La primera persona que me hablo
de de lo divino, y tales cosas, fue mi madre. Era yo entonces tan
pero aun tan pequeña que no entendí nada. Andaba yo llorando
desconsolada una herida recién hecha en una caída cuando ella
intento de ese modo consolarme.
Me hablo de un dios y una tal
virgen María que vivían en el cielo y me amaban por lo visto un
montón y cosas así. No me hablaba de poderes, no era un este lo
puede todo, si no de amores consolantes. Pero insisto que no entendí
nada. Yo ya sabía por entonces que del cielo si nada lo sostiene
todo se cae, mire y mire que podría sostener allá en lo alto a
alguien y nada vi, nada salvo montañas circundandonos, colinas más
bien, y termine deduciendo que lo que ocurría es que tal pareja
habitaba en ellas y dado que no se veían casas por allá deduje que
no la tenían.
No demasiado después, no sabría
decir cuanto, una noche de truenos, pensé en ellos, los pobres a la
intemperie, bajo toda aquella lluvia en una noche fría como aquella.
Entonces, y gracias a la luz tenue que mi madre dejaba en el pasillo
para evitarme no sé que miedos nocturnos, vi uno de mis pijamas
descansando sobre una silla y comprendí lo que iba a hacer.
Y, ahora viene lo difícil
explicar lo que hice sin que suene demasiado a majadería. Tome el
pijama, volví a la cama y se lo ofrecí a ella, con palabras mudas.
Lo acepto encantada, se lo puso y se quedo entre las sabanas, a mi
lado, y al ver eso él se vino con ella. La cama era muy pequeña,
claro, pero no parecían ellos mayores que yo, ella, por ejemplo, no
hizo al ponerse en el pijama ni que la tela en modo alguno se moviera
adaptándose a ella. Y, de ese modo, aunque no me quedo otra que
dormir en un extremo de la cama, los tres nos arreglamos bien. Yo
dormía abrazada a ella y ella a él. Unos días después logre otro
pijama, uno muy viejo y ya retirado de uso para él. Al despertar y
el ansia me hacía ser la primera en despertar, ellos se iban y yo
ocultaba los dos pijamas extra bajo el colchón, muy en el fondo
para que mi madre no los descubriera al hacer la cama. Y, la cosa
funciono durante un tiempo. Hasta que termino descubriendo el
escondrijo. Nada me dijo al respecto, simplemente ocurrió que una
noche al ir a sacar los pijamas estos ya no estaban allí. Pero esa
noche no llovía ni hacía ya frio y por eso pareció no importar.
Esa fue mi primera experiencia
personal con los dioses, tratar de protegerles del frio y la lluvia.
Y, continuo corriendo el tiempo.
Mi madre me enseño a leer y a las pocas semanas comencé a ir al
colegio. Escuche entonces más sobre dios, que era bueno, todo lo
sabia y todo lo podía. La verdad es que no era de esa forma como yo
lo recordaba, pero se suponía que aquellos que tales cosas me
contaban sabían mejor que yo lo que era o dejaba de ser él. Pero a
mi siempre me pareció que dado que yo había estado con ellos y
estos otros no mi opinión también debiera contar, cuando menos
ante mi misma. Y, ocurrió en esos días, un poco antes o un poco
después que escuche hablar de guerra. Por lo visto la guerra era que
dos grupos de gentes se dedicaban sistemáticamente a hacerse
mutuamente todo el daño que pudieran. Yo no entendía que, dado que
existía dios, tal cosa fuera posible. No me atreví a plantear mi
duda ante el profesorado, pero con mi madre sí había suficiente
confianza. Se lo pregunte.

Cuando le hice la pregunta
primero no supo que contestar, luego lo intento. Pero no la contesto.
