar. Toda mi vida está sometida a la ley
de ser, hasta los dioses le están sometidos. No soy libre de elegir
la familia en la que nací, ni los genes que me trajeron y traje al
mundo. No soy libre de decidir que me va traer o no mañana la vida,
ni lo que me traerá siquiera el próximo segundo. Pretender ser
libre en ese sentido es como intentar, querer, agarrar con las manos
un triangulo de cuatro lados, puro desvarió.
Pero soy libre, enteramente
libre, para decidir reaccionar de un modo u otro ante lo que la vida
me aporta, me trae, me hace, me ofrece, me deja vivir. La vida, eso,
no lo puede decidir por mí.
Hay pues, en toda vida, un reino
de la necesidad, de lo inevitable y otro reino, el de la libertad.
Cuando vivo reacciono ante lo inevitable dando lugar de ese modo a un
resultado que depende tanto de lo inevitable como de mi pura, simple
y llana libertad. Por ello el destino de cada cual no es nunca
resultado de nuestra mera libertad, como tampoco consecuencia de lo
inevitable sin más. Pues mi propia libertad es inevitable, y no
existe el destino sin contar con ella.
Sí, el universo me marca que es
lo que la vida me va ofrecer, pero soy yo la que decido de todo eso
que es lo que voy materializar y lo que no. Y, al final, de todo
ello, aquello que materialice eso será mi destino. No somos hojas
muertas mecidas al viento.
Por eso es tan importante saber
lo que la vida me ofrece, conocer las leyes de la existencia, del
ser, del universo, de la vida. Sin ese conocimiento decidiremos desde
la ignorancia de lo que hay, y será entonces nuestra decisión una
mera apuesta hecha a ciegas. Por eso la vida, para aquel que
comprende tales cosas, es una permanente búsqueda de conocimiento,
de luz con el que penetrar las tinieblas y un palpar en ellas cuando
nos falte luz, es un luchar por abrir los ojos y ver que hay delante
nuestro, un mirar bajo las piedras por ver que se esconde allí. Solo
el conocimiento nos permite ejercer nuestra libertad con un grado lo
más bajo posible de mero azar. Por ello solo desde el conocimiento
podemos afirmar que somos libres. A mayor conocimiento mayor es la
libertad de acción, es así de sencillo. Pero esa libertad nada nos
garantiza, nada salvo una cosa, que la decisión que tomemos será
probablemente la más acertada para el logro de nuestros propios
fines.
Por eso es tan importante la
llamada plegaria de la serenidad:
“Señor, concédeme serenidad
para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar
y sabiduría para entender la diferencia”
… Qué expresa un modo de
entender la vida que ya se hallaba presente en la filosofía y
religiones paganas, pero que con diferente matiz ha sido desarrollada
y aceptada también por otras formas de religión e incluso adoptada
por muchos ateos.
Y, esto nos lleva a dos cosas:
Una es a saber rendirnos, sin
vergüenza, cuando vemos que llega el momento de rendirnos.
Otra es a jamás rendirnos,
mientras quepa esperanza, por pequeña que sea, de victoria.
No hay deshonor en la rendición
cuando ya no hay esperanza. Hay incluso honor en ella. Más no hay
honor si nos rendimos cuando aun albergamos esperanza de victoria.
Hay que saber aceptar nuestro
destino, cuando somos derrotados, como hay que saber luchar para que
este sea lo que deseamos que sea mientras aun nos queden
oportunidades y fuerzas.
Luchar pues, mientras nos quede
aliento para ello y quede una oportunidad para ese aliento. Más si
hemos sido vencidos, si ya de nada nos sirve nuestro aliento o ni nos
queda aliento, entonces, pero solo entonces rendirse, pero rendirse
con la mirada al frente y la cabeza alta de quien sabe que ha hecho
todo lo posible por vencer. Luchar pues, pero luchar con los ojos
abiertos. Con el corazón caliente y la mente fría.
Ayer, hoy para mí, ha muerto un compañero de trabajo, sabía mucho, quizá demasiado y ya había cumplido su destino.
ResponderEliminarUna vez me dijo que saliera un minuto a la calle, lo hice y volví, igual, él lo supo y me dijo, vuelve a salir, salí, y encontré al hombre extranjero a quien un día antes había dado 20 euros, llevaba este hombre una cruz colgada de su pecho, al volver me dijo, ahora sí.
sabía demasiado, lo suficiente para dar la vida a Dios.
Le he llorado.
Vicent
Lo lamento mucho, Vicent, en estos casos nunca sé lo que decir. Pero pienso que los dos habeis sido afortunados al conoceros y el doblemente si logro en efecto completar su vida, cumplinlar, ojala se pueda decir lo mismo de la mía cuando me llegue la hora.
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