Hay un cuento, pienso que de
origen sufí, que relata una historia que como todas las de ese
origen es verdadera y además ocurre unas mil veces y aun más cada
día y en la cual solemos vernos involucrados los humanos.
Dice la historia que en cierta
ocasión un rey envió como regalo un elefante a su vecino el rey de
los ciegos. El rey de los ciegos quiso saber que clase de animal era
ese que su vecino le había regalado y envió entonces a sus
ministros a palpar el animal para que le dijeran lo que el animal
era.
Los ciegos ministros palparon y el
que palpo una pierna declaro que era el animal como una columna, pero
no de piedra o madera si no de cálida piel; otro, el que palpo la
trompa afirmo que de eso nada, que el animal era como una serpiente
grande y gorda. Más él que palpo una de las orejas los desmintió a
los dos ya que noto que el animal era como una bandeja, aunque no de
plata si no de carne. Hubo otro que fue el tronco del animal lo que
palpo y por ello dijo que en realidad el elefante era como un gran
muro, uno pared, de carne y hasta hubo uno que palpando la cola hizo
saber al rey que el elefante en realidad era, como había dicho el
segundo en hablar, una especie de serpiente, pero no gorda y larga si
no más bien corta y de un grosor no mayor que su dedo gordo del pie
derecho.
Esa historia tiene diferentes
lecturas según la perspectiva desde la que se la lea, pero la que me
interesa aquí es la de que la realidad es tan compleja y la vez
simple que nos comportamos ante ella como esos ciegos, palpamos algún
aspecto de ella y con frecuencia confundimos ese aspecto con la
realidad misma. Todo tiene como mínimo su envés, nada es en esencia
tal faceta suya y no las otras, somos, la realidad es, un todo.
Por eso colecciono perspectivas,
las atesoro y nunca me canso de sumar más. Cada una de ellas me
acerca un poco más a entender la realidad, aunque no hay ninguna
suma de ellas que me pueda resolver el misterio. No del todo al
menos, pues siempre quedan otras facetas por descubrir y a veces
entre en las ya atesoradas descubro una equivocada, la de alguien que
palpando por despiste los bigotes del rey creyó estar palpando al
elefante.
En fin, el caso es que cada vez
que encuentro alguien que pienso que me puedo ofrecer una perspectiva
nueva, y correcta, monto una fiesta tal, para celebrar tal fortuna,
que me puede durar una semana entera o más.
Me pasa a mí exactemente o la patamente del elefante que a usted, mire, hoy un conocido, podríamos decir amigos, aunque la vida nos separó ya en el encuentro me ha demostrado que aún pidiéndome y yo dandole lo que deseaba no era eso lo que deseaba, he pensado en los arquetipos, el trece, el catorce, en fin, dejémoslo, pero lo que me ha enseñado es una cosa, que ya sabía o tenía, mejor dicho, hay que actuar como si sólo estuviésemos nosotros en el mundo, pero con la fuerza del amor, es decir, hacer sin esperar el reconocimiento, a pesar de que mi padre me advirtió que hay que tener el mínimo de vanidad para poder sobrevivir, y entre una enseñanza y otra ando, pero sin estirar más la cuerda de una o de otra, en un equilibrio inestable, frágil i maravilloso.
ResponderEliminarUn abrazo desde València.
Vicent
Le comprendo, Vicent, aunque en este caso yo no usaría nunca la palabra vanidad si no alguna otra más neutra y le cuento un truco que me suele dar buen resultado, por si también lo encuentra de utilidad, cuando me encuentro ante eso trato a los dos extremos como si en vez de opuestos fueran complementarios.
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