Ni siquiera la entendió. Que dios es una cosa y los hombres son otra
ya lo sabía, que lo que ocurre es que los hombres hacen muchas
tonterías ya lo había comenzado a sospechar. Pero lo que yo
preguntaba es otra cosa. Si dios es a la vez enteramente poderoso,
sabio y bondadoso intervendrá cuando alguien, haciendo el tonto,
haga daño a otro, y como lo va hacer nadie va ser tan pero tan tonto
como para hacer el tonto hasta ese punto pues sabe que dios no lo
permitirá. Algo había pues que no encajaba en todo eso. Yo era por
entonces una niña, pero no una tonta. Pero hasta que cumplí los 16
años no supe de nadie que se hiciera la misma pregunta. Y, no fue
hasta muchísimo después que encontré la respuesta.
Por lo tanto cuando llegue a los
12 años dios era para mí una pregunta, no una respuesta.
Y, fue a esa edad, en clase de
religión, en que un sacerdote, buena gente, hombre de fe y no muchas
luces, me dejo profundamente boquiabierta.
Nos pregunto a la clase que
motivos teníamos para creer que la religión cristiana es la
verdadera, nadie supo que responder, sonrió entonces y paso a
preguntarnos si la Biblia era una prueba, nadie contesto, volvió a
sonreír y afirmo que de eso nada, pues la Biblia era un libro pero
había otros libros, bien distintos, que decían ser sagrados y que
nada nos probaba que esos libros y la Biblia incluida no fueran un
invento humano, una leyenda llego a decir. Y, que lo mismo pasaba con
no sé que tradición oral cristiana, que bien podía ser mera
leyenda pues de nuevo nada probaba lo contrario. Nada, dijo, salvo
ese algo que el sabía y nosotros, por lo visto, no. Y, volvió a
preguntarnos que era eso que si probaba la veracidad del cristianismo
e indirectamente la de la Biblia. Todo el rato sonriendo, se ve que
se lo estaba pasando en grande pues había realmente logrado dejar a
la clase de lo más intrigada y atenta a sus palabras

Espero un rato, continuo
esperando y finalmente viendo que se daba toda la clase por vencida
nos explico cual era esa prueba. Entonces fue cuando me quede
boquiabierta. Su “prueba” eran los milagros. Los de Jesús, que
no los hubiera podido hacer según él, de no ser dios.
Soy, de siempre, una mente de
esas que algunos llaman “primitiva”, por ello para mí entre
magia y milagros no hay diferencia y eso que algunos llaman
sobrenatural me resulta ser, a mis ojos, la cosa más natural del mundo
y jamas entenderé que hacen en esa palabra, que pintan allí, sus
cinco primeras letras. Pero si los milagros que Merlín el Mago no me
van convencer de que ese tal Merlín sea dios si no un simple mortal
con poderes, los milagros de Jesús de Nazaret tampoco me van
convencer de lo contrario. Si la magia de uno no me convence de que
su historia no sea una mera leyenda, la del otro tampoco me va probar
que haya existido y mucho menos que fuera tal y como me lo cuentan.
Pero eso no es lo que importa.
Lo que importa es que si las
fuentes de información que dices usar tú mismo las calificas de no
fiables, entonces no puedes decirme que si aparece en ellas alguien
haciendo magia, perdón quise decir “milagros”, ese alguien queda
demostrado que es dios y por lo tanto a historia en la que nos
cuentan sus milagros es necesariamente verdadera y ya para nada
dudosa. Eso lo sabe cualquiera, crea o no en milagros.
Si os cuento una historia en la
que el Pato Donald hace milagros, no por ello os vais creer que el
pato es Dios, ni que por ser él Dios queda demostrado que la
historia que os cuento es verdadera. ¿No? Pues eso.
Qué mi profesor de religión,
que además era cura, no se percatara de ello es significativo. Y,
destruyo de forma ya definitiva cualquier esperanza mía de encontrar
respuestas a determinadas preguntas en el seno de la cristiandad.
Hasta entonces yo tenia sospechas pero no argumentos contra la
supuesta veracidad de la Biblia.
Los cristianos no saben dar
respuesta al problema del mal, los cristianos creen que el mero ser
poderoso significa ser dios, los cristianos creen en un libro del que
carecen de motivos lógicos para fiarse. Son tres buenos motivos para
no ser cristiana.
Y, yo seguía sin una respuesta
a mi pregunta.